Page se desmelena en Barcelona pero se larga a Sevilla con el corazón roto y una imposible obra maestra por hacer
Llegados a este punto, con el comisionista Víctor de Aldama en plena gira de la “traviata” y el PSOE en estado de shock a unos pocos días del Congreso Federal de Sevilla, imagino al mayor díscolo de los socialistas, Emiliano García-Page, con el corazón roto y un millón de dudas. Su legendaria antipatía hacia Pedro Sánchez, que es mutua y reconocida, no podrá sustanciarse en otra cosa que la reelección sanchista al frente de la Secretaría General y todos a callar, por mucho que el cónclave sevillano sea un hervidero en ebullición por los pasillos.
Salvo milagro o tsunami, el régimen saldrá de la cumbre federal tocado pero victorioso, y ya se verá después qué va pasando con los sucesivos escándalos de corrupción que el sanchismo tiene abiertos en canal y en plena y olorosísima descomposición. Page, mientras tanto, sigue a lo suyo, que será dar su eterna batalla contra el cupo catalán y, sobre todo, asegurarse la reelección en el Congreso Regional del 18 y 19 de enero en Toledo, donde espera que Sánchez se quede quieto y nadie le mueva la silla de su liderazgo en el PSOE de Castilla-La Mancha.
Así las cosas, todo es un juego de equilibrios y a Sánchez, al menos por ahora, nadie le va a toser en Sevilla desde el Palacio de Fuensalida, por mucho que Aldama desafine en la ducha del juez. De aquí al fin de semana podría ocurrir cualquier cosa, nunca se sabe, pero lo que no sucederá es lo que Paco Núñez, presidente regional del PP, le ha exigido a Page estos días: a saber, que aproveche la cita sevillana para montar una revolución y derribar a Sánchez. Y que España pueda respirar al fin un ambiente que no sea tóxico.
Pero quiá. Pierda Núñez toda esperanza. Hablar por hablar. Page es un socialdemócrata moderado y, además, un poco de derechas, y por tanto, nunca un revolucionario y menos un golpista. Por eso saca mayorías absolutas entre los castellano-manchegos y lleva toda la misa en la espuma. Si el sanchismo cae algún día, no será por ningún viento solano desde Castilla-La Mancha, sino por una conjunción de huracanes de mucho mayor poderío. Eso ya lo quiere una gran mayoría de españoles, como refleja este lunes la oportuna encuesta que publica El Español.
Mientras tanto, la vida sigue y Sánchez también, aunque cada vez vaya peor vestido y el hormigón armado vaya sustituyéndole la cara de pequeño sultán con ínfulas. Page y Núñez seguirán a cara de perro el camino que comparten, intercambiando sus golpes de fogueo y sacando su foto cada día en los periódicos tan ricamente con sus cosas, en una rutina infinita que a los dos les va muy bien. Se repelen porque se necesitan.
Ahora quieren recomponer sus relaciones rotas en el Estatuto de Castilla-La Mancha, que ya les vale andarse con esos juguetitos, y Page hasta se ha ido a Barcelona a desmelenarse, hacerse selfies con la gente y cantarle a Cataluña las cuarenta: ha clamado valientemente en la Diagonal contra el cupo catalán y se ha puesto una corbata taurina regalo de la Fundación Toro de Lidia, desafiando las leyes del independentismo, que, como se ve, es la gran tragedia de España: la que nos ha colocado a Sánchez en la Moncloa, ese caballo de Troya que, obviamente, sólo caerá por los troyanos.
A Page le falta todavía hacer su imposible obra maestra, la que al menos media España desespera, amén.