Es el grito que recorre la Mancha de norte a sur y de este a oeste, que sale del fondo de la tierra y surca la llanura a través de una rosa de los vientos. Los trillos y vilanos tampoco escapan al hechizo y marcan la dirección a Albacete, la Meca a donde hay que mirar estos días y el santo lugar al que todo manchego al menos una vez en la vida ha de peregrinar para reencontrarse consigo mismo. Es la llamada que nace del vientre y la hondura, la raíz y el temple, el tambor del llano que suena desde dentro de la panza y sus matojos. Como si fueran los ritos tribales de las abuelas que nos trajeron y las madres que nos mecieron, aquellas que lavaban sábanas y las tendían al revés de la tarde. La Feria se despliega por su paseo y un aire de manchegas perfuma el viento. Quien no lo haya visto hasta ahora, no sabe de lo que hablo. Pero es como si la historia toda nuestra, aquella de la que la Mancha nunca presume porque es hija de la humildad y la cachaza, se metiera entera en un paseo y marchara derecha a la Puerta de Hierros y el Pincho de la Feria. Esta noche el alcalde volverá a abrir la puerta de la esperanza y la ilusión… Es como si enhebrara una aguja de fino hilo y nuestra vida pasara entera por ella. Así se trenza la Feria de Albacete, la primera sin igual, primus inter pares, la más conocida, la más votada, la más seguida… Del siete al diecisiete, caiga como caiga… Se paran los relojes y se levantan los calendarios.
Tenemos por costumbre comenzar la Feria en la radio yendo a Miguelitos Ruiz, a La Roda, la torre que marca el faro del final de la Mancha. Eloy Avendaño junto a su socio Pepe Ruiz han hecho industria del arte y han construido un imperio donde no se pone el sol. El miguelito llega al fin del mundo y, salvo el Quijote, la Mancha no tiene embajador cuya lanza penetre tan lejos. La elaboración de un miguelito es como la de un reloj suizo de precisión, pero con crema por dentro. En torno a los miguelitos y una botella de sidra se inventó el tardeo en la Feria de Albacete, ese que ahora todo el mundo reclama y disfruta. Pero fue aquí donde nació un día, hijo de la comida, el letargo y la juerga. Cuando no hay ya más nada que hacer, es cuando empieza la Feria de verdad. Y se desparrama el mundo en una sonrisa y un sueño, entre los ojos entornados y la verdad revelada de la enorme belleza de esta tierra. Yo me tiré al suelo el primer día que vi a una chica con minifalda manchega. Es como si mi abuela hubiese traído el roete y le hubiera puesto chinchetos en los cueros. No hay mayor espectáculo ni modernidad que la Feria de Albacete, desde el suelo de la cardencha hasta lo alto de la noria.
Esta noche volverá a rugir el Pincho de la Feria y el tiempo determinará que ha llegado otra vez la llamada de los padres y las estirpes al corazón de los hijos. Y ellos lo dejarán todo para disfrutar la Feria. Porque los manchegos, otra cosa no, pero sabemos las dos cosas clave que componen la vida. El trabajo y el disfrute. Quienes se desloman el resto del año, abren ahora el pecho a la Feria y ya vendrá el otoño a llenar las espuertas de racimos. Pero ahora lo dice el viento enredado en el paseo y la arboleda. ¡A la Feria, a la Feria! Que la vida comienza de nuevo en las sienes y un latido de niño recorre las venas desde el tuétano a la cabeza.