A Emiliano García-Page sólo le ha faltado saltar de alegría por la demolición del PSOE en Galicia y el impacto nacional que eso tenga. Tal vez en privado, porque en público se quedó al pie del acantilado con esta frase textual: “Celebro que en Galicia no hayan entrado corrientes independentistas”. Teniendo en cuenta que esta irrupción nacionalista sólo era posible con la inestimable ayuda del PSOE (el nuevo “partido monaguillo” de la política española), lo que Page está diciendo en realidad es que “celebra” que los socialistas no hayan dado un nuevo salto rupturista en España. El sanchismo ya es el obispillo de los separatistas catalanes y vascos, y Page evidentemente está contento de que ese muro no se haya empezado también a levantar en Galicia. Alabados sean los gallegos: el barón castellano-manchego acaba de ganarse la medalla por derecho propio de titular indiscutible y representante máximo de “lo que queda del PSOE”. Un sector hasta hoy desértico y unipersonal.
Parece obvio que esta felicidad gallega de Page no viene por el cataclismo de las siglas de su partido, sino por la nueva derrota que encaja en primera persona Pedro Sánchez, cuya debilidad y obsesión por el poder viene aireando el presidente de Castilla-La Mancha desde hace muchos meses. Ayer volvió Page a evidenciarlo al lamentar que el dueño del “mando a distancia” de la legislatura sea el fugado Carles Puigdemont. O sea, que más allá de Page, ya no existe el PSOE, sólo sanchismo, y eso es un gran motivo entre los socialistas que aún vayan quedando para poner en marcha lo que el líder castellano-manchego ha definido como hacer “una reflexión nacional”, es decir, mirando a la Moncloa, que es el foco de todos los males socialistas desde hace mucho tiempo, por mucho que Sánchez y su camarilla no se bajen del carro del poder. “No vamos a engañarnos, el producto era regional, pero el guiso era nacional”, ha zanjado el presidente de Castilla-La Mancha.
Y es que el ciclo electoral viene “muy hostil” para los socialistas, en palabras del propio Page, que ha propuesto al PSOE hacer una “reflexión profunda”, una “rectificación” y “sacar conclusiones desde la seriedad”, es decir, echarle una pensada al sanchismo y su ubicación en los “extrarradios” de la Constitución y actuar en consecuencia. Pero, llegados a este punto, caben dos o tres preguntas pertinentes: ¿qué plantea Page en realidad? ¿qué está demandando al PSOE? ¿qué propone hacer y a quién en concreto se lo pide? La realidad que hay detrás de estas preguntas es la misma una y otra vez: si ya sólo queda Page en el PSOE, si fuera del sanchismo sólo existe encefalograma plano y si Sánchez acapara todo el poder, ¿qué se puede hacer? Es decir, ¿a quién lanza Page la necesidad de dar un volantazo? Ni siquiera un congreso extraordinario, controlado y dirigido por Sánchez, parece una fórmula eficaz para salvar la situación, tal como este mismo martes ha dejado claro María Jesús Montero al pedir a Page poco menos que adhesión inquebrantable a los principios generales del sanchismo: “Me resulta incomprensible”. El régimen se impone y el elefante no avanza un centímetro.
Así que nada parece que vaya a moverse ni en la Moncloa ni en Ferraz y sólo queda Page para hacerlo. “Ya sólo somos Sánchez”, tal como ha lamentado en El Español un destacado dirigente socialista. El barón castellano-manchego puede, por tanto, seguir hablando en los periódicos, pero sin un movimiento real los picotazos que llegan de Toledo no son más que un mosquito en la piel de un rinoceronte. El paso definitivo que Page nunca da frente al riesgo, supongo que cada vez más cierto, de que Sánchez liquide definitivamente al PSOE o le deje lastrado para mucho tiempo. Y que España acuse gravemente el golpe, que es lo verdaderamente importante.