El libro de Pedro J. Ramírez es contundente, ágil, ameno, es una crónica periodística que emana de archivos prolijos y precisos, narrada con tensión y sin eludir ningún tema. No sé si Pedro J. es "el periodista europeo más importante del último cuarto de siglo" como dice The Guardian, pero sí tengo la convicción de que es el periodista de referencia de la España democrática, valga esta reseña como muestra de agradecimiento político por su valentía.
"Palabra de director" es un libro necesario porque servirá de punto de partida de muchos historiadores y al mismo tiempo hace un enorme favor a la democracia española porque tiene arrestos para poner a cada cual en su sitio –sin revanchas-. Estoy convencido que no es presunción del autor cuando afirma que “… había cosas que solo podía contarlas (él)…” porque narra hechos de nuestra historia reciente de vital trascendencia que ha investigado y conoce como nadie y los disecciona con la precisión de cirujano.
Narra la grandeza de la transición y de la UCD y las miserias del 23-F, con las consiguientes querellas sufridas. Relata la “victoria histórica del partido socialista” como si fuera una canción: “Nuestras ganas de vivir”, aunque muy pronto la balada se convertiría en ruptura y empezarían las presiones para doblegar a su director.
ETA le tuvo en la diana. ¿Por qué?: Por un “impulso”, asegura Soares Gamboa –compañero de colegio en Logroño-. El autor lo define estupendamente: “El terrorismo es la secreción simultánea de la maldad y la estupidez humana. Nada más". Otro etarra, Eugenio Etxebeste (Antxon), justificaba con la misma estupidez, entrevistado en Argel, a la pregunta de Pedro J. por el asesinato del General Azcárraga, tiroteado a la salida de misa: “¿Cómo se puede hacer algo así con una persona de ochenta y pico años?”. “Antes de matarle habría que haberle interrogado para que rindiera cuentas sobre el papel que desempeñó en su vida”. Quizá la respuesta sea la mejor síntesis de odio y simpleza en la que estaba basada la violencia de ETA.
El poder omnímodo socialista no podía soportar todos los días las denuncias del director de Diario 16. Las artimañas del poder convencieron al dueño del diario para que le cesara –hasta el rey Juan Carlos instó a Juan Tomás de Salas para que le destituyera-, y las consecuencias de su salida del diario no se hicieron esperar, cayendo en picado de las ventas hasta su desaparición. Pero la necesidad es creativa. En poco más de seis meses estaba El Mundo en los quioscos, porque la credibilidad del director era tal que levantó 1.700 millones de pesetas para su puesta en marcha y otros 1.500 en una ampliación de capital. El poder no se amilanaba en poner trabas e impulsó varios periódicos: El Independiente (ONCE), El Sol (Anaya), Claro, La Información… No tardaron en cerrar. Mientras tanto, unos años más tarde, El Mundo concluiría el año 1993 con 605 millones de beneficios.
El Mundo destapó el asunto Juan Guerra. La reacción de F. González no se hizo esperar y ante las cámaras de TV retorció el argumento con “cantinfleo dialéctico” como jocosamente lo define el autor. El dócil fiscal general presentó una querella contra cinco redactores por calumnias al Gobierno, pidiendo penas de entre seis y doce años de cárcel. Afortunadamente la querella no fue admitida aunque se recurrió dos veces. Este proceso representa muy bien la “implacable hostilidad” con que fue tratado, tanto el periódico como su director, por los gobiernos de González.
Otros asuntos que acarrearían represalias del poder fueron la ley Corcuera y sobre todo el asunto de los GAL. Con la carta del director “Un presidente que no nos merecemos”, F. González y sus adláteres se le tiran al cuello: “A veces tengo la sensación de que ETA cuenta con el apoyo de dos periódicos, Egin y Diario 16…”. Para González –y entonces, muchos españoles- la justificación de los GAL era clara: “Te lo repito: si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarlos a ellos…”. Amedo y Domínguez fueron condenados, aunque el Gobierno les había pagado 200 millones en un banco suizo de los fondos reservados para que no implicaran a Vera y demás altos cargos. El Mundo remató con la carta: “González se escribe con X”.
El momento álgido y de mayor tensión con el poder se produjo con la publicación de los documentos de Filesa que probaban la financiación ilegal del PSOE. Aída Álvarez se jactó ante testigos de haber recaudado 6.000 millones para el partido y de despachar cada jueves con A. Guerra; la contabilidad proporcionada por Carlos Von Schowen lo corroboraba como prueba irrefutable. También destaparon otros asuntos como Ibercorp, con implicaciones de personajes muy relevantes: De la Concha, M Rubio,…, etc.; o como los casos Ferraz, Macosa, etc…
La corona está muy presente en el libro. El Mundo advirtió con claridad del grave peligro que representa la “windsorización” de la Casa Real con asuntos como los de Marta Gayá o Corina Zu Sayn Wittenstein. También se explica con profusión de detalles el famoso vídeo. Es relevante solo para hacer patente la conducta de personajes sin escrúpulos que urdieron la trama. No dejaba de ser “el último atentado de los GAL”, por puro rencor. También narra el asunto de la piscina de su casa de vacaciones de Mallorca como una persecución personal.
El Foro Económico Mundial –foro de Davos- eligió a 200 líderes del mañana nacidos después del 1950, entre ellos destacarían Bill Gates, Tony Blair, A. Merkel, N. Sarkozy, Durao Barroso, el cantante de U2 Bono y tres españoles: Pedro J., Aznar y Calatrava.
El Mundo también fue el periódico que destapó el asunto Luis Roldán, e incluso le entrevistó cuando estaba prófugo: “No me van a engañar como a Amedo; si voy a la cárcel, no iré solo”. Descubren los pingües sobresueldos de los 28 cargos de Interior: Roldán recibía diez millones de pesetas mensuales, pero Vera no se quedaba atrás, sustrajo para sí 141 millones y para “sus secuaces más de seiscientos”.
La sociedad española estaba abrumada por los asesinatos de ETA, la indignación llegó al paroxismo con el asesinato de Gregorio Ordoñez, el intento de asesinato de Aznar, el secuestro de Ortega Lara, el asesinato de Fernando Múgica, etc., etc.
El cambio político se veía venir. El PP gana en cuarenta y cuatro capitales de provincia y en trece CCAA y setenta intelectuales de primera fila piden la dimisión de González: Gala, Delibes, Nieva, Gimbernat, Trías, Vázquez Montalbán… No obstante, El País y JL Cebrián se enrocan y tildan a Pedro J. y a El Mundo de “sindicato del crimen”, y los acusan con saña: “Unos ponen las calumnias y otros las balas”. Pero la suerte estaba echada con la “amarga victoria” del PP y el Pacto del Majestic con Convergencia Aznar se aseguró la investidura. El resultado tuvo consecuencias y el 20 de junio del 96, cuarto siglo después de ocupar la Secretaría General del PSOE en Suresnes, González renunció, Su retirada no le evitó tener que declarar ante el Supremo y “prometer ante once jueces que no tuvo nada que ver con los GAL”, pero Barrionuevo, Vera y Sancristobal no se librarían de ser condenados a diez años de prisión.
La mayoría absoluta de Aznar, el inesperado triunfo de Zapatero ante Bono por nueve votos entre un millar, cambian el panorama político español. La caída de las Torres Gemelas arrastran a Bush a la guerra de Irak, e inexplicablemente, con el 84% de la población en contra de la guerra, Aznar se alía con Bush con un puro en ristre y los pies en la mesa. Así apareció en la portada de El Mundo el 2 de julio de 2002. Un misil alcanzó a Julio A. Parrado. Posteriormente también caería Julio Fuentes en Afganistán. El Mundo ya tenía tres “mártires”.
La guerra de Irak, el ataque terrorista el 11-M a cuatro trenes de cercanías en Atocha y la manipulación del atentado, acabó con el excelente crédito del gobierno de Aznar. Zapatero gana las elecciones y tiene claro lo sucedido, su única duda era el grado de conexión con Al Qaeda. Sin embargo, las excesivas casualidades nunca se explicaron. Es imposible creer que por azar unos etarras tomen un taxi en Torrelavega y lleguen a un callejón de Avilés a robar un coche, callejón desde donde Trashorras enviaba los explosivos a los terroristas del 11-M. Salida de dos caravanas de la muerte el mismo día, dos cómplices clave de los autores fueran confidentes policiales; demasiadas casualidades y “agujeros negros”. Hasta el juez del Olmo se sorprendía: no encaja que unos delincuentes comunes, de pronto se conviertan en terroristas capaces de diseñar y ejecutar el mayor atentado de la historia de Europa y propiciar un cambio de gobierno.
Las relaciones de Pedro J. con Zapatero fueron fluidas, en una de las invitaciones a cenar a la Moncloa, creía que hablarían sobre la autoría del 11-M y la conversación comenzó: “Oye, ¿tú crees en Dios? Te lo pregunto porque yo no creo y me preocupa el papel que sigue teniendo la Iglesia. La respuesta de Pedro J. me suena a incomodidad, sorpresa y soslayo: “Sólo puedo contestarte que no lo sé”.
Zapatero, en uno de sus impulsos, asumió como promesa electoral el Estatut que aprobara el Parlament, aunque Pascual Maragall reconociera que el texto aprobado era inasumible para el Estado. El Pleno aprobó el Estatut y por primera vez PP y PSOE rompen el consenso sobre materias incluidas en el “bloque de constitucionalidad”. Bono dimitió como ministro de Defensa. Pedro J. sabía que este desgarro constitucional traería consecuencias y en una de las conversaciones con ZP le espetó: “Si dentro de diez años Cataluña emprendiera un proceso de ruptura con el Estado, ¿usted se sentiría responsable de haber sentado las bases de ese proceso?”. La respuesta era típica del “ingenuo optimismo antropológico de ZP”: “Dentro de diez años España será más fuerte, Cataluña estará mejor integrada en España y usted y yo lo viviremos". Evidentemente ZP se equivocó y once años más tarde se convocó el 1-O, referéndum ilegal de independencia en Cataluña.
Afortunadamente, las negociaciones con ETA propiciadas por Zapatero tuvieron buen final y la banda declaró un alto el fuego permanente.
El autor ha recibido numerosos galardones, pero quizá el Premio Montaigne sea el de mayor relevancia. En el fondo todos los premios reconocen la “defensa permanente de la libertad de expresión” que Pedro J. ha defendido tanto en Diario 16 como en El Mundo o ahora en El Español. Creo que ha cumplido con una conducta periodística llevada al límite: “Toda noticia de cuya veracidad y relevancia estemos convencidos será publicada, le incomode a quien incomode”.
Juan M. Delafuente