Supongo que Emiliano García-Page vive cada día más feliz en la yema del ojo del huracán. Se le nota tan a gustito en el centro de la charca. Todos los días un festín mediático y un chute de popularidad que le están llevando a sus cotas máximas de éxito político. Está en un gran momento de forma y se ve. La última incursión guerrillera de Junts, la finca del pobre Puigdemont lanzándose en tromba contra el presidente de Castilla-La Mancha, ha sido para Page un ántrax de felicidad, bien aderezado y ventilado. Su pizquita de pimienta.
¿Quién da más? A sus cincuenta y tantos vive Page el instante de su gran pegada política y está en su salsa. Su mejor trance. Contra Pedro Sánchez vivíamos mejor, alcanzará tal vez a contar algún día todavía muy lejano. Hoy son momentos de vino y rosas, de fuerte pulsión e intensidad, pero mientras tanto España se desangra con el Gobierno de la indignidad y uno se pregunta hasta cuándo podrá durar el teatrillo general del ruedo ibérico. Esa corrosiva circunstancia, esa triste hora de España, que nos está llevando hasta aquí, anestesiados y gozosos camino de este precipicio. El provecho de lo personal pocas veces coincide con el de lo general.
Así que no sé yo por donde ir. Pensamos: algo gordo tiene que pasar, algo va a pasar. Pero pronto caemos en la cuenta de que eso no es un pronóstico, sino tan sólo una esperanza. El sanchismo corre desbocado por el pantano, tapando cada escándalo con otra infamia mayor al día siguiente y, sorprendentemente, nunca pasa nada. Nunca pasa nada. Ni con Page ni con ninguna otra tesitura: es el río que nos lleva. La juerga que se están montando estos días los tíos de Bildu con los arreglitos que les ha hilvanado el camarada Sánchez es sólo la última de las afrentas, es verdad que una de las peores y más graves, pero nunca olvidemos el contexto y todo lo que venga por delante: amnistía, corrupción, cupo catalán, control de los medios, colonización de las instituciones y el mayor saco de mentiras de la democracia. El palpable declive económico de momento queda en un segundo plano.
Por eso cunde tanto la desesperanza en muchos ámbitos de la sociedad española. Porque nunca pasa nada: porque se está produciendo delante de nuestros ojos un salto de cantidad y calidad hacia el autocracia y el despotismo (ya quisiéramos que ilustrado) y aquí nadie hace su trabajo. Porque la alternativa es Feijóo y no nos parece de verdad la alternativa. Porque la solución es Page y nunca será una solución. Porque el futuro, de momento, sigue siendo Sánchez y eso ya una tragedia, salvo en el mundo feliz de los incautos. Háganme caso y ya está: vivir es fácil con los ojos cerrados.