“Si al trabajo quieres ir con buena cara, viste monos de Azul de Vergara”, proponía la publicidad de esta legendaria tienda madrileña de ropa para trabajar. Mas el clásico mono azul de obreros no parece haber sido la prenda que el pasado domingo utilizó el presidente del PP, Pablo Casado, para presentarse ante las puertas de un centro de salud de la capital de España, coger un rato la pala y ponerse remangado a recoger la nieve que impedía el acceso al establecimiento. Una gesta con fotógrafo incluido a la que tan sólo se echó en falta el pañuelo en la cabeza del voluntarioso currito ajustado en sus extremidades por cuatro nudos. Un empeño que más parecía emular las prácticas de los antiguos agricultores arelando el trigo en la era que entregándose al trabajo con solicitud congojosa.
Son continuos los monos de trabajo que aseguran nuestros políticos enfundarse a la hora de atender sus funciones. Sin embargo, más que al ajado Azul de Vergara la prenda se asemeja a la que el diseñador Ralph Lauren acaba de viralizar a desorbitado precio, con “gotas de pintura” incluidas y a 680 euros la unidad o 483 en rebaja. Un terno igualmente frecuente entre los políticos de Castilla-La Mancha donde las diferentes formaciones, en mayor o menor medida, mantienen una permanente confrontación, sin palas mediante en este caso aunque sí por la utilidad que se las pueda dar en la calle. Una especie de competición para delegar las culpas al otro. Un enfrentamiento que en el caso del PSOE y PP se hace más patente en estos momentos adversos para esta tierra a la hora de solicitar la declaración de zona catastrófica para la región bajo amenaza de hacerlo los ayuntamientos del PP por su cuenta, o manejando su Gobierno una pandemia que repite los errores de anteriores olas y que presenta uno de los peores registros del país, a pesar de las inversiones millonarias y contrataciones de personal que nos dictan cada día. Una pugna que se proyecta igualmente en los distintos gobiernos municipales y provinciales con una oposición en contra de todo por prescripción partidista.
La sociedad vota para que la actuación de sus políticos sirva para el bien común de toda la ciudadanía. Y cuando hablamos de bien común, hablamos también de la salud pública y de fenómenos extraordinarios como “Filomena”. En cambio, en vez de aportar soluciones y afrontar unidos una catástrofe inédita, con el coste de muchas vidas, asistimos a una confrontación permanente que diluye cada vez más la confianza de los ciudadanos en la política. Más concretamente en unos gobernantes donde la ideología y el partidismo siguen teniendo más peso que la capacidad, rectitud o sentido común de cada uno de ellos. Unas prácticas, en definitiva, que sirven perfectamente para retratar de forma inequívoca a los políticos que nos gobiernan.