La verdad es que no sabía si escribir algo esta semana. Todavía no me quito de la cabeza las imágenes de los cadáveres amontonados en la frontera de Melilla, las penosas declaraciones del presidente Sánchez y la pobre respuesta de la sociedad española frente a semejante atentado contra los derechos humanos.
Cuando se perpetró la invasión rusa de Ucrania me asombró la empática respuesta de la gran mayoría de nuestras compatriotas hacia las personas desplazadas por la guerra en ese país. Gente de mi alrededor que se solía sobrecoger algo con las noticias que llegaban de África, pero que no parecía afectada en exceso, ahora se preguntaba qué podía hacer para ayudar al pueblo ucraniano y hasta se emocionaba por aquellas personas a las que no conocía llegando a llorar de rabia e impotencia. Y lo hacía. La implicación fue tal que hasta algunas personas llegaron a acoger a familias ucranianas desplazadas huyendo del horror y la inmoralidad de la guerra.
En aquellos momentos yo estaba emocionado porque me pareció que, por fin, se podía llegar a comprender que la gente no sale de sus países por gusto. Que, ante la opresión de tiranos ególatras y sus intereses, los seres humanos anteponemos nuestra vida y la de nuestras familias, cueste lo que cueste, saliendo de los lugares a los que el azar nos ha llevado a residir por nacimiento. Y que, en otros países, territorios "privilegiados" libres de conflicto y con mejores posibilidades para desarrollarse en paz, existían verdadera Humanidad y Acogimiento.
Poco me duró aquel sentimiento. Las noticias de que no se dejaba abandonar Ucrania a según qué personas por su color de piel, oscura para más señas, o por sus creencias ya me hizo sospechar que algo no iba bien.
Lo de la masacre de Melilla ha sido el remate que me ha devuelto a mi estado original de vergüenza ante el mirar a otro lado según de dónde venga la noticia. ¿Qué diferencia, en esencia, a los migrantes ucranianos de los africanos? ¿Qué?
Pues que somos una sociedad racista. Y punto.
Nos venden una moto como un camión de grande acerca de la existencia de mafias y bla, bla, bla, pero nos tragamos toda la propaganda imperialista sobre la guerra de Ucrania cuando en realidad es todo lo mismo: el gran negocio de la Guerra.
Siria: Guerra por el control del petróleo en la zona y sus oleoductos.
Ambos estrechos en la Península Arábiga (Somalia, Yemen, Ormuz): Guerras por el control del petróleo y pasos estratégicos comerciales.
África (Mozambique, Mali, Níger, Libia, etc.): Guerras por el control de yacimientos de gas, petróleo, minerales (uranio, fosfato, “coltán”, etc.).
Ucrania: Guerra por el control de gasoductos y cultivos de cereal.
Esto por nombrar algunos de los conflictos más conocidos. Creo que está bien claro.
Si no queremos ver que todos somos víctimas de un sistema que está exprimiendo un planeta para el beneficio de unas pocas personas que, pase lo pase, no se van a ver afectadas ni por las guerras que provocan ni por el deterioro de las condiciones climáticas ni tan siquiera por el aumento de precios de los productos más básicos, seremos cómplices de tomar partido contra la parte más débil de este sistema: nosotros mismos.
Hemos de ser conscientes de que todos (negros, blancos o de cualquier color con el que queramos describir nuestra piel) somos iguales ante la codicia del poder. Que compartimos el anhelo básico de querer una vida mejor y en paz para nosotros mismos y nuestros seres queridos. Que sí, que somos egoístas por mirarnos el ombligo y eso es natural, pero que no vamos a perder nuestro estatus por ayudar a quien lucha por sobrevivir. Y, sobre todo, que debemos tener mayor espíritu crítico ante las noticias que nos ponen por delante porque, en los tiempos de desinformación que nos ha tocado vivir, poco tienen de verdad las historietas que nos venden los principales medios interesados en tenernos idiotizados.
Juan Pedro Ayuso Cazorla. Presidente de XTalavera