¿Recuerdan la fábula del abuelo, el nieto y el burro? Brevemente, venía a decir que estando un abuelo con su nieto y teniendo que emprender un viaje, prepararon las viandas necesarias y a su borriquillo. Pensando el anciano que el nieto se cansaría si anduviese todo el trayecto, decidió que sería el niño quien montase en el animal para que no desfalleciera.
Al llegar a la primera aldea fueron criticados por ser el anciano quien iba a pie, de manera que el anciano decidió ser él quien montase en el asno y no su nieto. Al alcanzar la segunda aldea, de nuevo fueron fuertemente censurados, por ser el joven quien anduviese por egoísmo del viejo, así que de nuevo decidieron cambiar la posición y ambos se encaramaron en el animal. Al ganar la tercera aldea, quienes los vieron se echaron las manos a la cabeza por ir ambos encima del burro —lástima de animal—, así que decidieron bajarse. Lo más llamativo es que, en la cuarta aldea que aún no era el destino final de su viaje, la plebe se rio a carcajadas de abuelo y nieto por ir ambos a pie.
Y es que, hagamos lo que hagamos, siempre habrá alguien al que no le parezca acertada la forma de vida que llevamos o los derechos que queramos poner en valor y nos critique con toda su mala baba. Y esto me lleva a la fidelidad para con nosotros mismos, al compromiso con nuestros valores, nuestra esencia, y al afán por agradar al prójimo, aunque te agredas a ti mismo.
En estos días celebramos el Día de la Mujer, antes Día de la Mujer Trabajadora, y no es que se excluyera a aquellas que no lo eran, es que nació por las propias desigualdades que existían en aquel momento y por contenido de clase revolucionaria. El 8 de marzo de 1957, en una manifestación de trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York, murieron 120 mujeres que reclamaban sus derechos, iniciándose así la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres en todos los aspectos. Ese es el hecho en sí que dio origen al Día Internacional de la Mujer Trabajadora, promulgado posteriormente en 1977 por la Organización de Naciones Unidas (ONU) el Día Internacional de la Mujer.
Son esas mujeres, aquellas, las que con su fortaleza, valores y fidelidad a sus ideas, y ante todo por las necesidades nacidas de la desigualdad, las que después de haber alimentado, limpiado y cuidado al burro, nunca se habían subido en él y reivindicaron por ello hasta el punto de morir.
Desde entonces la crítica al grito de igualdad ha sido un pulso absoluto en muchos ámbitos de la convivencia entre hombres y mujeres siendo cohabitantes de un mismo mundo, que debería haber evolucionado en igualdad de derechos, libertades y voluntades.
Lo que más escuece de todo esto es que seguimos criticando, en nuestras particulares aldeas, a las mujeres que logran tomar sus propias decisiones siendo fieles a sí mismas, bien por conseguir emprender (porque cómo van a cuidar de sus hijos y de sus padres enfermos, son unas egoístas), o de las mujeres jóvenes que deciden no tener hijos para seguir su trayectoria de vida y profesional (cómo pueden ser tan materialistas que no quieren tener hijos, eso va contra natura), o de las que deciden separarse (quién las va a querer, ellas sabrán lo que hacen) y así, podríamos seguir relatando mil conductas que no tendrían que ser puestas en entredicho. Y esta crítica tan voraz la ejercemos hombres y mujeres sin piedad, porque nos hemos acostumbrado a vivir tildando la paja del ojo ajeno. Días como este, el 8 de marzo, no deberían existir, como tampoco ataques tan sibilinos en la sociedad en la que vivimos.
Pero la fidelidad y la creencia de una buena convivencia y la ilusión porque así sea hace que luchemos por encontrar lo que el último de los dioses del Olimpo nos escondió en la caja de Pandora, pensando que no la encontraríamos: la felicidad dentro del propio ser humano (sin distinción de género).
Y es que, aun estando tan ocupados en la búsqueda de la verdadera igualdad fuera de nosotros, esta está dentro de nosotros, en cada acto y pensamiento, en cada mirada limpia, en cada esfuerzo compartido, en cada minuto que convivimos, además de en las propias leyes… Y ahí lo dejo.