Así es, la vida va marcada por las fechas que otros nos regalaron como grandes y que nosotros marcamos como especiales. Y este 8 de junio es uno de los tres jueves que relucen más que el sol, la fiesta del Corpus Christi.
Seas toledano o no, el encuentro que provoca la estética y el olor de las calles, la armonía y belleza de sus patios y el gentío que, risueño, convive en sus plazas, hace que todos los sentidos se empapen de lo importante que es esta semana grande toledana.
Y ansío que llegue de nuevo el jueves y, como siempre, entrar en la Catedral Primada antes de que llegue la hora de procesionar y respirar el olor a incienso. Mirarme en la ternura que desprenden las miradas de los allí convocados.
Cuando veo a esos infantes, preciosamente engalanados con sus trajes de comunión, con esos ojos expectantes y la responsabilidad de haber tomado por primera vez semanas antes el cuerpo y la sangre de Cristo, me envuelve en la nostalgia de tiempos impagables y solo revividos en los turnos de otros, como lo hice con mis hijos y amigos. Porque esto que celebramos es ajeno a lo moderno y novedoso, son raíces y es costumbre, son creencias.
Para aquellos que no conocéis la procesión del Corpus toledana, he de contaros algunos detalles. Procesionan alrededor de treinta órdenes y cofradías cuyos coloridos trajes con los que se engalanan son de una riqueza y estética incalculable. A modo de ejemplo destaco la orden fundada en el 1844 del Piquete de la Guardia Civil. Los Timbaleros del Excelentísimo Ayuntamiento custodian a caballo, vistiendo galas que perpetúan a los antiguos sofieles municipales; o la Soberana Orden Militar de Malta cuyos orígenes se remontan a 1048. Quiero deciros que la Banda de Gala de la Guardia Civil nos estremece y emociona con su majestuoso sonar. Que el Pertiguero, ataviado con peluca y capa de seda blanca, abre el camino litúrgico golpeando el suelo con su vara de plata y cientos de detalles más que hay que ver, porque os aseguro que el silencio y el respeto unánime es plausible.
Y eso no es todo, el Guion y Cofradía del Gremio de los Hortelanos, que son el único gremio que permanece desde la Edad Media, que se dice pronto, procesiona con unas capas regias. Desconozco su peso, pero en pleno mes de junio es todo un regalo verlos. Y detrás de ellos, otras preciosas cofradías como la Hermandad de Nuestra Señora Santa María del Alcázar, o la de Nuestra Señora de los Remedios, o la Cofradía de Penitencia del Santísimo Cristo del Amor, la del Nazareno Cautivo o la de la Adoración Perpetua. Y muchísimas más que, por no extenderme, omito, y que os aseguro que son preciosas.
Y así desfilan por las estrechas y serpenteantes calles toledanas órdenes religiosas, de terciarios, de investigadores, y me gusta destacar la Ilustre y Antiquísima Hermandad de Caballeros y Damas Mozárabes, los Infanzones de Illescas, entre otros, hasta que el humo del incienso se acentúa y comienzan a caer de los balcones repletos nubes de flores y pétalos porque el Santísimo Sacramento se acerca. Y ya no ves todo lo que le acompaña y rinde honores, ves los ojos vidriosos de los que te rodean, que crean o no, recuerdan otros Corpus vividos con los que ya no están, están fuera o no quieren estar. Piden con anhelo ferviente que ocurran cambios en sus vidas, salud para los que la tienen mermada o incluso milagros. Y los hay arrodillados, los hay que se santiguan, los que simplemente observan que la fe, propia o ajena, mueve a las personas de forma unánime.
Por eso, en esta víspera del jueves que reluce más que el sol, quiero dar las gracias a todas las personas que participan y organizan este magnífico instante para regalo de todos nosotros.