Seguramente haya sido el mejor consejero de Agricultura que ha pasado por el Gobierno de Castilla-La Mancha. Ingeniero agrónomo de profesión, el albaceteño Fernando López Carrasco realizó durante doce años una espléndida labor al frente de la cartera de Agricultura- sin más epítetos al cargo por aquella época-, cuyos resultados de modernización del sector han tenido su reflejo en épocas posteriores, aunque no suficientes.
Especialmente entre las cooperativas de esta tierra, un compartimento que apenas contaba con ayudas y subvenciones, y cualquier reforma o nuevas instalaciones pasaba inexorablemente por el endeudamiento de estas sociedades. Un pasivo que generalmente iba acompañado de la crítica de sus socios, al verso obligados a descontar de sus liquidaciones el importe de la amortización financiera correspondiente.
Como buen gestor de lo que se traía entre manos, aunque con magros recursos institucionales, López Carrasco ya anunció hace más de treinta años que el futuro de las cooperativas, si querían fortalecer sus estructuras y vías de comercialización, pasaba por la unión y conversión en sociedades de mayor tamaño. En efecto, recuerdo para ello su ocurrente planteamiento de montar una embotelladora de vinos móvil, que recorría las bodegas cooperativas que lo solicitaban para envasar una pequeña partida de sus caldos con la correspondiente etiqueta.
Una propuesta de corto alcance pues los vinos embotellados apenas servían para el consumo de socios, familiares y amigos, y en absoluto para comercializarlos a escalas mayores, el fin propuesto por el consejero para obtener un mayor valor añadido. Los rectores de estas sociedades estaban más pendientes de la visita del corredor de turno para vender sus graneles- entiéndase Cantarero, Félix Solís, aceites Toledo, Koipe…-, que de comercializar embotellada la cosecha de sus socios.
Tres décadas más tardes y varios consejeros mediante, Francisco Martínez Arroyo persiste ahora de nuevo en aquella propuesta, con el fin de que las cooperativas adquieran “suficiente musculo” en la cadena alimentaria, y poder así competir con solvencia, eficacia y recursos en el mercado. Es decir, lo que ya desde 1983 vienen insistiendo infructuosamente todos los consejeros de Agricultura que han pasado por el Gobierno de Castilla-La Mancha. Un movimiento que resulta capital para la economía de esta tierra, que actualmente aglutina a 585 sociedades y más de 160.000 socios.
La habitual atonía e individualismo con el que se ha desenvuelto el sector agropecuario en Castilla-La Mancha tiene su reflejo indiscutible en las cooperativas, donde todavía en esta tierra se pueden ver a varias en funcionamiento en una misma localidad. No obstante, la región cuenta también con contados y magníficos ejemplos de cooperativas con “musculo”, capaces de competir con garantías en la cadena alimentaria gracias a sus excelentes productos y buena gestión. La misma que todos los consejeros de Agricultura de esta tierra vienen reclamando para que el sector alcance en el mercado el posicionamiento que necesitan y sus vinos, quesos, aceites, frutos secos y otros productos alcancen el valor que merecen.
Una cuestión recurrente por parte de la Administración autonómica pero que en tantas ocasiones choca con el individualismo crónico que arrastran estas sociedades, bastante necesitadas alguna de ellas de un cambio generacional que no se produce, el mismo que precisan también las organizaciones que las representan.