El simbólico concejal del Ayuntamiento de Toledo, José María Fernández, portavoz de IU-Podemos en la Corporación municipal ha presentado una moción para que el Consistorio toledano “deje de participar en actos religiosos en función del artículo 16.3 de la Constitución española”. Fernández pretende que la representación oficial del ayuntamiento en cualquier acto litúrgico no se haga en nombre de toda Institución, sino a título particular de cada uno de los concejales que acuden o del grupo político que representan. Ejemplos recientes pone el edil Fernández como los de la renovación del juramento del dogma de la Inmaculada Concepción por parte de la Corporación, la instalación y bendición del Belén municipal, o la retirada por parte del ayuntamiento toledano, a petición de VOX, del cartel anunciador del concierto de una cantante por exhibirse vestida de virgen con niño en brazos y banda con la inscripción de “puta”.
La presencia de políticos en solemnidades, desfilando en procesiones, bebiendo en botijo las aguas de aljibes catedralicios, tirando cohetes en romería, o codeándose con la Iglesia en actos religiosos resulta habitual en todo el país incluso a pesar de IU, Podemos, laicos, o del propio concejal Fernández. Sería conveniente recordar aquí el ejemplo del expresidente de Castilla-La Mancha, José Bono, pio a carta cabal y siempre en devota actitud y marcial apostura en cuantos actos religiosos y desfiles procesionales acudía. También, más reciente, el de la “papisa Yoli”, dixit Javier Ruiz, amigo y compañero de columna, tras la visita al Papa Francisco de la vicepresidenta del Gobierno de España, Yolanda Díaz, líderesa igualmente de Unidas-Podemos. Una audiencia de la que se desconoce la condición y representación por la que se hizo, salvo que el edil toledano nos anuncie ahora que para una posible conversión de las creencias religiosas de los miembros de su formación.
Resulta frecuente la controversia protagonizada por estas organizaciones ante la presencia de políticos en cualquier acto religioso, un debate que trae sin cuidado a la mayoría de los ciudadanos. Una comparecencia por motivos electorales o puro exhibicionismo, pero igualmente por tradición y respeto a la manera de vivir, pensar, y costumbres de los demás. Las calles, templos, o recintos donde transcurren estos actos no se llenan hoy precisamente de fervorosos creyentes ni piadosos feligreses. Lo hacen vecinos, ciudadanos, e instituciones de toda condición que quieren preservar y rememorar acontecimientos y tradiciones religiosas que anclan su barrio, municipio, u organismo con una diversidad de hábitos y costumbres de muchos años. Y lo seguirán emprendiendo sin importarles la representación política asistente, ni mucho menos de las inútiles como frecuentes controversias entre sus integrantes. Una creencia que únicamente el pueblo puede decidir cómo y con quien celebra su historia y tradiciones católicas más características.