En memoria del inolvidable don Luis Alba González que durante muchos años, en la Oficina de Turismo situada en este Paseo, hizo de su profesión ejercicio diario de amor a Toledo.

________________________ 

En estas fechas se cumple un año en que la malhadada borrasca Filomena, con lo más letal de su furia gélida y destructora, se ensañó sobre toda la vegetación de parques y jardines, tanto públicos como particulares, de nuestra ciudad y su entorno. Sin un ápice de exageración sus devastadores efectos, muy en particular sobre el arbolado, fueron calificados de auténtica catástrofe natural sin precedentes.

Transcurridos ya algunos meses y muy a duras penas, la fuerza irreductible de la savia, estimulada por una primavera posterior más benigna, parece que quiere abrirse a la vida nueva en el retoño sobre troncos reviejos de algunas olivas, en el cogollo renacido de ciertas palmeras y en el rebrote de adelfas y laureles.

Pero de tan calamitosa experiencia de la que, como casi de todo, la culpa la debe tener el cambio climático, me ha parecido que podemos aprovechar algo en positivo, aplicando aquello de que no hay mal que por bien no venga.   

Y vendría a cuento en el concreto caso –no el único por desgracia, pero sí uno de los más significativos– del lamentable estado en que quedó en aquellas fechas del pasado enero casi todo el estrato arbolado del Paseo de La Vega, muy especialmente las especies de hoja perenne que tuvieron que soportar muchos días todo el peso de la muy copiosa nevada que sin licuarse se convirtió en insoportable carga de hielo.

Y es que con tan deplorable motivo, Filomena, con sus desastrosos efectos, va a obligar –supongo– a que en este espacio verde, el más próximo y relevante del entorno inmediato de la ciudad, se lleve a cabo una actuación de sustitución y recuperación o mejora de buena parte de la estructura vegetal del Paseo que desde hace mucho tiempo se debería haber abordado.

Nos llega, en efecto, el feliz anuncio de un ambicioso proyecto municipal destinado a acometer tan imprescindible actuación. Aunque tan a destiempo y forzada por la penosa circunstancia de la borrasca, bienvenida sea esta iniciativa de nuestro Ayuntamiento.

El ajardinamiento y consolidación de La Vega como parque periurbano de uso público data nada menos que de los primeros años de la segunda mitad del siglo XIX. Con esa referencia de fechas de principio y final de las obras de su ejecución, entre 1866  y 1871, podemos concluir que justo en estos días de tan nefastas circunstancias en la vida nacional –citemos, por no enumerar otras, pandemia y Filomena– el Paseo de La Vega cumple siglo y medio de vida. Para conmemorar ahora la efeméride, peor momento imposible.

También cabe concluir, por tanto, que esa misma edad debe tener la mayor parte del arbolado que ha llegado hasta nuestros días. Tan solo fuera por este dato de estricta cronología, aparte abandono y  defectos o simple carencia de necesarias y buenas prácticas de mantenimiento a lo largo de este dilatado período de su vida, es evidente que nos encontramos con un espacio verde que en su mayor parte puede calificarse de caduco y envejecido.

Esta realidad objetiva de la longevidad del arbolado del parque, circunstancia agravada ahora por la deformación del fuste y de la copa de muchos ejemplares de hoja permanente, deberá obligar en un buen número de ellos a una tala tristemente imprescindible. Es el caso de algunas unidades que ya no responden a su inicial finalidad estrictamente ornamental y que por su deterioro desmerecen del conjunto.

Junto a otros de su especie que resistieron el envite con mayor o menor fortuna y deberían ser conservados, cabe citar el lamentable ejemplo de algunos cedros de gran altura que han perdido su guía terminal o que del bello porte cónico y densa vegetación que tuvieran en su plantación primitiva apenas queda una escuálida presencia antiestética.

Otro tanto podría decirse de la mayoría de los enormes pinos carrascos de la zona de la rosaleda. En un loable intento de probable recuperación o de evitación de desgajes con riesgo de accidentes se ha procedido a una muy severa poda de ramas secas o muy deterioradas. Por desgracia, y dada la imposibilidad de esta especie de producir rebrotes o retoños nuevos en el tronco y en las ramificaciones principales, su inexorable final habrá de ser el de la tala inevitable, so pena que nos resignemos a contemplar el porte casi esquelético de sus copas desgalichadas.      

Pero este diagnóstico sobre buena parte de la cobertura arbolada del Paseo que obligará a su tala y, consecuentemente, a la sustitución por otros ejemplares de las mismas o distintas especies, nos debería conducir tal vez a un replanteamiento más radical de renovación del mismo.

Desde aquellas lejanas fechas de la construcción del Parque como tal para su utilización y disfrute público, muy importante y sustancial ha sido el cambio de usos y costumbres sociales que a buen seguro se tuvieron presentes y condicionaron entonces su diseño y la distribución de su superficie en paseos, plazoletas y parterres.

Hoy, una demanda social de esta clase de espacios verdes, cuando no sencillamente decaída, ha sido sustituida en gran medida por pequeños jardines de barrio, por parcelas de segunda residencia con vegetación propia o simplemente por la facilidad de desplazamiento, tanto en trasporte público como en vehículos privados, a parques periurbanos, (La Bastida, los pinares de la carretera de Madrid, La Fuente del Moro, La Senda Ecológica…).

En realidad, ese radical cambio de uso social nos llevaría a admitir que la función actual de este tipo de parques es, casi exclusivamente, su rol medioambiental de pulmones verdes y, merced a su fotosíntesis, de agentes de sumideros de carbono, aspectos de su utilidad que tampoco son desdeñables en una ciudad como la nuestra no sobrada de cobertura vegetal en su entorno.

En consecuencia estaríamos afrontado un proyecto cuya idea matriz consistiría en asumir los cambios de uso social que se han producido sobre esta clase de espacios y su consiguiente repercusión en los nuevos trazados. Es de anotar en nuestro caso que la idea de un diseño que zonificaba gran parte del espacio en parterres de formas y trazados geométricos respondía al concepto de contemplación visual de este tipo de simetrías vegetales, muy ligada a la simple estancia de descanso o a la actividad de pasear. El nombre de “paseo”, que ha prevalecido sobre el de parque, ya es suficientemente elocuente.

Así, sobre la base de respetar la estructura primitiva del Paseo articulada en sus ejes longitudinales de referencia inmediata –muralla de la Puerta de Bisagra/Hospital de Tavera– podríamos hablar, por tanto, de una renovada ordenación de su superficie acorde con ciertos nuevos usos del mismo. Se trataría de mantener las alineaciones de Plátanos en el paseo central y de Tilos en el paseo de la Casita de Corcho, además de conservar el limitado número de ejemplares de otras especies que por sus buenas condiciones vegetativas merezcan ser incorporados a la nueva ordenación del espacio.

Por lo demás, esta actualizada zonificación del Paseo podría ser compatible con salvaguardar algunas áreas ajardinadas que conservando aún un aceptable estado y un valor estético estimable pudieran ser elementos de transición entre dos etapas del parque bien diferenciadas: la de su inicial creación y la de la actual renovación.

Por supuesto que casi todos los ejemplares caducifolios de aquellas dos especies citadas –Plátanos y Tilos–, por su extraordinario valor, deberían pasar a engrosar una lista de “árboles de especial protección” sobre los que cualquier actuación, (podas, tratamientos anti-plagas, etc.) debería ser objeto de una gestión técnica muy especializada.

Esta transformación del Paseo de la Vega, adaptada así a nuevos usos del espacio más acordes a la demanda actual y a una concepción más viva, funcional y dinámica de los mismos, podría incorporar otros aspectos de su utilidad pública.

Simplemente a título de ejemplo, y aún teniendo en cuenta que la limitada superficie del espacio no permitirá grandes desarrollos, se podrían citar elementos de la práctica deportiva o recreativa (circuitos de pedestrismo, pistas de patinaje y de ciclismo, zonas de juegos infantiles), o áreas de expresiones culturales, tales como pequeños escenarios portátiles para representaciones teatrales, iniciativas literarias o musicales, (Cuenta-cuentos, guiñol, grupos musicales locales, Poesía Voix Vives, etc.)

De esta propuesta quedarían lógicamente a salvo, además de los ejemplares del conjunto del arbolado ya mencionados, las superficies que ocupan los kioscos y terrazas que vienen siendo de uso habitual y uno de los atractivos populares más concurridos por la población, así como la destinada al muy deseable retorno al Parque de las Ferias y Fiestas patronales agosteñas y que, como iniciativa fracasada, en mala hora se trasladaron al recinto de La Peraleda. Eso sí, un retorno respetuoso del conjunto del Parque y menos estruendoso en cuanto a decibelios de bafles y altavoces.

Esa superficie del Paseo reservada a aquel uso que fue tradicional también podría ser utilizada para eventos comerciales o culturales esporádicos y muy transitorios, tales como Farcama, Mercadillos medievales, Exposiciones artísticas al aire libre, Feria del Libro, etc,

Del mismo modo y también a título de mera sugerencia, algunas zonas de esta nueva distribución podrían ser un bosquete o mini-jardín botánico, de finalidad fundamentalmente pedagógica, en el que se plantaran como muestrario didáctico las especies autóctonas más representativas de la flora del entorno de la ciudad, (Cigarrales, Riberas del Tajo, La Sisla, San Bernardo…), algún pequeño estanque o acuarios  con la fauna ictícola que era propia del Tajo a su paso por Toledo o un recinto ornitológico para albergar algunas especies representativas de la avifauna de las propias riberas del Río.

Si no se decide retirarlas definitivamente por su deplorable aspecto, tal vez fuera también la ocasión de restaurar las estatuas de los reyes godos y medievales (Wamba, Alfonso VII, Alfonso VIII), llegadas a Toledo desde el Palacio Real de Madrid, por iniciativa conjunta del Arzobispo Lorenzana y del insigne historiador y académico don Antonio Ponz. Sobre sus pedestales situados en el paseo central, apenas son legibles las breves reseñas biográficas de los monarcas y su estado de lamentable deterioro desmerece de cualquier prestancia del espacio con un mínimo de dignidad,

Lógicamente, para adelantarse a cualquier crítica tendenciosa o desinformada sería muy conveniente una campaña previa a las actuaciones, de carácter público y muy pedagógico, explicativa del proyecto y de sus beneficios.

Una gran parte de esa tarea consistiría en promover la toma de conciencia de la población. Informada de que el proceso transformador se llevaría a cabo de manera progresiva y escalonada en el tiempo, sería muy necesario que se tuviera conocimiento de que en las primeras fases del mismo, el Paseo, desprovisto de una buena parte de su nivel arbolado más superior y del arbustivo más deteriorado o de menor calidad ornamental, presentaría durante un cierto tiempo un aspecto un tanto desolador.

Sería el momento de recordar a los promotores y proyectistas del primitivo diseño, los Alcaldes don Gaspar Díaz de Labandero, don Juan Antonio Gallardo, y el Arquitecto don Mariano López Sánchez, que en aquellas fechas de hace ahora siglo y medio, sobre una superficie casi desnuda de toda vegetación depositaron su entusiasmo en la idea de trabajar en un proyecto cuyo horizonte era ese medio y largo plazo que a todas sus generaciones posteriores, también a nosotros, nos ha alcanzado para disfrutarle en nuestros días.

Quizá, por terrible paradoja, Filomena haya venido a ser el indeseable revulsivo que nos estimule ahora a nosotros para tomar el relevo de aquel entusiasmo inicial de acciones en el presente proyectadas hacia el futuro.

Ricardo Sánchez Candelas