Hemos podido ver recientemente en redes sociales dos vídeos que no dejan de ser llamativos. En una Iglesia de Toledo, durante la celebración de la Eucaristía, un joven paseaba con su patinete eléctrico por los pasillos del templo mientras sus amigos grababan y le reían la gracia. En una Iglesia de Cuenca, en el día de su Patrona, una tuna posicionada frente al altar cantaba “Clavelitos” mientras que un par de parejas salían espontáneamente a bailar al son de la música al lado de la imagen de la Virgen, sin que el Párroco, apurado, pudiera evitar la escena. Si hemos participado recientemente en alguna celebración de primera comunión, habremos podido observar cómo la mayoría de los asistentes llegan a la Iglesia como si fueran al cine o al teatro, saludando efusivamente a los conocidos, hablando sin parar hasta que dé comienzo la función.

Son situaciones que nos deben llevar a una reflexión seria y profunda. “Hemos perdido el sentido de lo sagrado”. Es lo que solemos decir como explicación de estos hechos cada vez más frecuentes, que vemos como manifestación de la descristianización de Occidente, de la pérdida de la fe de las personas y de la secularización de la sociedad. Sin embargo, si lo pensamos detenidamente, comprenderemos que la increencia no es la causa de tales comportamientos; antes al contrario, es la consecuencia de un problema mayor. No en vano, la inmensa mayoría de los que incurren en estas actitudes de irreverencia hacia lo sagrado ¡son bautizados!

Si no saben ubicarse en un templo, si no se ponen en disposición de oración en presencia del Santísimo, si no viven activamente los sacramentos, es porque quienes comprendemos lo que son y significan no hemos sido capaces de enseñarlo y transmitirlo oportunamente. La responsabilidad es nuestra. ¿Cómo administramos los sacramentos? ¿Cómo damos catequesis? ¿Cómo entramos en diálogo con quienes, siendo creyentes, no participan activamente de la vida de la Iglesia para transmitirles la importancia que tiene para nosotros la celebración de la fe? ¿Cómo explicamos a quienes no creen en la liturgia como forma bella de dar culto a Dios?

Es patente que aquello que es digno de consideración por su carácter divino y los distintos medios para entrar en relación con la divinidad –ese es el significado de lo sagrado– ocupan un papel cada vez menos relevante en la sociedad y en la vida de las personas. Pero es tarea de quienes deseamos tomarnos nuestra fe en serio vivir y comunicar lo sagrado; en definitiva, cuidar nuestra relación con Dios. Y, junto con ello, transmitirlo con nuestras palabras y actitudes a los demás. 

Como señala el Papa Francisco en su reciente Carta Apostólica “Desiderio desideravi” sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios, desde los inicios, la Iglesia ha sido consciente de que la Misa no es una representación, ni siquiera sagrada, de la Cena del Señor: no habría tenido ningún sentido y a nadie se le habría ocurrido “escenificar” –más aún bajo la mirada de María, la Madre del Señor– ese excelso momento de la vida del Maestro. Desde los inicios, la Iglesia ha comprendido, iluminada por el Espíritu Santo, que aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos. Precisamente por ello –afirma el Santo Padre– la fe cristiana, o es un encuentro vivo con Cristo, o no es; y la Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro.

Asombro, misterio, adoración, certeza de la presencia viva y vivificante del Señor Jesús. En eso se concreta vivir el sentido de lo sagrado.

GRUPO AREÓPAGO