Ahora que el descanso veraniego llama a nuestras conciencias y nos pide sosiego, no vendrá mal que bajemos los decibelios de esta opinión crítica constructiva que aquí mantenemos sin renunciar a la libertad respetuosa y sin acritud que siempre profesamos.

De las varias acepciones que tiene la expresión que gloso en el título me limitaré a relacionarla con algunas facetas de la actividad humana y política que, a partir de determinados logros conseguidos por méritos propios o sobrevenidos, quienes son sus protagonistas los ensalzan hasta el extremo para complacerse en el éxito y, lo que es más importante, para que los ciudadanos los perciban como actores principales de esos éxitos. Todo lo cual está muy bien para levantar la moral de la tropa pero que en ocasiones puede suponer un olvido premeditado de lo que no ha sido tanto éxito sino verdadero fracaso. En definitiva, si ahondamos en la autocomplacencia y nos olvidamos de la autocrítica es muy probable que podamos morir de éxito sin que los problemas reales queden ni siquiera identificados. Aplicaré esta teoría a situaciones concretas próximas a nuestra vida en sociedad.



Hace unos días se podían leer en la prensa local unas declaraciones del primer edil en las que calificaba la gestión de su equipo de gobierno con un notable alto; lo cual puede ser cierto si atendemos al esfuerzo, que se supone, pero no parece que sea la calificación que ponen los ciudadanos atendiendo a los resultados prometidos y no conseguidos. En este caso, algunos profesores, que son otros tantos ciudadanos, difieren de la nota del discente y trasladan al borrador del acta una calificación no merecedora del aprobado. Los detalles de tal calificación están calando en el subconsciente colectivo de la ciudadanía y mucho tendrán que cambiar las cosas para que al llegar al acta definitiva la calificación de Necesita Progresar sea modificada por el Progresa Adecuadamente; en realidad, todo es cuestión de logros y tiempo hay para ello.



La segunda de las situaciones sobre la que quiero aplicar la sentencia inicial es la exposición de paneles de Carretería con motivo del cuarenta aniversario del Estatuto de Autonomía de Castilla la Mancha. El papel lo aguanta todo, como es sabido, y ahí se puede ver la cara más amable de lo conseguido en la Comunidad, que es mucho, pues solo faltaría que estuviéramos peor que hace cuarenta años. Ahora bien, no estaría mal que hiciéramos un ejercicio de comparación del punto de partida entre las cinco provincias en aquellos años y esa misma comparación la traigamos a 2022 para ver el resultado en términos objetivos.

Acaso pueda ser una calificación subjetiva, pero gran parte de los juzgadores que son ciudadanos anónimos entienden que en ese examen comparativo Cuenca sale exponencialmente perjudicada en relación con las provincias hermanas. Como antes, no vamos a insistir en los detalles pues no haría falta sino que expertos en la materia desglosasen los diferentes parámetros de comparación; por tanto, no es válido morir de éxito para valorar la evolución de nuestra Comunidad pues hay una parte de ella, la de Cuenca, a la que no ha llegado esa transformación copernicana y maravillosa; más autocrítica y menos autocomplacencia para identificar estos déficits estructurales y corregir que esta hermana pobre que aporta méritos por zona altamente deprimida deje de ser trasvasadora de recursos por tal circunstancia y sea receptora neta, especialmente en el territorio situado al norte de la N-III. (Admítase el neologismo trasvasadora en su significado literal).



La tercera de las aplicaciones de la máxima inicial a nuestro entorno social más inmediato la referiré al mundo de la cultura. Este es un ámbito en el que la inflación de acontecimientos para nuestra ciudad no está en el 10%; me atrevería a decir que roza el 100% pues no hay día que no coincidan dos conferencias, tres exposiciones, dos festivales, espectáculos en la calle, presentación de algún libro… lo cual está muy bien pero que nos puede llevar también a morir de éxito, de éxito local. Me explico: que la cultura debe tener una dimensión popular es incuestionable; ahora bien, una ciudad que ha hecho bandera de la cultura como industria no puede estar permanentemente mirándose el ombligo con producciones propias pensadas para consumo interno, aunque sea llenando las salas o escenarios al aire libre. Habrá que recuperar de una vez por todas acontecimientos culturales de trascendencia internacional como aquellos que una vez nos pusieron en el mapa: Semanas de Música Religiosa, Museo de Arte Abstracto, Seminarios de la UIMP…

Otra vez más ese aparente éxito interno con el mismo público que nos vamos repitiendo en los escenarios cambiantes poco ayuda a la cultura como industria, incluso me atrevería a decir que poco ayuda a la cultura como elemento liberador si no abre ventanas al exterior y no genera valor añadido.



El último de los ámbitos al que quisiera referir la frase inicial es más estrictamente político. Algunos dirigentes del Partido Popular están frotándose las manos con el éxito conseguido por sus correligionarios andaluces. Están muriendo de éxito porque piensan que van a correr la misma suerte que aquellos, con independencia de los méritos que vayan aportando en el camino para conseguir el aprobado. Lejos de hacer autocrítica, se encierran en la autocomplacencia del éxito ajeno pensando, como Lázaro de Tormes, que por el hecho de arrimarse a quienes ganan algo se les puede pegar… y lo que se pueden pegar es un gran batacazo.



Son cuatro aspectos aparentemente dispares de nuestra vida en sociedad pero que he querido unir bajo un mismo hilo conductor, que comparto con ustedes con el solo ánimo de trasladar mi opinión, con libertad y sin acritud para que la consideren con el respeto que yo presento a los amables lectores que se acercan a esta ventana. Que el descanso veraniego les sea amable y que el amarillo de los girasoles y los ocres otoñales nos traigan frutos copiosos para el progreso de nuestra tierra y para nuestros terrícolas, para que nos lleguen los verdaderos y perdurables éxitos.

Martín Muelas

Este artículo ha sido publicado originalmente en La Opinión de Cuenca