El Papa y los pederastas
Estos días ha saltado la noticia de que todos los obispos chilenos en bloque han presentado su renuncia al Papa Francisco por los casos de abusos sexuales, después de haberse reunido con él durante tres días en el Vaticano. ¿Su pecado? Encubrir los graves abusos a menores cometidos durante al menos dos décadas por varios sacerdotes, especialmente tras el llamado caso de Juan Barros, el obispo acusado de encubrir al sacerdote Fernando Karadima, el cura que fue suspendido de por vida después de haber sido declarado culpable en 2011 de abusar de niños durante una década.
El Papa que en principio protegió al obispo durante su visita a Chile, luego rectificó cuando leyó las actas que le enviaron sobre el asunto. "Creo poder afirmar que todos los testimonios recogidos en ellas hablan en modo descarnado, sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza", dijo el Pontífice, que ahora decidirá si acepta la dimisión en bloque o caso a caso, para hacer una limpia en la Conferenciia Episcopal chilena.
A mí este Papa, como he dicho en otras ocasiones, me gusta mucho. No porque esté rompiendo esquemas, que lo está haciendo, o porque sea un auténtico revolucionario, que lo es en la verdadera acepción de la palabra, o porque esté cambiando los viejos tópicos de la Iglesia, cosa que esta ocurriendo. Me gusta porque es un hombre valiente que, casi siempre, nos sorprende en los momentos clave y si algunos pensaron que no entraría de lleno en el tema de la pederastia en la Iglesia se equivocaron.
En estos casos no basta con pedir perdón a las víctimas, que también, sino que deben tomarse decisiones drásticas, porque sin duda el peor de los pecados de alguien cuya vida está entregada a Dios y a proteger a los más débiles, es abusar de ellos y matar su infancia. Los niños, siempre los niños, el eslabón más débil, el bien a proteger, el mejor de los tesoros, los mal vulnerables. Hay muchas formas de dañar a los niños: unas brutales sin paliativos y otras que se trasmutan como medidas protectoras, pero se vuelven terribles. Está claro que una sociedad que no sabe cuidar y proteger a sus niños y sus mayores camina hacia el abismo, y países teóricamente civilizados asisten silentes, callan o miran a otro lado ante vulneraciones flagrantes de los derechos humanos de los más pequeños. Paradójicamente esos países avanzados suelen criticar duramente las prácticas que aún se conservan desde el medievo en lugares como Afganistán, mirando la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio.
El periodista Amador Guallar contaba hace algún tiempo desde Kabul que la tradición ancestral afgana de los "bacha bazi", o niños bailarines, en la que menores son maquillados y vestidos con ropas femeninas y bailan para el placer de apoderados para luego ser prostituidos al mejor postor, tenía los días contados porque se iba a prohibir y criminalizar esa práctica bárbara, cosa que no sabemos si ha ocurrido. Bacha bazi significa "jugar con niños" en darí pero no es un juego sino una práctica repugnante de explotación sexual infantil que se ha mantenido a lo largo de los siglos y mucho me temo que se sigue manteniendo.
¿Qué diferencia hay entre utilizar a los niños de esta forma y hacerlo, como han hecho muchos sacerdotes, con el silencio cómplice de la Iglesia Católica? Pues en mi opinión ninguna. Se destroza de igual modo la vida de los niños y se le arrebata de cuajo el mayor bien a proteger: la inocencia. ¡Ojalá el Papa Francisco no baje la guardia y sea implacable con los pederastas! #Niunomás #.