En su peregrinar por las distintas organizaciones empresariales y sociales de Castilla-La Mancha, la mayor parte de las diferentes candidaturas que concurren a los comicios del próximo domingo ha rendido visita a la Asociación de Hostelería y Turismo de Toledo. A las propuestas de los empresarios- siempre ávidos en sus pretensiones- han respondido los políticos con comprensión inusitada, tal vez en la confianza de que el turismo es la panacea para el desarrollo de la ciudad, además de factor determinante para su triunfo electoral.
La afluencia masiva de turistas a las grandes ciudades y a otras Patrimonio de la Humanidad -como son Toledo y Cuenca en Castilla-La Mancha- está siendo una de las principales causas de la transformación que están experimentando los barrios de los centros urbanos de estas urbes. En el caso de la capital regional, no sólo por el encarecimiento de los alquileres y la proliferación de pisos turísticos; también por la multiplicación de restaurantes, hoteles, franquicias globalizadas, y tiendas inundadas de productos asiáticos donde hasta hace poco había viviendas, comercios de siempre, y vida entre el vecindario.
Asistimos a una involución del paisaje urbanístico donde el sonido de los trolleys sobre el empedrado de las calles toledanas está sustituyendo al de los carritos de la compra de un vecindario que todavía se resiste a abandonar su domicilio a pesar de la vertiginosa subida de los precios a su rededor. Una plaga que cierra ciudades históricas con encanto para convertirlas en parques temáticos saturados de visitantes, incluso antes de la inminente llegada de los galos a las proximidades de Toledo, convirtiendo su plaza principal y adyacentes en un campo de sombrillas plagado de reclamos comerciales en disputa del turista.
Como el dogma dicta que el crecimiento productivo no se puede detener, el discurso del rendimiento como principal motor de la sociedad de consumo se ha convertido en una tendencia dominante que está calando en todos los órdenes de la vida. Una soflama que amenaza el umbral de la sostenibilidad, pero que nadie se atreve a poner freno, que cuenta además con la clase política como uno de los principales aliados del negociejo turístico como fuente de riqueza y empleo. Autoridades y aspirantes a serlo que lejos de establecer ordenación, límites y restricciones al número de turistas, prefieren que el centro de las ciudades se llene de visitantes fugaces a cambio de vaciar sus calles de habitantes y desiertas al atardecer. Progresaremos, eso sí, pero no sabemos en qué punto nos hundiremos.