Albacete es los días de Feria como una gran casa cuyas puertas se abren de par en par. La ciudad se llena de gente y a veces el tránsito se hace imposible por los pasillos. La Feria supone estar fuera, salir a la calle, saber a qué hora pisas el recinto, pero no cuándo vuelves. Es una gran fiesta de pueblo donde los manchegos nos ponemos cara. Y nos saludamos, de norte a sur, de este a oeste. La diáspora albaceteña también vuelve y nota en la planta de sus pies la alegría por pisar suelo añejo, de otro tiempo que regresa de nuevo. Hay gente que sólo ves de Feria en Feria, como otra que únicamente saludas en Corpus o Pandorga. La fiesta tiene en España una identidad comunitaria con la que no contaban quienes quieren romperla.
Los domingos de Feria están reservados para Manolo Delicado y su familia. Manolo es un albacetense de Férez, el pueblo de Manolo García, el último de la fila que emigró a Barcelona. Desde hace unos años, la radio traspasó el límite de la frecuencia y me abrió las puertas de su casa. Los domingos de Feria son sagrados y comemos en casa de Manolo. Con Carmen, su mujer, y Manolito, heredero de la saga y uno de los primeros deejays cofrades que ha dado la Semana Santa. Así, sin más, porque nos conocimos un día, nos pusimos cara y ojos, entramos al rellano de su casa y nos hicieron pasar hasta el fondo. Esto es vida, amor, cariño, confraternización.
La casa de Manolo está llena de recuerdos propios de la vida y la tierra. Algo de arqueólogo tiene porque guarda hasta las botellas de sidra que bebemos cada año. Carmen tiene una mano exquisita para los gazpachos manchegos. Nadie los hace como ella. Se levanta a primera hora y lo dispone todo en la cocina para que no falte nada. Esto demuestra lo que tantas veces han dicho los grandes maestros culinarios. La cocina también es amor… Fundamentalmente amor… y un poema entre las manos.
Los gazpachos manchegos son un canto al campo y la jara, el verde del trigo y los conejos. Hace muchos años los descubrí en Hellín y desde entonces no han dejado de sorprenderme. Pero Carmen tiene una mano especial, desarrollada en el tiempo y quizá también en la necesidad. Su padre emigró de Venezuela, tuvo que salir por piernas y ella no ha vuelto a su país de origen. Qué gran éxito de país el de la revolución bolivariana, que ha echado a la mitad de los compatriotas fuera. Yo animaría a todos aquellos que la defienden a que se fueran a vivir allí y disfrutasen de los grandes beneficios del socialismo y el comunismo. No caerá esa breva.
Manolo Delicado es un albacetense fetén, con sus navajas, sus patillas y hasta su acordeón. Es carnicero, de los mejores y tuvo que cerrar su puesto de media vida tras la crisis de la primera década de siglo. Ahora trabaja en un matadero, echa horas sin parar y es de los mejores en su oficio. Tiene un ingenio y talento fuera de la común. Aprendió música de oído y te saca melodías sobre la marcha sin haber escrito jamás una partitura. Si Manolo hubiera podido estudiar, estaría en la Nasa pilotando naves espaciales.
Pero se quedó en la Mancha, de la sierra a la llanura. E intuyo que no las cambia por nada. Saca a su perro Oslo varias a veces al día y es feliz y dichoso en su vida. Con albacetenses como Manolo se creó la gran llanura y esta tierra salió adelante. Su hijo, Manolito, no tiene más que seguir los pasos de sus padres. Es listo, despierto y divertido. Se le ocurrió un día mandar marchas cofrades a la radio y en Cuaresma lo peta. Es turuta de banda y muere por las Tres Caídas de Triana. La Mancha y el Sur son vasos comunicantes.
Por la noche me encuentro a Juan Martínez Moraga, presidente de la Cámara de Comercio de Albacete. Otro que tal baila… Un gigante, un coloso, un empresario admirable. Viene de los caballos, de los tratados ganaderos, cuando su padre y los chicos llegaban a Albacete con las reatas de mulas. Allí lo ha visto todo. Y andado el tiempo, cambió los caballos del campo por los del motor. Ahora es uno de los grandes empresarios de automóviles que tiene Albacete. Albacete y Murcia, porque aquí siempre se mira al Levante.
Juan es un monstruo del talento y la conversación. Puede contarte la historia de Albacete en un cuarto de hora y reírte con sus anécdotas. Lleva la gracia innata. Crea comercio, riqueza y empleo… Como tantos otros empresarios que jamás pueden ser los malos de la película. Gigantes de sol y viento que creen en su tierra y cambiaron los señoritos por empresas modernas y eficientes. Los manchegos han construido el Bernabéu y el Ave a La Meca. Si encima tuviéramos marketing, hasta Trump nos besaba las suelas.