Sucede con lamentable frecuencia y por muy diversos motivos que la biografía de determinadas personas con cierto relieve público en su momento, lo ejemplar de su civismo y conducta moral a lo largo de su vida, lo meritorio y brillante de su trayectoria profesional, pasen desapercibidos y hasta totalmente ignorados por la gran mayoría de algunas generaciones siguientes de la ciudad que les vio nacer. Más habitual todavía y casi inevitable, que el simple paso del tiempo sirva en algo para redimirles de ese injusto desconocimiento, y que por tanto su vida y su obra ni siquiera puedan ser calificadas de olvido.
Es el caso del Ingeniero de Caminos José Miguel Hernández Vázquez, de cuyo fallecimiento se cumplen diez años el día 24 de febrero del presente año.
Toledano de nacimiento, en 1938, su domicilio familiar estaba situado en lo más céntrico del Alcaná de la judería de la vieja ciudad castellana. Mayor pedigrí de toledanía, imposible. Era la primera vivienda de la Calle Chapinería o de La Feria en esquina inmediata a esa Plaza mal llamada de las Cuatro Calles. En realidad, por extrañas razones del desacuerdo entre el callejero toledano y las mutaciones urbanas, a buen seguro sólo conocidas por el inolvidable don Julio Porres, ese “cuarteto” le forman hoy las cinco calles que en ese histórico –y también literario– punto confluyen.
Punto también el más idóneo, en opinión de don Gregorio Marañón, para contemplar toda la inmensa belleza de la Custodia de Arfe en su anual procesión toledana del día del Corpus. Ese era el paisaje urbano más inmediato de la niñez, adolescencia y primera juventud de José Miguel.
Nuestras familias se profesaban una muy sincera amistad y su padre, don Julio, que era uno de los personajes más típicos de ese entorno urbano, con paisaje y paisanaje todavía entonces reconocibles, compartía buenos ratos de encuentro y charla con el mío.
Al igual que yo, era alumno del viejo Colegio de los Hermanos Maristas, durante tanto tiempo en la calle Alfonso XII, y aunque con esa distancia y ese respeto casi reverencial que se tiene con compañeros de cursos superiores –él era de algún curso superior al mío– yo mantenía con José Miguel una relación personal muy afectuosa.
Al cabo de unos años, aunque ya cada cual con su trayectoria vital por otros caminos, se acrecentó ese amistoso afecto. Fue con motivo de mi muy necesitado refuerzo de conocimientos de la asignatura de Física, disciplina clave en los exámenes de ingreso en las Escuelas de ingenieros, y de los que yo no debía andar muy sobrado. En algunas vacaciones de un verano de aquellos años, José Miguel ejerció de provisional profesor mío en clases particulares que en poco tiempo me familiarizaron (¡!) con conceptos tan básicos de la Mecánica como la hodógrafa o la ecuación del movimiento armónico simple.
Pero ya para entonces, la vida de José Miguel había cambiado de origen de coordenadas. Sin que en modo alguno decayera su amor a su Toledo natal, desde muy pronto Madrid fue su principal punto de referencia. Sus inquietudes intelectuales y su inicial fervor por el cambio democrático le distanciaban de un Toledo excesivamente provinciano, de rutinas lánguidas y de ausencia casi total de iniciativas culturales. Por lo demás, su pronto ingreso, en 1968, muy poco después de terminada su carrera de Ingeniero de Caminos, en el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, era también motivo casi obligado de esa ausencia.
Desde esos primeros pasos de su andadura profesional, su valía como ingeniero y su completa formación humanística hicieron que su progresión constituyera una carrera fulgurante de puestos de alta responsabilidad en la Administración Pública: Ingeniería de Proyectos en la Empresa Pública INITEC, Director del Gabinete del Ministro de Obras Públicas, Luis Ortiz, de UCD, y ya en gobiernos de Felipe González, Director General de Obras Hidráulicas, con Julián Campo Sainz de Rozas, y Secretario de Estado de Defensa, con Julián García Vargas.
Al mismo tiempo, su carácter moderado y dialogante, unido a sus convicciones democráticas y a su compromiso en la lucha contra la dictadura de entonces le llevaron a la militancia en el Partido Socialista Popular, PSP, del profesor Tierno Galván.
La vida profesional de José Miguel fue en realidad un continuo ejemplo de servicio a la democracia. Si reparamos en el nivel, tanto intelectual como moral, de una gran parte de altos cargos políticos de la vida pública de nuestros días, más aún en su deplorable mediocridad, y lo comparamos con la talla personal y profesional de José Miguel Hernández tenemos una exacta idea del deterioro que desde entonces hasta hoy ha experimentado nuestra vida democrática.
De aquella distancia, sólo física, que el tiempo y las circunstancias personales habían establecido entre nosotros, vino a ser el controvertido asunto del trasvase Tajo-Segura el que propiciara un venturoso reencuentro. Desde el primer momento de consumarse este desaguisado nos pusimos en contacto. Uno de los primeros logros del Equipo Defensa del Tajo fue la publicación de un folleto, de modesta pretensión editorial pero de muy contundentes razones, que desde la más radical oposición toledana al trasvase pronto se convirtió en santo y seña de todo el movimiento contra esta obra.
En las primeras páginas figuraba la relación de todas las personas que habíamos participado en su elaboración y redacción, y aunque José Miguel apenas participase de forma directa en las tareas del Equipo Defensa del Tajo, se consideró imprescindible su inclusión en el mismo por varias razones.
La primera, toledano de nacimiento, Ingeniero de Caminos de brillante trayectoria, su nombre en esa lista añadía a la causa anti-trasvase un timbre de genuina autenticidad e innegable valor testimonial. Por lo demás yo era bien sabedor de que mantuvo de siempre objeciones muy serias a esta gigantesca obra de cirugía hidráulica, por más que nunca lo manifestase como oposición frontalmente radical.
Dotado como estaba de una gran inteligencia, su posición prudente y relativamente tibia al respecto venía determinada por su muy cualificada posición en la escala político-administrativa de aquellos primeros gobiernos de UCD, en la Transición Democrática. Identificado con el ala socialdemócrata o, en otro sentido, más liberal de esta formación, su proximidad a personas como Francisco Fernández Ordóñez o Joaquín Garrigues Walker –que sucedió por entonces a Luis Ortiz en el Ministerio– cualquier discrepancia extremista podría ser tenida como deslealtad a esos políticos, valedores de un proyecto hidráulico de tal envergadura, del que también ellos se consideraban incómodos herederos y, quizá a su pesar, guardianes de su carácter irreversible.
Todo ello había determinado que la relación de José Miguel con el Equipo Defensa del Tajo fuese casi única y exclusivamente la que se había establecido a través de esta amistad personal conmigo. Había creído yo, iluso de mí, que un contacto de tan alto nivel, ¡nada menos que el Director General de Obras Hidráulicas!, sería fundamental para intentar todavía arreglar aquel despropósito del trasvase, y que una influencia de tan significado rango, en la inmediata proximidad del Ministro, podría conseguir al menos hacer valer algunas de nuestras razones.
La verdad es que a esas alturas el trasvase ya era un hecho consumado, y que por mucha que hubiese sido la buena voluntad de José Miguel y su pasión toledanista, cosas ambas de las que nunca dudé, aquello ya no tenía vuelta atrás. Me valía, eso sí, nuestra frecuente y amistosa relación para tener información muy de primera mano de la marcha de los últimos tramos de la gigantesca obra, del fabuloso monto de su presupuesto y de los detalles de la legislación que sobre tarifas y compensaciones se estaba elaborando. Pero poco más, por mucho que yo entrara y saliera por los despachos más alfombrados del Ministerio como Pedro por su casa, y que pensara, llevado una vez más de mi visceral optimismo, que mi modesta estrategia de integrar a José Miguel en el Equipo Defensa del Tajo podría suponer una manera de comprometerle con nuestra causa, cuando la realidad era que nuestra causa ya era una causa perdida.
José Miguel Hernández, con más que sobrado merecimiento, aunque más joven, podría formar trío con otros dos de sus colegas, insignes Ingenieros de Caminos, ambos también toledanos, que en el pasado siglo dieron lustre a su profesión, y que no se distinguieron precisamente por entusiasmo trasvasista alguno. Muy al contrario.
Era el de más edad don Raúl Celestino Gómez, que entre otros muchos méritos de su currículo, sobresalían el de alma mater del formidable emporio empresarial de Dragados y Construcciones, Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo y profundo investigador de la historia de las obras hidráulicas de la época romana.
No mucho, pero algo más joven, también de muy brillante trayectoria profesional y meritorio historial político –Diputado y Senador por la provincia de Toledo en varias Legislaturas– don Manuel Díaz-Marta Pinilla se distinguió por sus abundantes y muy razonados estudios e informes de oposición al trasvase.
A la plurivalente cultura de José Miguel Hernández, a su espíritu humanista de amplios vuelos y a lo más depurado de su inteligencia creativa no le podía resultar ajena la inquietud literaria. Así, buena muestra de ello, dejó dos títulos de novelas, Sajarov ha muerto y Una tumba en Toscana, en las que pone de manifiesto la calidad de su excelente narrativa.
En esta fecha del décimo aniversario de su tránsito bien merece la pena dejar constancia del impresionante valor profesional y de la extraordinaria valía humana de este eminente Ingeniero de Caminos, persona de bien y ciudadano ejemplar que debería figurar por mérito propio en cualquier relación de hijos ilustres de la Ciudad Imperial.