Ese nefando prestidigitador a sueldo de España que es Pedro Sánchez, el mayor propagandista de la democracia, se ha puesto una bata blanca y se ha ido al Valle de los Caídos, con cara impostadamente de palo, a hacerse unos selfies y un NO-DO con la abierta intención de despistar al personal con el comodín de Franco y cambiarle el foco al fangal de la actualidad. El truco es muy viejo y a Sánchez se le ven las costuras de la trampa desde Sebastopol. Ya no engaña a nadie, salvo a los que voluntariamente se dejen, y este chusquero episodio de Cuelgamuros es una ofensa a la inteligencia general de los españoles, sobre todo a su legión de votantes, a los que, obviamente, toma por desvalidos, tontos y manipulables con una sencilla dosis televisada de cuarto y mitad de realismo mágico de quinta preferente. La desmemoria histórica da mucho de sí.
La falta de respeto es impresionante. Acorralado por la corrupción de su entorno, el separatismo rampante, la ley de amnistía y las tres contiendas electorales de los dos próximos meses, Sánchez se ha vestido de Disney en versión Ferraz y, brujuleando los dedos de la magia sobre la mesa de los incautos, ha sacado el joker que más puntúa en la baraja socialista, ese catecismo del buen creyente que es el franquismo recurrente al que los actuales dirigentes del PSOE han puesto un altar en su sede nacional. Si no hubiera existido, habría que inventarlo, y en ese bucle abarrotado de salvavidas y lugares comunes el Gobierno de progreso mira siempre hacia atrás, sobre todo cuando la realidad imperativa les manda volver al pasado para que los fieles dejen de fijarse en el presente, tan sucio y agotador. Cruel paradoja: utilizar en 2024 la figura de Franco en el mejor estilo franquista. El dictador redivivo, la historia dando vueltas en círculo, la memoria democrática y toneladas de propaganda a la vista de todos y con el dinero de todos. El Falcon viaja al pasado en tirabuzón en busca de nuevos trucos de magia.
Y en este contexto, el soldado díscolo del régimen, capitán Emiliano García-Page, mantiene en pie la dignidad de las causas perdidas y, alabado sea el señor, nunca habla de Franco, si acaso de las homologaciones que nos quedan todavía en el siglo XXI y de este Sánchez al que, obviamente y por muy jefe de su partido que sea, el presidente de Castilla-La Mancha tiene enfilado entre ceja y ceja y le está haciendo el diagnóstico en cada amanecer. Para qué airear antiguallas si tenemos aquí y ahora nuestras propias estrellas del rock. Un día cualquiera llegarán los hombres de negro de Ferraz y le dirán a Page aquello tan recurrente: “Compañero, te vamos a hacer la autocrítica”, aunque mientras tanto no descartemos que de un momento a otro el barón castellano-manchego se ponga su particular bata blanca, tan ricamente, para ventilar sus propios demonios franquistas con fecha de hoy mismo. O pasado mañana, que tiempo queda. Un petardazo que se oiga hasta en Marte. Y en ese momento oportunamente me desperté: mira qué suerte.