Érase una vez
Así podría comenzar un cuento, el de Kris, pero me temo que esta vez la historia se viste de realidad. ¿A quién no le gusta soñar? Digamos que, a todo el mundo, pero cuando se es joven el sueño es más grande, más posible y potente. En palabras de Ambrose Bierce “la juventud es el periodo de lo posible”.
Son muchos los que advierten que, la generación Z o centenial así llamada por haber venido al mundo con el cambio de siglo, con una Tablet y smartphone debajo del brazo, está perdida. Y ello porque internet forma parte de su ADN, lo que ha cambiado rotundamente su forma de socializar y forjar sus valores. Es más, se les tacha de impacientes por conseguir todo en la inmediatez de las redes, y de frustrados por no saber buscar el camino que no sea dictado por un youtuber. ¡Menudas palabras!
Sin embargo, yo debo atraer a personas bien distintas o, debería pensar más bien que soy capaz de encontrar en sea juventud bereal que vive la vida sin filtros, chicos muy distintos. Y esto es lo que me ha ocurrido con Kris.
Se trata de un estudiante de 3º de ADE que lleva en la sangre hacer realidad sus sueños y lo más bonito, en dicho empeño crear felicidad en todo aquél que arribe en su estupendo lugar de encuentro. Como a todos los centenial le gusta salir, las chicas y divertirse, pero en el viaje interior a su propia Ítaca como emprendedor, cruzó las Puertas del Tártaro para embarcarse hace seis meses en la complicada marea de la restauración. En dicha travesía eligió como compañeros de viaje a Irene y su esposo Álvaro, y en esa aventura encontró el lugar idóneo para poner en marcha su negocio, Argés (Toledo).
Se trata de un recogido y coqueto gastrobar, donde la sonrisa de sus creadores se estira y esparce en cada comensal. ¡Qué bonito es que te mimen y cuiden con verdad y ganas cuando descubres un lugar con encanto! Y no digamos, cuando al terminar la velada incluso se han aprendido tu nombre y se despiden con un “hasta muy pronto”.
En su responsabilidad de joven emprendedor me confesaba sus preocupaciones, como el controlar acertadamente la calidad de sus productos, la presentación imaginativa de sus platos, el buen servicio y la crítica constructiva. ¡Qué preciosos cimientos para un joven que quiere crecer! Y luego decimos que la juventud de hoy en día no tiene empuje. Aunque en ese empuje mucho tiene que ver la fuerza y el carisma de su madre Irene, quien sin dudarlo pasa de decoradora a chef y de ahí a maravillosa metre. Y de su esposo Álvaro que, como protector y cuidador de lo bien hecho, le acompaña cada día en la ilusión de dejar a Kris que en breve navegue solo.
Decía Sócrates que “nada resulta demasiado difícil para la juventud” y yo añadiría humildemente que nunca sobra la experiencia un paso detrás para que el sueño llegue a buen puerto.
Le cuesta encontrar camareros responsables que quieran formar equipo y trabajar duro, quiere crear en su negocio un ambiente muy diferente al habitual, para que cuando nos sintamos con hambre y ganas de socializar, no lo dudemos.
¿Y saben lo mejor? Lo ha hecho en Argés, no ha sido ambicioso deseando comenzar a lo grande, como la buena hormiga sabe que tiene que seguir aprendiendo y dejándose la piel, aunque la marcha y el botellón se queden de lado.
Mi más sincera enhorabuena por creer en tu sueño, por sentirte capaz y no achicarte ante las dificultades, por tener esa mirada limpia de tu madre y esa sonrisa que derrite el hielo. Sigue luchando, no te creas que el fracaso está detrás de la puerta, a ese se le ahuyenta con ahínco y tesón.
Desde ahora, cerquita de Toledo y a un paso de Puy du Fou, tenemos a Kris que nos abre la primera página de su gastrobar “Érase una vez” para que todos escribamos historias en él.