ETA y el relato
ETA se ha extinguido pero no por arte de magia. Ha sido derrotada por el Estado de Derecho y por los demócratas. Ya no tenía ningún lugar clandestino al que acudir, por mucho que el sanguinario Josu Ternera pusiera voz al desmantelamiento o sus compinches hayan escenificado en el que fuera antaño su santuario francés y con una solemnidad tragicómica, su certificado de defunción. La fecha de ayer, el 4 de mayo, sólo es una fecha más en el calendario. Estos criminales con las manos manchadas de sangre no han pedido perdón a las víctimas, no han ayudado a esclarecer esos tres centenares de crímenes sin aclarar, ni siquiera han reconocido que con su historia de sangre, dolor y muerte, de secuestros, tiros en la nuca o coches bomba no han conseguido ninguno de los objetivos que pretendían.
Querían ponernos de rodillas, y suplicantes, imponer un estado totalitario, secuestrar nuestra libertad, ponernos mordazas, minar nuestra fortaleza a base de barbarie y emprendieron una limpieza étnica e ideológica contra todos los que no pensaban como ellos. Ni ha sido una misión heroica ni han liberado a un pueblo que nunca -salvo en su fanática ensoñación- había estado oprimido, ni nada de nada. Ahora tendrán que cumplir las penas por los delitos cometidos y se pueden ir olvidando de obtener contrapartidas. El presidente del Gobierno dijo ayer tras el anuncio de disolución que "ni hubo ni habrá impunidad" y así debe ser. La democracia, que les ha derrotado, debe impedir ahora que la banda lave su historia y para evitar cualquier intento de blanqueamiento nosotros debemos ser quienes escribamos el relato de lo que ocurrió, sin dejar ningún resquicio para que sean ellos quienes lo hagan.
El antídoto frente al intento de usurpación del relato es no olvidar a las víctimas y que su petición de justicia y verdad no decaiga. Alguna vez he recordado en esta columna que una de las entrevistas más difíciles y más duras que he hecho en mi vida profesional se la hice hace años a Álvaro Cabrerizo, el hombre que perdió a toda su familia en el atentado de Hipercor y que ya ha fallecido. Durante la misma me quedé muda en varias ocasiones porque a veces no hay palabras de consuelo ni que decirle a un hombre que lo ha perdido todo, su familia, su negocio, sus amigos, todo, absolutamente todo, y al que todos terminaron por abandonar. Cuando ya estábamos terminando me relató que en una ocasión intentó tomarse la justicia por su mano pero se termino entregando: “Al poco del atentado de Hipercor murieron dos terroristas que iban a colocar una bomba y el obispo Setién dijo que habían muerto «dos palomas de la libertad del País Vasco». Me sentó como un tiro, y yo tenía escopetas de cazar. Cogí la escopeta y me fui con la intención de matarle. Me entregué a la Guardia Civil, con la escopeta y todo. Ahora sé que eso fue un momento de locura, pero entonces yo decía siempre que donde no hay justicia hay venganza", me dijo en un momento dado. Esa es también parte de la grandeza de las víctimas, que ninguna, aunque alguna vez tuviera la tentación, se tomó la justicia por su mano.
Carmen, la esposa de Álvaro de 36 años, y sus hijas Sonia y Susi, de 16 y 13, no tuvieron ninguna oportunidad cuando en 1987 Santi Potros dio la orden de reventar Hipercor. Hubo 21 asesinados y 45 heridos. Él me dijo que se quedó "vacío", mientras señalaba con el dedo la camiseta que llevaba puesta con la imagen de sus dos hijas y donde se podía leer «A mí me mató ETA». En un día como hoy y para que no nos arrebaten el relato dejo aquí un fragmento de aquella entrevista:
Pregunta.- ¿Cómo cambió su vida ese 19 de junio de 1987?
Respuesta.- Completamente. Entonces tenía 40 años, una familia y las cosas marchaban bien económicamente. Yo era un pequeño empresario que tenía siete tiendas de videoclub, una pequeña productora, un bar y dos restaurantes. Nos iba viento en popa.
P.- Y esa tarde, a las cuatro y cuarto, ¿qué pasó para que su vida cambiara brutal y trágicamente?
R.- Un conocido mío había sido atropellado. Le recogí y le llevé a una clínica en Sabadell. Llegando allí dijeron en las noticias que había habido un atentado muy grande en el Hipercor. Me quedé tranquilo, porque mi mujer y mis hijas habían estado allí por la mañana comprando ropa y cosas para irnos de camping. ¡Nos encantaba escaparnos de vez en cuando! Y no pensé que hubieran vuelto por los grandes almacenes.
P.- Pero, no fue así...
R.- Cuando me fui para las tiendas me encontré con que la que regentaba mi mujer estaba cerrada. Pasó una hora y empecé a inquietarme. Opté por ver si habían vuelto otra vez al Hipercor a comprar algo. Al llegar la escena era dantesca: ambulancias, gente chillando, coches de policía... Ahí empezó al calvario. Me tiré hasta las ocho de la tarde, viendo las listas de los ingresados en los hospitales. Y al último al que fui fue al Clínico.
P.- ?Allí qué se encontró?
R.- Al preguntar por los heridos, una ATS se fijó en el cordón de oro que yo llevaba en el cuello y me preguntó si mi mujer llevaba uno igual. Le respondí que sí, que lo compramos juntos. Bajé a la morgue, a mi mujer la reconocí enseguida.
P.- ¿Y a sus hijas?
R.- No, a la niña pequeña no. Dudaba, estaba tan aturdido que no podía reconocer aquel horror. Al final reconocí a Susi, mi pequeña de 13 años. Tenían el rostro negro, no parecían ni ella. Me dijeron que habían muerto por asfixia.
P.- ¿Su otra hija, Sonia, dónde estaba?
R.- No sabíamos. Desde el Clínico estuve llamando a todos los sitios para ver si mi otra hija aparecía. Luego he sabido que mi hija mayor salió con algo de vida del Hipercor, y la llevaron a la Residencia. He visto en imágenes secuencias de cuando llegaba a ese centro hospitalario, y cómo con las prisas se les cayó de la camilla. Iban tres heridos en la misma ambulancia, pero ellos sobrevivieron y mi hija no. Hasta la medianoche yo no supe dónde estaba Sonia. Mantuve en todo momento la esperanza de que mi chica mayor estuviera viva, rezaba, le pedía a Dios que, al menos, me dejara a una para aliviar mi desesperación, pero no fue así. Me quedeé vacío y solo. En la morque había reconocido a mi mujer, luego a mi hija pequeña, también a mi hija mayor... ETA había matado a toda mi familia.
P.- Usted pierde a su familia, en años se arruina, pierde sus negocios y empieza un peregrinaje por consultas de psiquiatras. ¿Cuánto tiempo ha estado tomando tranquilizantes?
R.- Aún sigo. Al principio El Corte Inglés me puso un psicólogo. Luego me fui a los del Ayuntamiento, después a particulares, a los de la Asociación de Víctimas en Barcelona, y ahora, en Andalucía, estoy con el psiquiatra del hospital.
P.- ¿Y con sus negocios qué pasó?
R.- Los de Andalucía los tuve que dejar en manos de un encargado. Se enriqueció y a mí me llevó a la ruina. Le hice la cesión del negocio y no me lo pagó. En Barcelona pasó lo mismo y en seis años se hundió todo, hasta que conocí a Dolores, mi actual pareja, y mi vida empezó a serenarse. Yo era militante de CiU cuando ocurrió el atentado, y Pujol entonces vino a visitarme varias veces a mi casa, cosa que le agradecí mucho. Después dejé mi militancia y todos me olvidaron.
Álvaro no ha vivido para ver cómo ETA ha sido derrotada por el Estado de Derecho y por todos ellos siempre habrá que recordar el ejemplo moral de las víctimas que renunciaron a la venganza y se confiaron a la Justicia; la inquebrantable labor de los jueces y fiscales; la abnegación de la Policía y la Guardia Civil, el coraje cívico de los que alzaron la voz cuando hacerlo equivalía a ser señalado; a la resistencia de los políticos constitucionalistas cuando los compañeros eran asesinados uno a uno; a los empresarios que se negaron a financiar nuevos atentados; a los periodistas que lo contaron todo y, amenazados, lo siguieron contando. Por ellos y por nosotros mismos debemos escribir el relato y los asesinos pagar por lo que hicieron.