Últimamente, en mi vida, la jubilación de amigos está muy presente. Desde que viví la de mi padre hace mil años, ni tan siquiera me había planteado que se siente cuando llega ese precioso instante. Y como a esta escritora le apasiona el mundo de las emociones y los sentimientos, toca hablar de este importante momento vital.
Como la vida es un constante cambio y crecimiento, no por llegar a la edad de jubilación las cosas se acaban. Pero es inevitable que ciertos pensamientos e inquietudes atraviesen la testa como una bala y vayan camino del corazón, o al menos así ha sido para muchas generaciones anteriores. Tendemos a la rutina de los hábitos, a ese “virgencita que me quede como estoy”, amén de la costumbre de tanto ganas tanto gastas, unido a la tristeza en forma de melancolía por lo que se queda atrás, de dejar de ser quien eras para pasar a ser un jubilado con las connotaciones negativas que el edadismo ha ido tejiendo, incluso podía abordar a la persona la sensación de pérdida de la valía personal y la reducción de relaciones sociales, sin olvidar los estupendos achaques que con unas cuantas pastillas mañaneras aminoran el me duele todo y nada. Con todo esto podríamos decir que para muchos hombres y mujeres esta etapa no fue maravillosa. Pero nada más lejos de la realidad.
Cuando miro a los ojos de mis amigos con su recién estrenada jubilación lo que veo es una mezcla de libertad y orgullo aderezada con mucho amor lo que es envidiable. Para ellos, ha llegado la tranquilidad de poder elegir cuando, como y con quien hacer lo que desean, sin prisa y sin pausa. De saborear un café, de ir simplemente a pasear cuando todo el mundo labora, de tener tiempo para conversar con un amigo, de hacer el amor sin otra presión que sentir y hacer sentir, de reír sin necesidad de fingir y lo mejor, de gustarse así mismos sin tener que guardar ninguna apariencia.
A Eloy, un autónomo inagotable de lunes a sábado y fiestas de guardar, ahora la libertad de su tiempo le permite cocinar delicatesen para su Cristina, a quién una tallita más por amor y ser mimada no le importa. A mi querida Esperanza, una agenda donde apuntar todos sus planes y poder hacerlos, con todo el mundo que quiere la ha hecho más universal si cabe. Y es que tener tiempo para el deporte, para el buen yantar, para los amigos, los hijos o los nietos, y cómo no para la pareja, siempre que esta sea de las que uno se lleva bien, aumenta los lazos con la vida, la gratitud de la persona y la paz interior.
La jubilación no deja de ser un espejo que te recuerda que la vida es hoy, y Eloy me lo volvió a recordar el sábado cuando ante un buen grupo nutrido de grandes amigos donde todos los que son no estaban, pero sí se hallaban en su corazón, me dijo: “Ahora más que nunca hago honor a mi nombre, Eloy es el hoy”.
Qué importante es vivir con plena conciencia del constante cambio de devenir de la vida, qué incuestionable es que el amor de pareja, familia y amigos es sanador, qué maravilla ver pasar el paso de los años y sentir que volverías a trabajar en lo mismo, que te sientes orgulloso por lo hecho, aprendido y dado, y que no te cabe ninguna duda de que dar el paso a la jubilación es hacerlo a la libertad y la alegría.
Aun me queda para llegar ahí querido amigos, y aunque la envida es envidia por muy sana que sea, me siento muy feliz de veros jóvenes, guapos, felices y viviendo intensamente vuestras vidas.
Toca ahorrar queridos lectores, háganse planes de pensiones, que no sé si cuando nos toque llegar a la etapa dorada tendremos para “pensioncitas”.