Conviene aclarar de inmediato al lector, por si el titular de la columna concita a la perplejidad, que Emiliano García-Page sigue como presidente de Castilla-La Mancha, y que tampoco se espera, al menos de momento, que su nombre pueda aparecer en la terna de cualquier cartel de toros junto a las primeras figuras del escalafón. Mas la vuelta al ruedo, aunque sea atribuida, es más que merecida recorrerla alrededor del enorme coso taurino que representa esta tierra dentro de la industria de la tauromaquia del país.
García-Page ha anunciado que Castilla-La Mancha podrá organizar esta temporada corridas de toros y otros espectáculos taurinos, para ser ofrecidos a través de la televisión pública regional -una de las más activas en la difusión de la fiesta nacional-, con el fin de respetar las condiciones de seguridad impuestas por el coronavirus. Reitera así el presidente de esta comunidad el tradicional apoyo que la administración regional viene otorgando a la industria taurina de esta tierra: aficionados, toreros, ganaderos y empresarios. Una protección imprescindible para un sector esencial en la economía de Castilla-La Mancha, convertida en la primera región en España por número de festejos taurinos y populares celebrados en 2018, según datos del Ministerio de Cultura, por delante incluso de feudos tan tradicionales para la tauromaquia como Andalucía o Castilla y León.
Anda el planeta de los toros hondamente preocupado por la indiferencia con la que el sector es tratado por el Gobierno central y, especialmente, por las supuestas intenciones de la llamada Dirección General de Bienestar Animal, dependiente del vicepresidente Pablo Iglesias, que no es muy favorable a su preservación. Una situación agravada por el covid-19, que está suponiendo el cese absoluto de la actividad taurina en España, el primero que se produce desde hace más de un siglo tras la mortífera gripe del año 1918, pues ni la Guerra Civil fue capaz de paralizar este tipo de espectáculos.
Con muchos eventos taurinos y ferias importantes suspendidas en España –la última en anunciarse ha sido la de Albacete-, y el negocio de los toros maniatado y ahogado por tanta pérdida irreparable, el presidente de Castilla-La Mancha merece un generoso aplauso de la afición y de la industria taurina por la “faena de aliño”- la especialidad del maestro en tantos otros tercios- que acaba de realizar. Una suerte que al menos permitirá a los seguidores de la fiesta, aunque sea desde la butaca de sus hogares, seguir contemplando su espectáculo favorito. También, por la contribución de la Administración regional al sostenimiento de una industria de referencia en esta tierra que lucha denodadamente por su supervivencia ante la indiferencia manifiesta del Gobierno de Pedro Sánchez.