El año recién estrenado será decisivo para la industria turística de Castilla-La Mancha, incluso a pesar de los obstáculos de minorías discordantes hacia determinados proyectos. En efecto, el turismo regional ha dado unos leves pero significativos síntomas de desaceleración con un descenso del número de turistas a esta tierra durante el pasado año. Según los datos difundidos la pasada semana por el INE, la llegada de viajeros a Castilla-La Mancha descendió en 2018 un 0,7 por ciento hasta las 224.425 personas. Aunque sea tan sólo una mínima disminución, el porcentaje contrasta con el incremento general consecutivo en todo el país del 1,10 por ciento, acompañado igualmente con un récord de ingresos del 3,3 por ciento respecto al año 2017.
La aportación del turismo a la economía de Castilla-La Mancha es bien notable. Así, no se entienden las disquisiciones de minorías sobre proyectos importantes y solventes para el sector y el desarrollo económico regional. Unas propuestas empresariales potentes que deben servir para valorar el turismo como un factor determinante de riqueza para esta tierra que debe ser cuidado y respetado. Desde siempre, el turismo en Castilla-La Mancha está en la base del crecimiento económico de muchos territorios de la comunidad. Incluso antaño era considerado como una bendición para las regiones menos desarrolladas. De esta forma, podemos sentirnos satisfechos de que empresas internacionales elijan esta región para el desarrollo de sus proyectos más importantes. También, de que multinacionales hoteleras como Best Western acabe de manifestar a través de su nuevo director de desarrollo y operaciones para España y Portugal, Javier de Villanueva, su determinación para abrir uno de sus establecimientos en la ciudad de Toledo.
Sin embargo, en este horizonte de progresión sostenido de un sector determinante para nuestra economía regional han aparecido algunos síntomas de concentración, masificación y preocupación social. Una manifestación contra la política turística regional y local consecuencia tal vez de haber seguido hasta ahora el principio hotelero: "Pasen todos que al fondo hay sitio". Una presión turística sobre infraestructuras, mercados y servicios en zonas muy localizadas que debe ser reformado antes de que la incomodidad se convierta en rechazo social. Unas actuaciones donde los ayuntamientos más afectados, también beneficiados, además de alentar y apoyar con las inversiones precisas en infraestructuras, tienen que corregir los daños más evidentes para racionalizar la gestión de un número cada vez mayor de visitantes, puntos negros de transporte, conflictos entre profesionales del sector, comerciantes, y también del abuso irracional que se está haciendo de la vivienda para usos turísticos que tanto degradan la calidad inmobiliaria.
Turistas que igualmente deben contribuir, con mesura y rigor para no producir un efecto disuasorio adverso, a sostener el coste inmediato, inevitable de su presencia, como ya lo han anunciado ciudades como Barcelona y San Sebastián. No gustaría a nadie en un futuro que la postal turística que es hoy cualquier ciudad de Castilla-La Mancha pueda convertirse mañana en una piltrafa urbana.