Los insultos racistas a un deportista famoso en un campo de fútbol han sido centro de interés y atención generalizada durante estos últimos días en nuestro país y fuera de él. La opinión pública y publicada, emisoras de radio y televisión, periódicos y redes sociales han vivido un auténtico vértigo de debate apasionado sobre este asunto. El racismo ha sido tema prioritario de opinión en amplios círculos de nuestra sociedad, tanto deportivos como sociopolíticos y económicos. ¿Es España un país racista? ¿Se está haciendo lo suficiente para erradicar el racismo del deporte en general y de los campos de fútbol en particular? Han sido grandes titulares y no solamente en la prensa y radiotelevisión deportiva.
Aunque aún no se ha calmado totalmente el debate público, sí podemos decir que hay más silencio pasional para abordarlo con serenidad, no perdernos en su adecuado enfoque, y consecuentemente buscar medios eficaces para erradicarlo.
De entrada, es bueno llegar a un acuerdo sobre lo que significa el racismo y a partir de ahí determinar quién lo practica. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como “creencia que sostiene la superioridad de un grupo étnico sobre los demás, lo que conduce a la discriminación o persecución social”. La discriminación y exclusión social partiendo de la superioridad de raza son pues elementos esenciales para distinguir si una sociedad o persona es racista. Por eso hemos de preguntarnos, para clarificar el problema que se ha planteado, si esos elementos se encuentran formalmente en el pensamiento consciente de los energúmenos que realizan insultos en un campo de fútbol o en cualquier otro lugar; o si por el contrario, es el arma arrojadiza que utilizan algunos espectadores para denigrar al jugador contrario, que con su buen juego está frustrando su mayor anhelo, alimentado durante toda la semana, de ver ganar a su equipo. Insultos que por supuesto también arrojan sobre el árbitro, o cualquier otra persona que pueda frustrar esos deseos. El fútbol hoy día, deporte y espectáculo bello, se está convirtiendo para muchos en el lugar adecuado para desahogar comportamientos agresivos y patológicos, consecuencia de frustraciones personales, sociales o laborales. No es el racismo, que también, sino la violencia verbal y algunas veces física el gran problema a erradicar de los campos de fútbol.
La violencia -que incluye también la racista- según denuncia la Organización Mundial de la Salud- se ha convertido en uno de los más graves problemas de nuestra sociedad contemporánea. Se suele escenificar -aunque no únicamente- en los espacios deportivos. Véase si no lo que está sucediendo en el ámbito de la política, en algunos medios de comunicación, en las redes sociales, en la violencia contra la mujer… Tiene la violencia una peculiar característica que la hace ser tremendamente peligrosa, porque camina en nuestras vidas cotidianas de forma silenciosa y practicándose con naturalidad y como algo normal. La división y fragmentación polarizada que está surgiendo con fuerza en todos los ámbitos de nuestra sociedad, y la difícil tarea de conjugar en nuestras sociedades plurales la identidad con la diversidad conforman un caldo de cultivo importante para su desarrollo. La tarea de erradicarla se constituye pues en uno de los más grandes retos de nuestra sociedad.
Retos con senderos muy complicados de explorar, porque son muchos los factores culturales, sociales y económicos que contribuyen a su desarrollo. Entre todos esos senderos se ha de tener muy en cuenta como esencial para recorrerlos la buena práctica educativa en las estructuras de acogida donde se desarrollan nuestras vidas, la familia, la escuela, las asociaciones, los medios de comunicación, etc.