Se me derrite la neurona con estos calores de julio y, entonces, me asaltan algunas preguntas probablemente sin sentido: ¿tiene ya Pedro Sánchez amortizados los cariñosos alfilerazos prolongados en el tiempo de Emiliano García-Page? ¿han devenido los remoquetes de Page en un elemento decorativo que Sánchez mira como un runrún indiferente sin más aquel que el habitual ruido de fondo? ¿se han convertido las proclamas críticas en una recurrencia que ya se ha instalado como parte del paisaje del sanchismo?
Se ve que necesito ya un poco de sol y playa. Y liberarme el cerebelo de toxinas. Pero el caso es que veíamos este martes a Sánchez en Albacete con Page al ladito metiéndole cizaña a la cara y todo me parecía indiferencia previsible. Déjà vu. Nadie escucha a nadie y, como mucho, el sanchismo mira a Page con desdén y desapegada apatía. Se sientan en la Moncloa a ver qué dice hoy, por dónde sale la ocurrencia, y luego pasa lo de siempre: fuese y no hubo nada. Otra vez esa ligera lluvia de verano. Se sonríen en Ferraz.
El presidente de Castilla-La Mancha insistía contra la financiación singular de Cataluña, aquello de no trocear España y tal y tal, vuelta la burra al trigo (aunque nos encante lo que dice), pero Sánchez no le dedicó después ni un segundo y, al final, hará lo que le venga en gana para dar cobertura a su única misión verdadera: seguir en el machito. Que diga Page lo que quiera, que el parloteo es libre y gratuito, porque estas pequeñas turbulencias pasarán y el vuelo sanchista seguirá tranquilo su camino mientras no estalle la tormenta de verdad. Tal vez por eso le pide Felipe González al líder castellano-manchego más ironía y menos palabras gruesas. El famoso “ir pá ná” de José Mota.
Vamos, que el tsunami no estallará y ahí tengo que darle un poco la razón a Paco Núñez, líder de los populares de la región, cuando le pide a Page la evidencia: menos hablar y más hacer, aunque tampoco sé si es posible ir un poco más allá en la estrategia del presidente de la Junta. Él sabrá, pero el caso es que a mí todo esto me suena a la repetición de la repetición y ya no sé si tiene algún sentido fuera de dar titulares a los medios y ganarse la simpatía transversal de los castellano-manchegos que le van dando las mayorías absolutas. O sea, que esa puede ser la clave.
He dicho. Así que voy haciendo una panorámica por la actualidad política de la región y me encuentro con un balance más que aseado del primer año de Conchi Cedillo como presidenta de la Diputación de Toledo, que ha estado lleno de acontecimientos, buenos y malos, y una visión de conjunto que parece positiva. Bien secundada por un notable grupo de escuderos, con el gran Joaquín Romera en primera línea de fuego, Cedillo aprueba con nota su gestión. Al fondo está el alcalde de Toledo, Carlos Velázquez, oteando siempre el horizonte.
Y ya que estamos de buen rollo felicitemos a quien se lo merece. A saber: primero, a la periodista ciudadrealeña Cristina Bravo porque se va a convertir en la nueva directora de Informativos de Radio Nacional de España. Es una gran profesional, rigurosa, seria y competente, y hará con seguridad una labor estupenda. Segundo, a ese genio que se llama Andrés Iniesta y que cuenta ya con la estatua del gol del Mundial en Albacete que ha tenido a bien dedicarle el alcalde, Manuel Serrano. Y tercero, a ese actor maravilloso e imprescindible que se llama Rafael Álvarez El Brujo y que este viernes va a recibir el Premio Corral de Comedias en el Festival de Almagro. Un sobresaliente acierto de su directora, Irene Pardo, o de quien sea, que a mí me ha vuelto loca. Quien pudiera estar allí.
Y termino como Agustín Durán, qué maravilla: "No me gustan tanto los melones como para robar 500 kilos". Pues eso.