El problema mundial de la alimentación vuelve a aparecer dramáticamente, pues a la cifra de pueblos y países que pasan hambre se ha añadido el problema de la guerra que Rusia lleva a cabo en Ucrania. La brecha del hambre se ha hecho de algún modo mundial, con situaciones terribles en determinados lugares del globo terrestre. En Manos Unidas saben bien que la ayuda a los países del hambre sólo tiene sentido si conduce a éstos al desarrollo. Claro está: ningún hombre o mujer puede ser libre y mantener ningún tipo de respeto por sí mismo si ni siquiera puede alimentarse a sí mismo, directa o indirectamente. No deberíamos, por ello, desechar de nuestra mente la idea de un mundo en el que la ayuda alimentaria tenga que ser una característica permanente de determinados pueblos o países.
De esas injusticias y desequilibrios vienen también las guerras que en el mundo han sido y las que serán. Por ello la pregunta es: ¿podrán los países pobres, los llamados en vías de desarrollo, obtener cantidades importantes de alimentos a cambio de exportaciones industriales? ¿Pueden las naciones hambrientas alimentarse por sí mismas? ¿Cómo pueden los países hambrientos aprender a alimentarse por sí mismos? Se trata, en efecto, de un aprendizaje. Por lo que he leído, el factor más importante para mejorar, por ejemplo, agricultura y ganadería, es el método. Combatir el hambre en los países hambrientos es involucrar a toda la población rural en una especie de renacimiento agrícola, en un proceso de verdadero crecimiento en el que la educación y el desarrollo económico vayan de la mano. Es tarea, pues, de todos. Sin embargo, es una realidad harto difícil conseguir que se pongan un poco de acuerdo nuestros políticos, los jefes de Estado y, por supuesto, los bloques de países que dicen van de la mano, según su ideología o sus intereses. Añadan aquí tanta corrupción, tanta injusticia que aparece por doquier.
Ciertamente, gran parte del esfuerzo de ayuda a salir del hambre a las regiones más empobrecidas ha estado mal pensado, pues no da frutos. Lo cual no es sorprendente, considerando lo difícil que es para los países ricos comprender las condiciones de los países pobres. Es una historia trágica, aunque no haya faltado la buena voluntad y la preocupación auténtica en tantos hombres y mujeres, y aún algún que otro jefe de estado, ONGs y Fundaciones para el desarrollo. Y es que, en tantas ocasiones, se nos olvida que los alimentos se producen en las zonas rurales, no en las grandes o pequeñas ciudades; quiere decirse que se necesitan los alimentos de las zonas rurales para alimentar a las ciudades en constante crecimiento.
La tarea económica central de la humanidad, en esta coyuntura, es construir una forma de vida eficiente y satisfactoria en las áreas rurales, para lograr una estructura agroindustrial que venza al desempleo, detenga la decadencia rural y frene la aparentemente irresistible migración de la gente del campo a las grandes ciudades. Por ello, es preciso tener en cuenta que el problema mundial de la alimentación no es principalmente un problema científico. Es un problema de movilización masiva, de educación masiva y de poner a disposición de cientos de millones de campesinos las tecnologías apropiadas. Alguien dijo que también en muchos países es un problema político, que tenga en cuenta la realidad humana de las personas.
En este caso, es bueno leer en el libro de los Proverbios este dicho: “El honrado se preocupa de su ganado, pero el corazón del malvado o del impío tiene entrañas crueles, es despiadado” (12, 10). Y Santo Tomás de Aquino escribió: “Es evidente que, si un hombre practica el afecto compasivo por los animales, está mucho más dispuesto a sentir compasión por sus semejantes”. Pero este afecto compasivo con los animales no vendrá de cualquier ley de trato animal, de bienestar animal. Fue ya Pío XII quien dijo que “el mundo animal, como toda la creación, es una manifestación del poder de Dios, su sabiduría y su bondad, y como tal merece el respeto y la consideración del hombre. Cualquier deseo imprudente de matar animales, toda dureza innecesaria y crueldad insensible hacia ellos debe ser condenada”. Lo que es incompatible con el orden creador de Dios es preocuparse muchísimo de los animales y no cuidar de los humanos.
¿Tiene algo que ver los dichos de los santos y sabios con el problema práctico de alimentar al hambriento? Sí, rotundamente. El ser humano no vive sólo de pan y si cree que puede ignorar esta verdad, y puede permitir que el “sentimiento humano” se brutalice, no sólo pierde su inteligencia técnica, sino también su capacidad de un juicio sano, con el resultado de que incluso el pan le faltará, de una u otra manera.
Otra forma de decir esto mismo que hemos afirmado es la siguiente: la mayor tarea del hombre en la actualidad es la desarrollar en sí mismo el poder de la no violencia. Todo lo que hace violentamente, por ejemplo, en la agricultura, también puede hacerse sin violencia, es decir, adaptada de forma suave, orgánica y paciente a los ritmos de la vida
¿Estoy hablando como un pacifista partidario de la no violencia en las relaciones humanas y como un ecologista exagerado? No. Estoy diciendo que hay una forma hacer las cosas, una forma no violenta. Y se basa en una verdadera compasión por cientos de millones de humildes campesinos en todo el mundo, y en hacer un esfuerzo de la imaginación por reconocer los límites que tiene su pobreza. Quiera Dios que esto condujera a unas políticas que realmente les ayuden a ayudarse a sí mismos. Este es el camino, a mi modo de ser, que debemos buscar. Y veo que esto es humano, cuidadoso con la casa común, sin duda democrático y, según muchos pareceres, también el del Papa Francisco, sorprendentemente barato.
Braulio Rodríguez Plaza. Arzobispo emérito de Toledo