Dicho lo cual, quiero decir otra cosa: el sanchismo ya ha metabolizado a Emiliano García-Page. Problema finiquitado, amortizados titulares y telediarios. Este Pepito Grillo se acabó. El Comité Federal del sábado le ha servido también a Pedro Sánchez para mostrar la casi entera soledad del presidente de Castilla-La Mancha y exhibir su discurso crítico como una entrañable reliquia del pasado que ya puede enterrarse en los oscuros archivos de Ferraz. El PSOE de 2023 ya está en la siguiente pantalla y todo se disuelve en el mando único e incontestable de la jerarquía, aunque sea en el tenebroso sendero tan humillante e indecoroso que está recorriendo Sánchez.
Así pues todo queda dicho, Emiliano: sabemos, compañero, que no te gusta cómo somos, que no aplaudes nuestros discursos, que no te sometes a nuestro líder y que eres un perfecto regañón, pero, querido amigo, ya has hablado, ya te hemos oído y ya puedes marcharte cuando quieras con tu melancolía, que nosotros vamos a seguir nuestro camino. Salva tu dignidad, pero tu reino ya no es de este mundo. El tiempo es depurativo y has sido arrollado por la Historia. Cierra la puerta al salir.
No hay más. Eso es todo. No es que Page se esté moviendo en la foto, es que desde el sábado ha quedado oficialmente fuera del encuadre. Sus cantinelas han pasado a mejor vida. El barón castellano-manchego ha dicho lo que tenía que decir, le han escuchado en silencio y con respeto y, en ese mismo acto, ha quedado desactivada toda su artillería. Solita, por sí misma, sin necesidad de forzar ninguna maquinaria. La fuerza de la autocracia. Llegar al Comité Federal y soltarlo todo era lo que necesitaba el sanchismo para digerir meses de bombazos en los medios y disolver al díscolo en la propia esencia de su nostalgia. Que también es la mía, tengo que reconocerlo, y vaya desde aquí mi solidaria comprensión.
A Page le queda, y es mucho, su refugio en Castilla-La Mancha, el amplio poder y liderazgo social que conserva en la región, pero el PSOE tal como lo conoció ya ha desaparecido y, salvo milagro, nunca volverá. Sencillamente no existe, ha declinado en sanchismo. Más allá de mi pesimismo político antropológico, voy teniendo claro que esta sociedad española, en creciente estado líquido tirando a gaseoso desde 2004 para acá, no sólo ha desembocado en Sánchez sino que, al menos en su mitad, lo acepta casi con entusiasmo y lo merece. Un país que asume ser difuminado y se deja, obediente, emulsionar, tiene en este hombre su liderazgo natural. Así que, vivamos felices: que el prófugo le haga presidente y nosotros cantemos de emoción. Y lo que tenga que venir, vendrá. Disfrutemos del paisaje tan enternecedor que se nos está quedando.