El viernes pasado escuché una entrevista que le hacían en la radio a Miguel López-Alegría, astronauta español que ha viajado al espacio cinco veces y en breve lo hará por sexta vez. En ella decía que ver la tierra desde el espacio te hace admirarla sin fronteras entre países; decía que, en verdad, somos todos hermanos y deberíamos hacer el esfuerzo de llevarnos bien y no gastar a la tierra, cuidarla y protegerla porque fuera de ella no hay nada más que frío y oscuridad, no hay vida. Y más aún sabiendo que es el único lugar habitable para el ser humano y demás criaturas que la pueblan.
He de confesar que se me removió todo el cuerpo en un torbellino de emociones y pensamientos. Si desde el cielo somos uno y únicos ¿por qué con los pies en la tierra nos empeñamos en separarnos?
Hace unos días tuve la ocasión de pisar varios lugares de Castilla y León, esa España que poco a poco se va abandonando y con ello despoblando. Vestigios de generaciones pasadas por todos sus rincones que la hacen majestuosa; inmensa ante mis ojos como otros muchos lugares que he tenido el regalo de visitar.
Pateándola, sentí zonas con un magnetismo que atrae y provoca disfrutarlas. Paseé por las calles de Zamora, mi gran desconocida de esa comunidad autónoma. Tan solo recordada en mi memoria cuando un libro de arte caía en mis manos. Atravesé sus puentes y me acerqué al sonido de sus aceñas y en todo ese recorrido especulé en la belleza que las aguas del río Duero, al igual que mis queridos Tajo y Guadalquivir —ríos acoplados a mi vida—, dejaban a su paso. Isletas pobladas de pájaros, la luz del sol plateando en sus aguas calmadas y el embaucador sonido de la naturaleza.
Entonces recordé las palabras del astronauta y lo feliz que me sentí en Nueva York cuando me presentaron como escritora española con la firma y sello que eso representa; con la grandeza de pertenecer a un país lleno de encanto en cualquiera de sus autonomías; con paisajes y manjares que te llevan a un deleite sublime. Y me concebí patria. Y se me encogió el estómago cuando recordé que queremos partirla, o al menos algunos lo desean, y pensé en las palabras de Miguel: «desde el cielo no hay fronteras, se ve la Tierra como en los mapas».
Quiero ver en los ojos de aquel que se siente español el sentimiento de patria, sea cual sea su ideología, el orgulloso por sus raíces, ya sean manchegas, andaluzas, castellanas, catalanas, vascas, gallegas, etc., ese orgullo de tener la fortuna de vivir en uno de los lugares más bonitos del mundo.
El sentimiento de patria, como cualquiera de los que pertenecen a los nobles valores humanos, no supone renunciar al lugar de donde uno es o pace y presume obligaciones hacia dicho sentimiento. Los compromisos que las personas tienen para con su patria no suponen otra cosa que cuidarla, embellecerla y enriquecerla, sin más límites que el considerar que es única e irrepetible en el mundo.
Por eso entiendo que, aun siendo habitantes de este planeta llamado Tierra, debemos sentir también con los pies en la tierra que en nuestro país no hay fronteras. No se las merece.