Aunque el planteamiento sea distinto, y el nudo varíe en función de cada compañía, el desenlace siempre se concretiza sobre los mismos protagonistas: los trabajadores.
El último en deshacer el nudo de esta permanente teatralización que interpretan los bancos cada día ha sido el BBVA. Durante la presentación la pasada semana de los resultados de 2019, el presidente de la entidad, Carlos Torres, anunciaba que este año saldrán de la entidad unos 600 empleados consecuencia del cierre de 160 oficinas, que se suman a las 200 clausuradas durante el pasado ejercicio, hasta alcanzar un total de 7.744 puntos de venta. Una disminución de la red que previsiblemente afectará a Castilla-La Mancha donde el banco tiene abiertas 107 sucursales.
No es el único banco en España que prevé en 2021 más ajustes de plantilla y cierres de oficinas. Una contracción que solo en nuestro país ha supuesto entre 2008 y 2018 el 39% de todo el ajuste bancario realizado en la UE con el cierre de 20.000 sucursales, más que ningún otro país de la zona euro, aunque todavía manteniendo la mayor densidad de oficinas de toda Europa. Santander, CaixaBank, y Sabadell, entre otros, ya han anunciado intenciones similares a las del BBVA, en un momento donde las fusiones parecen haber perdido fuelle si hacemos caso de lo manifestado por la gran banca en la presentación estos días de los resultados del pasado ejercicio. Una disposición donde continuamente aparece Liberbank como perejil en todas las salsas, expectante siempre de las operaciones que puedan surgir, según su consejero delegado, Manuel Menéndez.
El modo de hacer banca en España está cambiando a pasos agigantados. Las fusiones acometidas hasta ahora no sólo han reducido drásticamente las plantillas de las entidades. El cierre de tantas sucursales ha variado también el panorama de los municipios más pequeños de este país, donde sus habitantes carecen de oficina alguna para poder realizar las operaciones bancarias más elementales. Se impone así cada vez más un nuevo modelo de negocio donde el ajuste laboral y el cierre de oficinas resulta el único desenlace posible para un sector que pretende mejorar su eficiencia y elevar sus niveles de rentabilidad. Un método que, no obstante, los bancos, incluso a pesar de la prudencia exigida por los supervisores, parecen olvidar a la hora de repartir dividendos entre sus accionistas.