Las personas normales tenemos, en general, cierto grado de sensibilidad (y más las empáticas) ante los problemas de los demás. Dependiendo de nuestra forma de ser, dentro de nosotros mismos, existe algo llamado resiliencia, que se puede traducir como la fortaleza que tenemos cada uno para superar adversidades, enfrentarnos a ellas, ver el lado positivo... Es esa capacidad que nos hace sobrevivir y recuperarnos de los problemas físicos o psicológicos, una y otra vez.
La autoestima es otro factor decisivo que nos empuja o nos frena a la hora de actuar y resolver o quedarnos embutidos en el miedo, en la pena y esperando a que alguien nos resuelva. “Sentirse capaz”, la sensación de autoeficacia, es la que va a hacer que luchemos con todo nuestro arsenal psicológico tanto para conseguir como para sobreponernos.
Por otra parte, están los que se sienten en constante incapacidad e indefensión y necesitan de los demás para no hundirse y para poder hacer y/o “ser”. Por la educación desde pequeños, pero sobre todo por aprendizaje, hay personas que aunque sean capaces se rinden, porque sienten que no saben cómo enfrentarse y otros por comodidad, en el caso de que estén acostumbrados a que les resuelvan. Éstos son los sobreprotegidos desde la infancia y poco o nada acostumbrados a enfrentarse a la vida. Los hijos de padres permisivos, pero sobre todo hijos de padres sobreprotectores, serán con bastante frecuencia, personas caprichosas, tiranas y victimistas. A partir de esto, la autoestima se va a fundamentar en otras formas inadaptadas de comportamiento, como por ejemplo llamar la atención, haciéndose las víctimas, para conseguir lo que sea.
Se hacen las víctimas hasta llegar a comportamientos inimaginables, y si encima tenemos un trastorno de la personalidad de base como puede ser sobre todo el histriónico (con “numerazos conductuales” extremos para conseguir la atención que necesitan) o el trastorno límite de personalidad, todo esto ya se complica…
La conducta de victimizarse como fuente para conseguir atención o para evitar responsabilidades, tiene un camino muy corto. El victimismo se convierte así en un mecanismo de manipulación del otro, a veces muy muy sutil porque contiene frases y actitudes que pocas veces podrían identificarse como un acto de intento de control del otro.
La queja continua, la pena inagotable, las anticipaciones de desgracias... y similares verbalizaciones, convierten a esa persona en alguien que al principio nos conmueve y nos volcamos a ayudarle, pero que con el paso del tiempo tendemos a evitarle, cuando vemos que esa actitud la mantiene y cuando además, sentimos algo en nuestro interior que nos produce rechazo, que nos baja escalones en el ánimo, que nos hace huir de ellos, nos crea ansiedad incluso…. es curioso. Pero nos restan energías si estamos tiempo con estas personas. Todos ellos han APRENDIDO a conseguir la atención de los demás a través de “la pena” y las desgracias que “no paran de pasarles”.
La necesidad de atención la obtienen hasta inventándose enfermedades o aumentando sus síntomas de gravedad o dolor, por ejemplo; lo hacen con un lenguaje lento, fingiendo un ánimo deprimido, con gestos de pena y en ocasiones con lágrimas... Otras veces con ira o haciendo sentir culpable explícitamente al otro. Y todo esto para conseguir atención o por no haberla conseguido. Y es que sin atención se sienten nada y son capaces de lo que sea, de lo que sea, repito, para estar ahí, presentes y en el !centro...! Aunque este camino puede ser el más rápido para lo que quieran conseguir, es también el más rápido para ser evitados o rechazados, siempre y cuando no te sientas tan implicado ya con esta persona, sientas hartazgo o te sientas tan manipulado emocionalmente por ella, que abandonarlo es una opción o alejarte. También esa manipulación emocional que ejercen sobre ti con la pena que generan, puede suponer para ti un sentimiento de culpa que quizás te haga mantenerte ahí con mucho malestar y el círculo así se va cerrando, hasta que estés totalmente sometido, y empiezen tus síntomas depresivos, de ira...
Hay personas que adoptan este papel de indefensos y pobrecitos de por vida y otros que sólo despliegan este arsenal ocasionalmente cuando, sobre la marcha, ven que la situación se les va de las manos, es decir, que otro está siendo el centro o que ellos se están sintiendo desplazados. Su autoestima se siente amenazada subjetivamente y están acostumbrados a romper esa angustia vital suya del momento, con alguna actitud que interfiera y redirija la atención de los demás hacia ella, por ejemplo: “Me encuentro muy mal… me estás recordando un momento fatal de mi vida… no sé qué me pasa pero creo que necesito irme…" o los otros comportamientos exagerados y explícitos a los que me refería antes, de montar un numerito de voces, gritos, penas, culpas… Esa baja autoestima se traduce y transforma en conductas de envidia hacia los demás y pone en funcionamiento los mecanismos de autodefensa, en este caso, HACERSE LA VÍCTIMA.
Estas personas cuando sienten que dominan la situación, cuando sienten que nadie entra en competencia con ellas, suelen ser encantadoras, conductas estas también exageradas, como para demostrar que son geniales en esencia… pero cuando no ven su sitio se ponen, fingen claramente, estar tristes o enfermas.
Las personas que acostumbran a usar el victimismo una y otra vez, como forma de que les presten atención, al final lo que consiguen es todo lo contrario. La empatía a la que me refería al principio nos acerca al otro, pero cuando la queja es constante en alguien con quien convivimos, en alguna amistad en la que ya hemos visto esta estrategia de querer atención… cuando nos damos cuenta de la incomodidad que nos genera esa actitud, lo que está consiguiendo la persona “víctima” es que nos alejemos de ellas, que las evitemos... porque nos producen un desgaste indescriptible. Nos usan, nos machacan, nos ponen por las nubes si se salen con la suya, nos castigan si otra vez no son quienes manejan la situación, en fin.
Y ¿qué hace el victimista a partir de este momento en que ve que no le prestamos la misma atención que antes? Pues sí, eso, lo que sabe que le daba la atención: aumenta aún más esa conducta, se queja más, más veces con más intensidad, entrando así en un círculo vicioso tanto para él mismo como para el resto, aumentan la queja de forma descontrolada hasta para ellos, y para nosotros ya es insostenible esta situación.
Es inevitable acudir al psicólogo, porque una vez que se entra en ese bucle conductual de refuerzo y pérdida del mismo que es la atención, sí que es cierto que lo siguiente puede ser una depresión o una ira descontrolada en ambos, tanto en el victimista como en el que le aguanta. Y lo de inevitable ir al psicólogo, también se hace presente cuando CONVIVES con una de estas personas, porque minan tu capacidad de resistencia y también tu autoestima porque utilizan permanentemente la culpa en el otro.
El motivo de consulta de los victimistas suele ser por síntomas depresivos. Al sentirse poco importante para los demás e incluso abandonado o decepcionado por otros. Incluso en ellos, el acudir al psicólogo puede seguir siendo un mecanismo de manipulación del otro, una demostración de que se está mal y una intención encubierta para que hasta el mismo psicólogo les procure volver a conseguir la atención. Bueno, por lo pronto ya la obtienen del propio psicólogo.
Así son.
Y... cuidado para los empáticos, porque una vez que caen en “las manos” de uno de estas personas tóxicas, el verlo y salir de ahí, va a requerir ayuda. Pero sal como sea, de esa amiga, de ese compañero, de tu pareja, porque los victimistas no van a cambiar.
ANA M ANGEL ESTEBAN. PSICÓLOGA CLÍNICA Y FORENSE