La Historia, con mayúscula, destaca como un acontecimiento de especial relevancia la caída de Constantinopla, que tuvo lugar el 30 de mayo de 1453. Los turcos tomaban la antigua Bizancio, un hecho que tendría enormes consecuencias, hasta el punto de que, con cierta arbitrariedad, aquella fecha pasó a señalar el final del medievo en muchos manuales de Historia. Pero para la historia, con minúscula, ese día ocurrieron muchas más cosas, de las que queda o no memoria.
En Toledo, por ejemplo, al mismo tiempo que el sultán Mehmet entraba en la que había sido capital bizantina, una comitiva salía de la ciudad. La encabezaba Rodrigo de Vargas, el canónigo obrero, que iba acompañado del racionero Alonso de Fontova, tres escuderos, diez peones, cuatro mozos y dos acemileros que guiaban a cuatro bestias cargadas de bultos.
La noticia de la conquista tardaría unas semanas en llegar al otro lado del Mediterráneo, y en Castilla, como en general ocurrió en el occidente europeo, se recibió con una mezcla de resignación e indiferencia. El reino tenía problemas más acuciantes y cercanos de los que ocuparse. Tras haber superado hacía pocos años una larga guerra civil, la política seguía marcada por las rivalidades, intrigas y enfrentamientos entre el rey Juan II, su hijo el príncipe Enrique y los nobles.
Se acercaba el Corpus
A principios de ese año de 1453, el monarca había resuelto prescindir de su valido, el todopoderoso Álvaro de Luna, que había sido detenido en Burgos el 3 de abril. Su esposa Juana Pimentel y su hijo Juan de Luna se refugiaron en sus tierras de Escalona y Maqueda e iniciaron una revuelta. Tras ordenar el encarcelamiento de don Álvaro en la fortaleza de Portillo (Valladolid), el rey había ido hacia Toledo para oponerse a los rebeldes, que habían llegado a pedir ayuda al Papa Nicolás V.
A mediados de mayo, Juan II había decidido llevar al cadalso a Luna y desde Fuensalida marchó con sus tropas para sofocar la rebelión del hijo y la esposa del condestable. La primera acometida se descargó en Maqueda, donde el alcaide del castillo Fernando de Ribadeneyra se había atrincherado. El monarca instaló su campamento en los campos cercanos de Miraflores y puso sitio a la fortaleza. Mientras esperaba la rendición de los rebeldes se acercaba la fiesta del Corpus Christi, que debía celebrarse incluso en esas anómalas circunstancias.
El arzobispo Alonso Carrillo, que se encontraba con el rey en Maqueda, escribió al canónigo obrero Rodrigo de Vargas y solicitó que llevasen desde la Catedral hasta allí una serie de ornamentos y objetos litúrgicos "para faser la solepnydad de la dicha fiesta al rey nuestro señor para el dicho día de corpus christi".
Era imprescindible transportar las andas sobre las que se colocaba la antigua Custodia para la procesión, así como las horquillas en las que descansaban, que en las semanas anteriores se habían puesto a punto. Además de ello, se trasladaron desde la ciudad el palio, frontales de altar y otros paños, el incensario, la naveta, candeleros y hasta velas en las que se habían pintado a toda prisa los escudos con las armas reales. Todas aquellas cosas eran las que llevaba el grupo que salió de la ciudad el 30 de mayo.
Como se hizo constar en uno de los libros de la Obra y Fábrica, la procesión del Corpus de Toledo en 1453 tuvo lugar en Maqueda el jueves 31 de mayo, y el viernes 1 de junio regresaron a Toledo los que se habían encargado de trasladar hasta el campamento real todo lo necesario para la celebración. Ese mismo día se rendía al rey el castillo de Maqueda y don Álvaro de Luna era trasladado a Valladolid, en cuya plaza mayor sería ejecutado el domingo 3 de junio.
El de 1453 fue el último Corpus Christi que vivió quien fuera protagonista absoluto en la escena política castellana durante tres décadas, y cuyos restos reposan en la capilla de Santiago de la catedral toledana. Precisamente, su enfrentamiento con Juan II explica por qué la procesión de Toledo no recorrió las calles de la ciudad, un hecho que, aparentemente, sólo parece haberse producido en aquel lejano 1453, al mismo tiempo que desaparecía el milenario Imperio Romano de Oriente.
Texto: Alfredo Rodríguez González es técnico del Archivo y Biblioteca Capitulares de Toledo. Fotografías: Venancio Martín.