Las periodistas paramos
Dicen que todo empezó cuando un grupo de colegas se reunió en el sótano de un restaurante y decidieron que las mujeres periodistas teníamos que apoyar, de manera especial, este 8 de marzo. A mí me llamó una compañera avisándome de un incipiente movimiento para denunciar la desigualdad y la brecha salarial con el haghtags #lasperiodistasparamos y me sumé enseguida. Ha sido un fenómeno increíble, grande, emocionante de esos que se expanden con la fuerza de la razón. Y ahí está el manifiesto, firmado por siete mil mujeres de todos los medios de comunicación y todas las sensibilidades ideológicas y como complemento un grupo de Telegram al que en apenas dos días se habían sumado dos mil quinientas colegas. Las periodistas paramos y no somos las únicas porque el manifiesto se ha multiplicado por otros muchos sectores: académicas, investigadoras, científicas, las mujeres del libro, profesionales del teatro, estudiantes deportistas, abogadas, profesoras, maestras, enfermeras, mujeres de la sanidad... A todas nos sobras los motivos y “sin nosotras se para el mundo” y eso no es un eslogan fácil en el subidón de la solidaridad o del compañerismo. Hay datos empíricos ciertos y verdades cotidianas que lo avalan, aunque muchos machistas vergonzantes -que son siempre los peores- se empeñen en desmontar lo evidente: que somos más pero no quieren que seamos mejores, que tenemos una brecha salarial vergonzosa y nuestro techo de cristal es por género y quienes lo achacan a la maternidad nos discriminan doblemente.
Soy periodista desde los 17 años, he sido madre dos veces y he tenido tres embarazos y mi recorrido profesional que empezó en la prensa escrita, en el papel, ha sido amplio en todos los formatos de radio, televisión y también en periódicos digitales. Afortunadamente nunca he estado en paro, pero siempre he sentido de algún modo u otro que tenía un techo de cristal que no me permitía acceder a los máximos niveles de dirección. Es verdad que me lo ofrecieron varias veces y dije “no” porque era para afrontar recortes de plantilla o gestionar situaciones económicas imposibles que necesitaban de un “killer”, y si además era mujer, tenían la excusa perfecta los machistas de siempre, por lo que no quise caer en la trampa y como a mí les ha pasado a muchas.
Todos los años con motivo del 8 de Marzo escribo como un rito, casi como una liturgia, un artículo sobre igualdad y, lamentablemente, podría coger al azar cualquiera de los textos de estos años y la cosa no habría cambiado tanto. Dicen algunos que el siglo XXI será sin ninguna duda el siglo de la mujer. Sin embargo, pensar en la igualdad, en la no discriminación en razón de sexo, parece aun una cuestión más cercana a la utopía que a la realidad. Dicen -aunque yo cada día lo dudo más- que los últimos años las mujeres hemos realizado una auténtica revolución silenciosa, imparable y efectiva, pero de ser así, desde luego ni esta puede darse por concluida, ni debemos pensar que las conquistas, por importantes que hayan sido, no tienen marcha atrás. Es fácil, facilísimo, retroceder en un día lo que ha costado años de trabajo, y más si se trata de defender cosas intangibles, esas de las que los pragmáticos suelen burlarse, como la dignidad o la igualdad, aún más. Yo estoy harta de revoluciones silenciosas y creo que hay que alzar la voz para que el ruido resulte atronador y mueva conciencias.
Desde hace años ¡qué pereza! tenemos un intenso debate sobre si la fórmula para conseguir la igualdad debe ser el sistema de cuotas que lleve a una verdadera democracia paritaria, tal como sostienen las mujeres socialistas, o la política efectiva de igualdad que lleve a las mejores a ocupar los más altos puestos de responsabilidad. A mí, personalmente, me da igual. He defendido y defiendo el sistema de cuotas y también el de méritos propios porque si el fin es la igualdad me importa un pimiento el medio que se utilice para conseguirlo. El problema de verdad es que llevamos demasiado tiempo dando vueltas al mismo molino y los resultados son más bien escasos.
La mayoría de las mujeres prefiere minimizar los aspectos ideológicos que nos pueden separar y poner el acento las muchas cosas que nos unen. ¿Qué mujer no es solidaria con el repugnante tema de la violencia machista? ¿qué mujer no se siente dolorida, humillada, maltratada y vejada cuanto contempla la imagen de las afganas y otras tantas mujeres llevando un burka, lapidadas por delitos que jamás cometieron o cruelmente mutiladas por la ablación? Lo cierto es que las mujeres seguimos siendo objeto de discriminación o abuso y el machismo esta en todos los partidos políticos y trufa todas las ideologías.
Por cierto parte de este artículo lo escribí hace exactamente 10 años y algunos de estos argumentos tienen una amplia reflexión en mi libro "Mujeres". Lo descorazonador es que una década después sigan siendo válidos. Por eso y por muchas cosas más #lasperiodistasparamos. En el discurso más duro de su vida, Hillary Clinton, tras ser derrotada por Donald Trump en la carrera a la Casa Blanca, se dirigió a las mujeres con un mensaje de esperanza. "Nunca dudéis de que sois valiosas, poderosas y merecedoras de cualquier oportunidad en el mundo. Todavía no hemos roto ese alto y duro techo de cristal, pero algún día alguien lo hará". Yo lo suscribo porque ese techo tiene que romperse en mil pedazos ya.