Frecuentemente se confunde la molestia con la ofensa. Si el vecino pone alta la música, me puede molestar. Si pone una canción donde se me insulta, me puede ofender. La molestia está en el nivel de lo físico o lo desagradable, mientras que la ofensa habita en la dimensión de daño espiritual, de lesión de la dignidad o el amor propio, es una práctica de humillación.
Si alguien cuenta un chiste de mal gusto, puede ser motivo de molestia. Si hace la gracia a costa de humillar la dignidad de otra persona, entonces alguien se sentirá ofendido. Colocar un belén en una zona pública, tocar las campanas desde la torre de una iglesia, procesionar un paso en Semana Santa, rezar en la vía pública o llamar a la oración desde un minarete pueden ser motivo de molestia, pero no de ofensa, a no ser que incluyan mensajes humillantes para alguien, que no suele ser el caso. Exhibir anuncios donde se haga mofa de los sentimientos religiosos, se desprecie a una raza o a un pueblo, o se utilice el desnudo o la violencia para simplemente llamar la atención, está más cerca de la ofensa que de la molestia.
También hay que tener en cuenta que no falta quien se molesta y se ofende por cualquier cosa. A este tipo de personas hay que escucharlas siempre, pero muchas veces no hay que darles la razón. En una sociedad conviven muchas sensibilidades y hay que convivir asumiendo cierto grado de fricción.
Otras veces, hay que quejarse con toda la razón. Si hay razones ciertas para hacerlo, el causante del problema debe reaccionar. Si está molestando, debe dejar de hacerlo, o reducir en lo posible el daño (bajar la música). Es valorable que pida disculpas por la molestia causada. Si está ofendiendo, tiene que dejar de hacerlo, sin duda, pero no basta, debe pedir perdón y no volver a repetirlo. Tras la molestia, se piden disculpas, tras la ofensa, se pide perdón.
En las últimas semanas hemos tenido dos casos muy significativos que muestran la confusión entre la molestia y la ofensa. En la noche de los premios Oscar, un humorista hace una broma de mal gusto sobre la mujer (enferma) de uno de los actores asistentes. El marido ofendido se levanta y le propina una bofetada, exigiéndole que no vuelva a hablar de su mujer. El ofendido se convirtió en ofensor (la bofetada es un gesto inequívoco de humillación). Minutos después, el actor recibió uno de los premios y pidió perdón por su acto violento al agredido y a la organización del evento. Sin embargo, no sabemos si el humorista, en algún momento, pidió perdón por su ofensa. Quizá pensó que era solo una molestia y que bastaba con dejar de reírse de una mujer enferma como quien baja el volumen de su televisión para dejar de molestar a un vecino.
Otro caso ha sido protagonizado por una cadena de comida rápida que decidió promocionar su línea vegetariana a costa de jugar con las palabras de la consagración y con frases bíblicas en plena Semana Santa, en una ciudad famosa por su fervor religioso en esos días. No tardaron en levantarse protestas exigiendo la retirada de la campaña. Así lo hizo la empresa, acompañándolo de un breve comunicado donde pedían «disculpas a todos aquellos que se hayan sentido ofendidos» porque su intención no era «ofender a nadie». Para ellos, realmente no hubo principalmente ofensa, sino molestia, y si alguien se ofendió fue por tener una sensibilidad exacerbada. No hay reconocimiento de ninguna culpa, por lo tanto, no hay petición de perdón ni reconocimiento real de la ofensa.