Acabo de salir del Congreso de los Diputados y escribo este artículo desde el tren AVANT que me lleva de regreso a Ciudad Real. Hoy ha salido puntual. Son las 16:45. He participado en un acto que me encanta, que es el de la Jornada de Puertas Abiertas que se organiza en la Cámara Baja todos los años para conmemorar el aniversario de la Constitución de 1978, aprobada por los españoles en referéndum celebrado el 6 de diciembre y que entró en vigor el 29 de diciembre de ese mismo año.
Hoy, junto con mis compañeros Jesús Postigo, Jaime Mateu, Alberto Casero, Sandra Moneo, Percival Manglano, Beatriz Jiménez y Pablo Hispán, entre otros, durante toda la mañana de este sábado, hemos estado explicando a diversos grupos de ciudadanos nuestro trabajo como parlamentarios. Los recibimos, en grupos de unos cincuenta, en primer lugar en el Salón de Conferencias, coloquialmente conocido como de "los pasos perdidos".
Los guías oficiales, Leonor y Javier, se han turnado en explicar a los visitantes, de manera resumida, la historia del Palacio del Congreso y la decoración del mismo. Posteriormente les hemos llevado al hemiciclo, donde hemos respondido a sus preguntas sobre dónde se sientan los representantes de los distintos partidos, la diferencia entre los sillones (escaños) azules y granates, los restos de los disparos del 23-F, cómo votamos, etc., etc.
Pero, sin duda, lo que más me ha llamado este año la atención ha sido la casi generalizada petición, que he recibido de una gran mayoría de ciudadanos con los que he conversado, de mejorar las formas con las que nos tratamos los diputados en las sesiones del Congreso. Y no les falta razón.
Sí he de manifestar que de manera habitual el trato personal entre los parlamentarios suele ser cordial. Pasamos muchísimas horas juntos entre comisiones, comparecencias, negociaciones, visitas, plenos, etc. y sería un infierno si no fuese así.
Considero que las personas inteligentes son quienes utilizan de manera asidua la fina ironía y el buen humor y, sobre todo, las que se saben reír de si mismos. No es necesario usar palabras gruesas para "pintarle la cara" a nadie y criticar su gestión. Para ello, el castellano es tremendamente rico. Es necesario leer mucho, especialmente a nuestros clásicos del siglo de oro, cultivarse y "tener calle". Es decir, ser hombres de mundo, que no mundanos.
Desgraciadamente muchas veces solo sale en televisión lo que ocurre en los Plenos y se desconoce el enorme trabajo que los diputados realizamos en las comisiones, reuniéndonos con colectivos, haciendo visitas o estudiando, sí, estudiando. Muchas veces una intervención parlamentaria de cinco minutos o la redacción de una proposición no de ley o de un proyecto de ley puede llevar horas y horas, que no se ven, de análisis, investigación y entrevistas.
En alguna ocasión he propuesto que a algún diputado, al azar, se le pusiera una cámara "Go Pro" que grabase el transcurrir de un día de un diputado en el Congreso. La gente fliparía del ritmo que llevamos.
Es habitual que en los medios se dé mas cancha a lo que ocurre con signo negativo, basado en una equivocación al votar, en un insulto o en un mal gesto. Esto no suele ser lo habitual pero, sí, desgraciadamente, lo que "más vende".
Tras todo lo dicho, como decía Juncal: "¡Tomo nota!" de lo que los ciudadanos hoy me han transmitido en el Congreso sobre cuidar las formas y quiero poner como ejemplo de conducta en el Parlamento a alguien que hoy dice adiós a la política en primera línea, que es Adolfo Suárez Illana. He tenido la oportunidad de tratarlo en los tres años que llevo de diputado y, desde el primer día, he visto cómo siempre ha tendido puentes de dialogo y ha realizado correcciones constructivas cuando alguien no observaba la tradición parlamentaria del respeto y las buenas formas.
Adolfo, muchas gracias por todo y seguiremos trabajando para que en España la concordia sea posible.
Juan Antonio Callejas Cano es diputado nacional del Grupo Parlamentario Popular y portavoz del Partido Popular en la provincia de Ciudad Real.