Mi hermano mayor, por séptima vez creo recordar, decidió este verano hacer de nuevo el Camino de Santiago. La pregunta era obligada: "¿otra vez?". No podía entender cómo una persona que ha hecho las rutas más largas, en solitario y acompañado, dedicaba de nuevo parte de sus vacaciones a realizar lo hecho. Y una vez que volvió y me explicó, lo entendí. Incluso he de decir que me dio cierta envidia por su coraje, su fortaleza y su gran ser. Por eso, permítanme que haga mías sus palabras y les cuente con deleite.

Antes de comenzar el Camino, y ya en Santiago, se preguntó si la ruta Primitiva desde Oviedo era la idónea para hacerla solo, con su mochila acuestas y sin apalabrar hospedaje. Dejando a la providencia que le sorprendiera. Pero como era de esperar, los pensamientos controladores y su impostor comenzaron a limitar su aventura, y los “y si …” se hicieron presentes. Aun así, decidió que a sus sesenta y tres años era hora de abandonarse y dejarse llevar. Y así comenzó a contarme.

El Camino de Santiago, como el de nuestra vida (creo que tienen mucha similitud), nunca te deja solo, siempre hay un peregrino, un paisano, hospitalero, guardia civil... que desinteresadamente te ayuda; además, tanto si eres o no creyente, siempre te ayudará la Divina Providencia. Esta surge de forma natural, para reconocerla tenemos los sentidos como el oído, los ojos y el entendimiento, que nos permiten observar sus señales, como así me ocurrió en este verano, en varias ocasiones y por diferentes motivos.

La soledad no deseada, se resolvió con las ganas de conectar con quien tuvieras al lado, eso sí, teniendo la delicadeza de no ser ni demasiado extrovertido, ni tímido, intentando interesarme por el otro caminante; así por ejemplo en mi viaje en autobús desde Santiago de Compostela a Oviedo, tuve de compañero de viaje en el asiento contiguo, a un hombre educado, que poco a poco a lo largo de las cuatro horas de viaje, me comentó que se dedicaba recrear en formato digital, escenas para películas que se iban a rodar y, así, poder ayudar al director a elegir las posibles tomas más adecuadas a su criterio; Eduardo, que es su nombre, me dijo que había encontrado un trabajo en Madrid sobre su oficio y estaba muy ilusionado. Cuando nos dimos cuenta, después de tocar muchos y variopintos temas, habíamos llegado a Oviedo y me despedí de él, pues continuaba su viaje a Santander. Brindar tu expresión siempre revierte la del otro, primera lección.

Una vez en Oviedo, de nuevo iba solo, pero he aquí la magia del Camino que hizo de nuevo de las suyas. Conforme salía de esta hermosa ciudad, vi que dos peregrinas dudaban sobre qué dirección coger, puesto que no veían la siguiente concha metálica en el suelo que las guiara a Santiago, cuando las alcancé, tuve la fortuna de ver la indicación y se la mostré, seguí caminando solo, pero las peregrinas vieron que mi intención no era otra que ayudarlas y se unieron a mí o yo a ellas. La amistad surge y se mantiene durante el Camino, mientras la cultives y, así, mediante WhatsApp se fue conservando entre las dos peregrinas y yo. Ayudar siempre conlleva gratitud, segunda lección.

En el Camino cada uno lleva su ritmo, permitiéndote despedirte de unas personas y estar expectante por lo nuevo que has de descubrir. Y así ocurrió en la siguiente etapa, conocí a un doctor italiano urólogo, que solo se comunicaba en inglés, al desconocer el español, era un hombre tranquilo, sosegado, amable como pude comprobar al caminar juntos. El idioma no fue un problema, más al contrario fue estupendo, los silencios eran de gran ayuda para luego corroborar la ilusión de ambos por cada paso dado. Y como en la vida, nos despedimos. Mi destino era otro, mi meta era otra y el tiempo en el que debía hacerlo también. Cada persona tiene su tiempo, su espacio y su momento, si no es posible compartirlo, dar un abrazo sincero y caminar, tercera lección.

Al final de la etapa, hambriento y cansado, atardeciendo llegué al siguiente albergue y trabé amistad con un grupo de peregrinos jóvenes, de distintos países (Italia, Estados Unidos y España), esta vez hubo una comunicación fluida al hablar todos castellano, salvo las peregrinas italianas, pero al ser idiomas cercanos, no hubo problema. Un peregrino alicantino me comentó sobre una aplicación que te guiaba por el camino haciendo función de navegador (la juventud domina mucho mejor todas las nuevas tecnologías), que unido a las flechas amarillas pintadas a lo largo del camino, te confirmaban que ibas en la dirección correcta; pensé que ojalá tuviéramos una doble información para elegir la acción correcta, aunque tenemos un GPS que es infalible, que para mí, es el Evangelio, nunca se equivoca si lo lees con el corazón y el entendimiento que da la fe (existen otras religiones, las cuales buscan lo mismo, que es conseguir que seamos felices y que los avatares de este mundo no nos entristezcan y nos afanemos por cumplir las enseñanzas). Otro GPS es la Historia, que continuamente se repite y no le hacemos caso «el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra». Tienes donde agarrarte para encontrar el camino correcto, cuarta lección.

Tras nueve días andando incluso cuarenta y tantos kilómetros por jornada, con un tobillo hinchado y el corazón henchido, por fin, llegué a Santiago de Compostela, hacia un día de esos poco comunes en esta bendita Galicia, soleado y con calor; iba «plomeado», expresión que utiliza a menudo un buen amigo militar, y gracias a Dios entré en Santiago de Compostela, de forma humilde, como una persona mayor pues ya lo soy, aunque me resisto a hincar la rodilla, puesto que aún tengo ilusión por hacer cosas, en todo los ámbitos de mi vida. Tuve la visión de la enorme y bonita plaza del Obradoiro que acoge a la catedral del Santo Apóstol, muy temprano (duermo poco), la ví sin apenas personas, como esperando silenciosa a la llegada de los peregrinos que mostrarán su alegría al verse cumplido su objetivo.

Me encontraba de nuevo solo, pero después de obtener la «Compostela» y acudir a la celebración de la misa del peregrino, vi a un matrimonio gaditano con el que compartí parte de una etapa, me dio mucha alegría y pudimos ver funcionando el botafumeiro después de la celebración de la Eucaristía acompañado por el potente himno de Santiago en el colosal órgano de la Catedral. Sublimes sensaciones, no podía pedir más.

A la salida de la Catedral, vi «petada» la plaza del Obradoiro y añoré no haber abrazado a los peregrinos con los que coincidí, pero el destino me hizo encontrarme con Verónica y su sobrino, con los que compartí dos etapas y nos fundimos en un cordial abrazo de peregrino, para después quedar con otros para saborear las deliciosas tortillas de patatas y otros manjares, en una populosa plaza en donde están las oficinas de los Bomberos, Postal y otras instituciones.

Durante el camino, uno de los niños que conocí, me preguntaba como seguía el verso de la poesía de Antonio Machado, ya que él solo sabía: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar», y le añadí otro verso de esa hermosa poesía «caminante no hay camino, solo estelas en el mar», no me acordaba de más, pero, cerrando el círculo de este relato, debo decir que cada persona es un camino que sí deja su impronta en los demás, aunque sea una estela que se difumina en el tiempo, pero que perdura en el recuerdo.”

Sois muchos los peregrinos que habéis vivido esta gran aventura, cada uno tendrá sus vivencias, cada uno tendrá sus lecciones de vida, pero sirva esta columna para hacernos entender al resto qué es lo que ocurre durante esos pasos que todos queréis repetir.