Hay términos, expresiones o conceptos que de tanto usarlos se interiorizan sin tener en cuenta lo que realmente significan. El binomio compuesto por ¨cultura occidental¨ es uno de estos casos. Por un lado, nos encontramos con los múltiples ¨usos¨ de la idea de cultura, por otro, todo el bagaje histórico de lo que significa ¨occidental¨. Así, definimos un país como inscrito en la cultura occidental o un periodo histórico como propio de la cultura occidental sin pararnos a pensar lo que esto conlleva. De una forma u otra, nos digan lo que nos digan, cuando hablamos de cultura occidental únicamente podemos basarnos en tres parámetros básicos, en tres elementos esenciales en su configuración: la filosofía griega, el derecho romano y la tradición cristiana. La conjunción de esta triada configura lo que somos.

Es a mediados de los años sesenta del pasado siglo cuando los primeros movimientos antirracistas liderados por la comunidad negra de EEUU comienzan a utilizar un nuevo término: ¨woke¨. Woke significa despierto en inglés y se utiliza para hacer referencia a una actitud de alerta frente a distintas situaciones de desigualdad social. La primera es el racismo, pero tras ella comenzarán a aflorar diversos flancos en los que cabe destacar el género y la orientación sexual en torno a una política identitaria de personas LGTB, comunidad negra y las mujeres. Surge la ¨cultura woke¨.

La cultura woke no tarda en ganar adeptos. En un mundo en continuo cambio son los movimientos políticos progresistas los primeros en enarbolar su bandera acogiendo en su seno a todo tipo de colectivos que hasta ese momento se definen como ¨excluidos¨ por la sociedad en general y por la cultura occidental en particular. Es a partir de 2010 cuando comienza a tomar fuerza socialmente y en este periodo de tiempo se ha ido asentando a través de movimientos tan conocidos como la denominada ¨ideología de género¨. Estos postulados aparentemente inocuos se convierten en poderosos a través de las socialdemocracias que ostentan el poder, y en torno a ellos comienzan a legislar, dando forma a un nuevo concepto de cultura: ¨la cultura de la cancelación¨, una suerte de censura contra cualquier opinión discrepante, contra cualquier tipo de crítica.

Todo este largo proceso social tuvo se epicentro el pasado viernes 26 de julio en la ceremonia inaugural de los JJOO celebrada en Paris. En ella, símbolos básicos de la cultura occidental se reinventan y pasados por el tamiz de la ¨cultura woke¨ se convierten en ¨aceptables socialmente¨. El mayor ejemplo, el cuadro de ¨La última cena¨ de Da Vinci en el que tienen cabida un nuevo colectivo que busca representar la igualdad. Junto a él, un canto a la diversidad social y sexual que intenta marcar las directrices de lo políticamente correcto y que denuncia todo aquello que no le es propicio, una reconstrucción de todo lo que nos ha traído culturalmente hasta aquí y que no admite críticas ni contradicciones, aunque no tardaran en aparecer en un ring de boxeo. Quizás, nadie les ha dicho que es precisamente la cultura occidental que tanto critican la que sentó las bases de la igualdad cuya falta le reprochan., quizás, no se han parado a pensar que libertad, otro triunfo de la misma cultura, es un término demasiado universal, que no pertenece a nadie porque es propiedad precisamente de todo el mundo.

Cuidemos por lo tanto lo términos y los conceptos, por lo general no están vacíos de contenido. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que alguien los llene por nosotros ¨cancelando¨ todo lo anterior. No lo permitamos.