El “despelote político”, según lo definía el escritor Mario Vargas Llosa en una tribuna reciente, “nos obsequia a diario con mucho ruido y poquísimas nueces”. En efecto, pues muy escasos fueron los frutos que nos depararon la semana pasada los debates que tanto las Cortes autonómicas como el Ayuntamiento de Toledo protagonizaron en torno a los indultos del “procés” para los condenados por sedición y malversación. En el caso de la Cámara autonómica, al PP y Ciudadanos no les parecía suficiente que el vicepresidente de la Junta, José Luis Martínez Guijarro, hubiera insistido desde el púlpito institucional que su partido y el Gobierno en Castilla-La Mancha coinciden con la inmensa mayoría de los castellano-manchegos que son contrarios al indulto por no darse las circunstancias adecuadas. Como respuesta, los socialistas sacaron el comodín de María Dolores de Cospedal, tan útil como manido en lances de discrepancia.
En el caso del Ayuntamiento toledano más de lo mismo. Traídos de encargo a capitulo por el PP y Ciudadanos, los indultos a los condenados por el “procés” también fueron motivo de disensión en el Pleno de la corporación municipal, en este caso también junto a VOX, en una sesión donde la crítica personal, la descalificación y también Cospedal, faltaría más, fueron los estériles argumentos de los discursos proferidos por los representantes de las diferentes formaciones. Un debate sin sentido, al igual que el de la Cámara autonómica, sobre una cuestión cuya competencia y resolución está bien lejos de la incumbencia de las Cortes de Castilla-La Mancha y el Ayuntamiento toledano.
Otro “despelote político” sin ton ni son donde el debate se aleja de nuevo de la verdadera tarea legislativa encomendada a su protagonistas. Actores empeñados en convertir la actividad política en un estercolero donde cohabitan sus integrantes, con vistas a una ciudadanía harta y cansada de sus infructuosas interpretaciones. Un espacio público lleno de gesticulaciones sin consecuencias, o con menos consecuencias de las que serían esperables a juzgar por los resultados obtenidos, donde la crítica personal y la descalificación sustituyen al debate pausado y de ideas. En definitiva, una escalada verbal sin sentido, consecuencia de unos individuos incapaces de alcanzar acuerdos que verdaderamente interesan a los que aseguran ser sus representantes, más preocupados en cuestiones que en absoluto les atañen.