Hoy debería ser un 29 de febrero de un año bisiesto. Hoy debería ser uno de esos días que no merecen existir en nuestro calendario. La ciudad de Toledo ha amanecido sobrecogida con la triste noticia de la marcha de uno de los grandes: Esteban Paños.
Esteban era un desclasado con mucha clase. Porque, si a algo estamos acostumbrados en los últimos tiempos, es a que la política se ha convertido en enfrentamiento, en polémica, en luchas innecesarias… hasta que llegó Esteban. Porque él encarnaba ese espíritu de servicio público, de bondad, de amor a los demás, a los ciudadanos, a los vecinos, poniendo siempre el énfasis en los más desfavorecidos, en los que más lo necesitan, en la justicia social. Porque Esteban era, ante todo, una buena persona.
A todos los que hemos tenido la suerte de conocerlo y de ser sus amigos, nos ha dado una lección de vida, de humanidad, de entereza ante las adversidades y ante la enfermedad. Dura, canalla y maldita enfermedad que se ha cebado con él.
Un día, uno de esos días en los que quedamos a tomar un café (porque a mí me gustaba quedar con él y hablar con él por todo lo que me aportaba), oyéndole hablar, no me pude resistir y le dije: “Esteban, dame un poco de eso que tú te tomas…”, porque no he visto a nadie con esas ganas de vivir, con esa manera de afrontar la vida, con esa positividad y con esa elegancia en el trato. Y me dijo algo así como: “Sé lo que tengo y voy a aprovechar hasta el último segundo, porque para mí lo más maravilloso es levantarme por las mañanas y ver las caras de mis hijas”.
Unas hijas, su mujer Magdalena y una madre que no merecían perderlo a los 53 años. No era el momento. No tocaba. Pero, sin duda alguna, se pueden sentir muy orgullosas y muy afortunadas del padre, del marido y del hijo con el que la vida les ha premiado.
Hoy, Esteban Paños no ha muerto. Una parte de Esteban vive en cada uno de los que hemos tenido la suerte de conocerlo. Descansa en paz.