Tengo claro que Pedro Sánchez no es socialista ni nada. Mucho menos socialdemócrata. Lidera el PSOE como podría comandar cualquier otro instrumento político que pudiera poner a su servicio. Ha demostrado un inmenso talento en ese juego de impostación. Es enorme y fascinante, el killer que dice Arturo Pérez-Reverte. No hay principios ni ideología: sólo sanchismo, que es la máquina del poder por el poder que hoy gobierna España. Los valores de ayer son los demonios de hoy y los ideales de hoy eran las líneas rojas de ayer. Todo ya es bruma y este Partido Socialista humillado está sometido a un autócrata que no ve más allá de su propio espejo.
No hace falta insistir en ello. Salvo los muy cafeteros y los que viven del régimen, todo el mundo lo tiene claro. En este contexto, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, se ha convertido en la isla solitaria y melancólica que patalea todos los días, pero sin verdadero impulso para cambiar las cosas, sin ganas, sin esperanza, sin nada que hacer más que abrazarse llorando por las esquinas. Es una pura rutina, nadie de los suyos le escucha: el ruido que mete Page ya está amortizado entre los socialistas y probablemente quisieran echarle si fueran capaces de evitar el escándalo. Dentro llorando renta más que quebrado por fuera.
Sector crítico estrictamente unipersonal y nostálgico, tocado por la morriña infinita que nace de la impotencia, Page recorre su camino, vive en el sol del membrillo de su día a día y tal vez llegue un momento fugaz en el que pueda volver a la luz. Tal vez. Lo que Felipe González llamó “la cobija de Page”, pero parece tan improbable como resucitar al PSOE del encefalograma político plano al que Sánchez le ha conducido, a mayor gloria. Page tiene su rancho, su enseña y su marca, y ese sello personal le valdrá probablemente todo el tiempo que quiera en Castilla-La Mancha pero sólo una revolución completa e inesperada puede regresarle al mundo de los vivos en el PSOE. Ojalá, pero quiá.
Así las cosas, así la vida, voy a hacerme una absurda pregunta retórica sin sentido, cuya respuesta conozco perfectamente y está en el ADN de la democracia imperfecta que hemos construido en España y este un poco estúpido y surrealista sistema de partidos: ¿Y por qué Page no se va del PSOE? Este PSOE que no es el suyo y que gobierna España de forma a ratos tan evidentemente reaccionaria. A partir de aquí parece difícil mejorar el silencio.