Ha sido noticia en estos últimos días el fallecimiento de tres grandes personalidades que se pueden considerar auténticos líderes en cuanto personas referenciales para un grupo social, político, religioso o colectividad. Multitud de personas han llorado la muerte tanto de Pelé como de Benedicto XVI o Nicolás Redondo, recordando con cariño lo mucho que hicieron en su vida por hacer un mundo más humano y más habitable.
El liderazgo como realidad antropológica ha estado siempre presente en la historia y en todos los grupos humanos. A muchos se les recuerda porque dejaron grandes huellas por su entrega en hacer un mundo mejor como Teresa de Calcuta, Nelson Mandela, Juan Pablo II, Ghandi y otros muchos; pero a otros -Hitler o Stalin- por su actuación corrupta y cruel, gobernando de manera totalitaria como tiranos. Una reflexión sobre el liderazgo en la actualidad no se puede realizar objetivamente sin tener en cuenta el paradigma sociopolítico y económico en el que se desenvuelve -y al que tanto se supedita-, que en palabras de algunos sociólogos es esencialmente líquido (Baugman).
La expresión de sociedad líquida viene significada, en palabras del citado sociólogo, por las características de este elemento en contraposición a lo sólido. Los líquidos se desplazan con facilidad, cambian de forma según el recipiente que los contienen, salpican, se vierten, manan, inundan, a diferencia de los sólidos no es posible detenerlos fácilmente… La sociedad líquida actual hace realidad la metáfora: nos movemos con rapidez pensando que las cosas no van a durar mucho, los compromisos no son para siempre, programamos la mente para cambiar según las circunstancias, y nadie puede sentirse hoy seguro pues como un líquido en un vaso al más ligero empujón cambia nuestra vida. Parece que somos más libres que nunca, pero la realidad es que somos más impotentes que en ningún otro momento de la historia.
Los dirigentes actuales, en este modelo social, se deslizan por él -nunca mejor dicho- como pez en el agua, cambian según sus conveniencias o intereses adaptándose a los tiempos y espacios más propicios, salpican o inundan según las circunstancias y no es fácil detenerlos cuando sus objetivos personales consiguen el cauce y el caudal adecuado. Y con el valor narcisista añadido -que tanto predomina en el modelo-, desde una creencia de superioridad sobre lo sólido, se levantan todas las mañanas y mirándose a su espejito mágico se preguntan si hay alguien más listo, más guapo y más inteligente que ellos. Son los nuevos narcisos de esta sociedad líquida: absortos en sí mismos, con una gran ambición, y con la necesidad de ser admirados…
El efecto más demoledor de esta cultura líquida para un crecimiento liberador y humano viene determinado por el relativismo moral y ético que la alimenta, y que con tanto ardor y solidez argumental ha denunciado Joseph Ratzinger, llegándolo a calificar como dictadura y como el desafío más grande para la cultura actual. El relativismo, que fue tema de un debate de gran altura intelectual con el filósofo alemán Jürgen Habermas, no reconoce referentes objetivos para caminar por la vida sino al propio yo y a su voluntad. El tema bien se lo merecía pues una sociedad sin referentes morales y éticos, y en virtud del principio de tolerancia, todo lo somete –incluso los asuntos más trascendentales y humanos- a la ley de las mayorías. La sociedad líquida queda servida, aunque se hiera el bien común, se distorsione la justicia, y los pobres y débiles sean excluidos.
Cambiar este modelo social, político y económico líquido que filtra y corroe poco a poco todas las estructuras sólidas que sostienen nuestras instituciones -sin dudar que algunas de ellas necesiten purificación y reformas- exigen otro tipo de dirigentes y de liderazgos. Es una constatación muy generalizada que faltan líderes en todos los ámbitos de la vida con capacidad comunicativa e inteligencia social y emocional no populista para llevar a cabo la gran transformación que urge este cambio de época tan desorientado. Sin liderazgos éticos no hay cambio. La sociedad líquida es muy cómoda y llevadera por su adaptabilidad y "levedad" para el poder, para los que mandan y tienen. Y se hace muy difícil "en la crisis del compromiso comunitario" (Papa Francisco).
Areópago es un grupo de opinión, con sede social en Toledo, formado por un conjunto de cristianos que desean hacer llegar su voz a la sociedad para poder entablar un diálogo constructivo sobre temas actuales de interés para todos.