Recuerdo en mi adolescencia el éxito que tenía la misa de diez de los domingos y fiestas de guardar en la iglesia de Santo Tomé en Toledo. Ejercía de lector en la eucaristía don Antonio Bardón, director del colegio Sadel, y la asistencia a la liturgia daba derecho a la proyección cinematográfica que tras la ceremonia se exhibía gratuita en los salones de la escuela para los feligreses más jóvenes y alumnos del centro. Un proyector de 16mm nos transportaba a un mundo pleno de fantasía y colorido –no se permitía comer pipas- que en ocasiones se veía interrumpido momentáneamente al quedarse en negro la pantalla con el consiguiente alboroto de la concurrencia. No es que se hubiera rasgado el celuloide, es que don Antonioejercía de censor ocasional y la tijera, en este caso, era sustituida por un trozo de cartón convenientemente situado ante el objetivo de la cámara hasta la conclusión de cualquier imagen que tuviera una brizna de mirada aviesa.

Naturalmente, a pesar de estas escenas aisladas, todas las películas exhibidas venían con la correspondiente calificación estatal: apta para niños, jóvenes, sólo para mayores de 21, para mayores con reparos y peligrosa. Una competencia completamente subordinada a la moral impuesta por la Iglesia católica de la época que también exponía su valoración en el tablón de anuncios del templo advirtiendo a los fieles, incluso desde el púlpito, de las consecuencias que el visionado de aquellas películas, las más peligrosas, tenían para la “salvación eterna”. Así, hasta la muerte del dictador y el advenimiento de la democracia.

Sin embargo, cuando la censura cinematográfica parece haber desaparecido de este país surge en nuestra tierra una reprobadora de moral ajena dispuesta a disparar su ira contra quien no comulgue con sus predicados. La diputada regional del PP María Roldán ha desenfundado su colt con rapidez inusitada ante la exhibición en CMM del western “La dama de la frontera”, y no precisamente para enfrentarse a los malvados de la cinta. Un film, según la dama popular, donde se “normaliza y dignifica el maltrato hacia la mujer”. Ante semejante osadía en la programación de la cadena autonómica, Roldán, en nombre de su partido, ha pedido la dimisión de los malos de esta película que al parecer son la directora del Instituto de la Mujer, Pilar Callado, y de la directora del ente público, Carmen Amores. Afortunadamente, se ha podido salvar de la refriega Rod Cameron, protagonista del “maltrato” a Yvonne de Carlo en el film, al que se le supone descansando en paz en la tumba de algún cementerio.

Algunas situaciones de la política formal rayan en la hilaridad, pero lo cierto es que no hacen ninguna gracia cuando se piensa detenidamente en la gravedad y la relevancia de los temas que nuestros representantes pretenden significar con estas actuaciones. En este caso en apoyo a las víctimas de violencia de género, cuyo conmemoración se acaba de celebrar. Y lo hacen poniendo de ejemplo el lenguaje de una película inocua que en su estreno en 1945 fue calificada para mayores de siete años, y que ahora parece molestar a estos modernos censores del absurdo. Un papel que seguro tantos cómicos de este país no lo harían mejor que muchos de los que transitan por los escenarios de la política.