Cuando el personal en este país está más pendiente del embarazo de Malú, la supuesta infidelidad del torero Cayetano, o del atornillamiento e infidelidad de Luismi con otra mujer distinta a la famosa diseñadora y empresaria de moda, entre otras asuntos de estado, resulta que, aprovechando la festividad de la Constitución, el escenario habitual del folclore en este país se ha trasladado por momentos a otros decorados bien distintos aunque igualmente descabellados. El acto de conmemoración del 41 aniversario de la Carta Magna celebrado en el Congreso de los Diputados resultó el plató perfecto para ese sarao que tantas veces representa el apelotonamiento de políticos de distinto pelaje en un mismo proscenio.
En el palacio de la carrera de San Jerónimo, y durante el habitual y protocolario saludo de los diputados a las presidentas de ambas Cámaras, pudimos ver desfilando el pasado fin de semana a la ministra de Educación y portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, saludando afectuosamente a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y luego hacer la “cobra” y seguir su camino sin tan siquiera mirar a la del Senado que se encontraba justo al lado. Un “pequeño percance”, justificó posteriormente la ministra en redes sociales, hacia una “gran mujer y extraordinaria presidenta”. El tiro de cámara se posó posteriormente en un corrillo donde tres líderes de partidos opuestos -Arrimadas, Iglesias y Espinosa de los Monteros- departían amistosamente entre risas. Un tono que sorprendió a muchos y molestó a otros que no tardaron en proseguir igualmente la pugna en redes sociales llegando incluso hasta el insulto y la descalificación. Ya al aire libre, los hermanos Bardem elevaron el clima -el de la contienda me refiero- y se enzarzaban cada uno por su lado con el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y el portavoz popular en el Senado, Javier Maroto, animando aún más ese patio de vecindad en el que se ha convertido la política en este país en compañía de los “espontáneos” de costumbre.
Es sabido que la vida pública, y la política forma parte de ella, se sostiene en el fingimiento. Un aserto que hemos podido comprobar estos días, donde la simulación y el tacticismo viene siendo la calaña más habitual de nuestros políticos. Mal vamos si una ministra desprecia saludar en público a una colega de partido y cuarta autoridad del país, una “amnesia” preocupante para una portavoz del Gobierno que, aunque en funciones, pone en duda ostentar tal dignidad gubernamental en caso de ser cierto. También a tres líderes de partidos antagónicos departiendo en charla amistosa, para ser luego crucificados por la plática.
Al parecer, la relación entre los representantes de los partidos con sus adversarios políticos en este país debe estar presidida por la agresividad, menosprecio, descalificaciones y hasta los insultos. A estas alturas, pedir grandeza de miras, generosidad, o sentido común a sus señorías resulta cuando menos hilarante. Reconozco que la política me huele a chanchullo cada vez más, una pestilencia que alcanza igualmente a sus representantes. Políticos que por su soberbia e incapacidad desatan una ola de indignación y agotamiento en una ciudadanía harta ya de sus manejos.