A los chicos de Ferraz se les llevan los demonios con Emiliano García-Page. Y le van poniendo motes cursis: patito feo, verso suelto, peón de Génova. Pepito Grillo. Dicho en suave, porque en la intimidad de su aversión, Pedro Sánchez y su troupe le atizan con abierta ojeriza. El sanchismo ha acumulado ya tanto rencor que, pasados los años, sólo esperan de Page el tropiezo definitivo que le expulse de la tribu. Quitarse de encima la mayor mosca cojonera que zumba en la Moncloa, aunque se desesperan porque no saben cómo hacerlo. Zum-zum.

Personalmente, soy de los que opinan que, diga Page lo que diga, sí tiene margen para entrar en el tablero nacional y ponerse a jugar al ajedrez. Y desmantelarlo todo, si hace falta: si quiere, apuesta. Otra cosa es que no esté dispuesto a hacerlo y prefiera, de momento, quedarse en la periferia del Palacio de Fuensalida, jugando a hacerse famoso en toda España, darle carril a la transversalidad y que nadie le toque el chiringuito. Ahora mismo, con los congresos del PSOE a la vista, que le vayan a mover la silla al presidente de Castilla-La Mancha es la mayor amenaza que puede estar en la cabeza de Sánchez y alrededores. Un “veremos”, que dijo Milagros Tolón, la mayor sanchista del terruño, y hay que estar prevenidos contra eso.

El propio Page sabe que esa operación de desalojo Sánchez la tiene complicada, pero tampoco la descarta. El presidente castellano-manchego es un veterano zorro astuto. Se montaría una guerra abierta en el PSOE, pero todo es posible en Ferraz, incluso lanzarse a la desesperada contra el tío que más votos tiene ahora mismo en el PSOE, por supuesto muchos más que Sánchez, que sin Puigdemont y compañía no sería nada. Es una obviedad: el separatismo, por la razón que sea, quiere a este Sánchez débil y adelgazante al mando del Consejo de Ministros y el Boletín Oficial del Estado, ellos sabrán por qué.

Así que tal vez sea poco probable, pero no del todo imposible, que la operación “echar al soldado Page termine siendo una hipótesis real. El periodismo político le está poniendo a Page enfrente dos nombres principales, y él ni quita ni pone reina y se limita a resignarse ante las cámaras: “Puede ser”. Son dos pesos pesados del sanchismo y las dos mujeres: la citada Tolón e Isabel Rodríguez, la ministra de Vivienda. Probablemente, las opciones son más numerosas (tampoco mucho más) pero, de momento, estas son las que circulan. Y Page sale en la tele simulando que le importa poco y que tiene su carrera hecha, como advirtiendo de que cualquiera de nosotros es más peligroso cuando no tiene nada que perder. De perdidos al Tajo.

Aunque, en fin, ahora que lo pienso, es verdad que llevo viendo a Page en un momento llamativo de serenidad, como de vuelta del camino de la política y, si bien dispuesto a luchar frente a cualquier intento de humillación, también muy preparado para dejarlo todo y dedicarse a la vida, que la tiene toda por delante. A sus cincuenta y tantos, y después de un largo e intenso carrerón, Page parece ya curado de todas las ambiciones públicas, y paradójicamente, esa sutil indiferencia es la que tal vez le ponga delante toda la fe, la valentía, el desparpajo y las ganas para darle la batalla a cualquiera, aunque termine derrotado. Pero con la cabeza alta. La indolencia bien jugada puede ser la mejor baza de Page.

"No aspiro a ningún cargo"

De su homilía de este lunes, me quedo, por tanto, con el ser humano, que es mi especialidad: “No aspiro a ningún cargo orgánico ni a eternizarme en la política y a estas alturas es más fácil para mí acabar el camino que volverlo a empezar”, ha dicho García-Page, y ahí están el hombre y su corazoncito. Ese "a estas alturas" es la clave esencial. Puede ser un ejercicio de simulación, no digo que no, pero yo soy un tipo muy ingenuo, inhabilitado para adivinar el futuro en el gran teatro de la política, un mundillo siempre intrincado e imposible, y estoy dispuesto ya a creerme cualquier cosa. A Page, por supuesto. 

El momento vital es la clave, y uno ve a este jovencito Emiliano ahora mismo en su mejor perfil: tranquilo, reposado, cachetón, dispuesto a la ironía y la risa y abrazándose en todas las ferias a la gente como si no hubiera un mañana: es decir, con serenidad de ánimo y una mirada despejada, y eso puede darle mucha fuerza para lanzarse al vacío de cualquier aventura incierta y correosa, incluso si políticamente es la última. Que (intuyo) va a ser que no. ¿Primarias? Quién dijo miedo.