Adiós, Pescaíto
Estos días, mientras contemplo horrorizada el caso de Gabriel y constato, una vez más, que la maldad humana no tiene límites, no dejo de pensar qué clase de monstruo puede acabar con la vida de un pequeño al que, en teoría, debería de proteger. Las circunstancias son distintas pero no sé porqué me viene a la cabeza lo que ocurrió a la pequeña Asunta Basterra, esa niña a quienes, según decían sus padres, pretendían sacar de la miseria y ofrecerle un futuro mejor y al final asesinaron... Entonces, como hoy, se abrió un intenso debate en el que unos hablaban de justicia y otros de venganza. Asunta fue abandonada en un orfanato de Yongzhou y llegó a España sin haber cumplido un año. Dicen que sus padres Rosario Porto y Alfonso Basterra, que cumplen condena por su terrible crimen, presumían de que ella era su princesa oriental. A sus doce años era una niña brillante y despierta, que dominaba cinco idiomas, hacía ballet, escribía cuentos, iba una clase adelantada y sería un regalo del cielo para cualquier familia menos para la suya. ¿Por qué?, se preguntan todos. Nada ni nadie puede explicar un
caso tan terrible. Dan igual los celos de Medea, las miserias ocultas, el dinero o el miedo. Todo da igual para un final tan terrible.
Ahora con Gabriel, el Pescaíto de la sonrisa inocente, todos se preguntan lo mismo. Tenía ocho años y ninguna maldad pero se convirtió en un estorbo para los planes de una mente enferma y retorcida. ¿Por qué?, se preguntan todos. Nada ni nadie puede explicar un caso tan terrible. Dan igual los celos de Medea, las miserias ocultas, el dinero o el miedo. Todo da igual para un final tan terrible como el de Gabriel. Ayer todas las personas de bien nos pusimos en la piel de esa madre admirable y corajuda que, aún rota de dolor, pedía que nadie manchara la memoria de su hijo con actitudes de venganza, “en memoria del Pescaíto pido que no se extienda la rabia, que no se hable de la mujer detenida y que queden las buenas personas, las buenas acciones y la imagen de Gabriel”, dijo y sus palabras movieron conciencias.
Mientras la escuchaba yo recordaba aquello que se decía en Matar a un ruiseñor. "Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos... No hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor”. El desasosiego de pensar en los últimos suspiros de vida del pequeño Gabriel la pequeña Asunta y el terrible pecado de quienes han matado al pequeño ruiseñor, sólo lo apacigua el amor inmenso y la felicidad de la que ha gozado, rodeado de sus padres y abuelos en su corta vida. Las dos caras del ser humano. La presunta asesina que con el cuerpo aún caliente del pequeño estrangulado con sus propias manos ejercía de plañidera y la madre que borrándole el nombre al monstruo nos invita a pensar en la sonrisa del Pescaíto. ¡El bien y el mal como siempre en el centro de las contradicciones del ser humano!
“¿Por qué la desesperación se adueña de la masa y no de estos padres? Ellos no claman venganza, no es suya la furia que brilla y son ellos los que han perdido a un hijo”, se leía ayer en un artículo de Papel, donde se intentaba explicar desde un punto de vista psicológico el porqué de estas reacciones humanas. Se partía de la entrevista que le habían hecho en la COPE a la madre de Pescaíto en la que hablaba de forma extremadamente serena y pedía a los españoles que «transformen su rabia en otra cosa, que haya mensajes limpios, que no manchen lo que levantó su hijo».
La madre de Gabriel destacaba ayer en sus declaraciones por su «actitud conciliadora. Tiene unos valores morales muy definidos, está tranquila, entera, y demuestra tener habilidades de afrontamiento. Todo esto le permite trascender, por eso pide que lo sucedido sirva para algo. Es verdad que su actitud llama la atención pero es que, desde que el niño desaparece ella está asumiendo el dolor y su postura positiva significa que su intención es salir adelante», explicaba al periódico la psicóloga Patricia Díaz Seoane, especializada en procesos de duelo.
No me atrevería, en absoluto, a contradecir a los profesionales pero el dolor debe ser tan profundo y la huella tan grande que cuesta pensar en cómo afrontar el mañana con un hoy tan desgarrado.
Y mientras las redes incendiadas dejando a la intemperie lo más visceral del ser humano y los políticos, en mayor o menor medida, tirándose los trastos a la cabeza a cuenta de la prisión permanente revisable. Allá ellos y sus altavoces. Yo me quedo con las palabras de Patricia, la madre doliente. No pienso contribuir al esperpento. ¡ Adiós, Pescaíto! Tu sonrisa debe ser el bálsamo que nos reconforta .