Los políticos más experimentados dicen que en política lo difícil no es solo llegar sino que lo verdaderamente dificultoso es saber mantenerse y que el paso del tiempo no termine por arrastrarte. No hace tanto los sociólogos, politólogos y también los periodistas analizábamos la llegada de Podemos al tablero de la política nacional como un fenómeno digno de estudiar en las universidades, ya no solo por su ascenso fulgurante -que incluso llegó a darles en las encuestas una mayoría suficiente como para llegar a Moncloa- sino, sobre todo, por el desconcierto que provocó en los partidos tradicionales, instalados en un cómodo bipartidismo desde hacía décadas. Han pasado solo cinco años desde la fundación de Podemos y solo queda uno de los que se hicieron aquella famosa “foto del cambio”. Son tiempos revueltos para la formación morada, convertida en un auténtico polvorín, un terremoto cuyo epicentro ha tenido lugar en Madrid tras el adiós de Íñigo Errejón que ha provocado un efecto dominó y se ha llevado por delante a Ramón Espinar.
No hace ni un mes que entrevisté a Errejón y en un momento de la entrevista se desarrolló de este modo:
P.- ¿Qué hay de cierto de que en su partido los que se mueven no salen en la foto?
R.- En los partidos en general, y no sólo en Podemos, moverse y salir en la foto no es siempre compatible. Esa es una de las causas por las cuales se va alejando poco a poco la ciudadanía. No hay un solo partido donde se seleccione a los mejores para componer las listas y se tenga sólo en cuenta el mérito o la capacidad.
P.- Una curiosidad. Después de haberle quitado a usted tantas veces de la foto, ¿Pablo Iglesias sigue siendo su amigo?
R.- Sí, somos amigos, pero es verdad que nos han ocurrido muchas cosas difíciles y dolorosas. Hemos aprendido a conciliar la relación personal y la política, y el vínculo de cariño se mantiene, pero es cierto que tenemos muchas cosas que nos separan.
Con toda seguridad, cuando me dijo esto ya tenía perfectamente pergeñado el plan de hacer tándem con la alcaldesa Carmena, e intuía que eso supondría la ruptura total pero ¡claro! el factor sorpresa era fundamental para una operación de tal envergadura. En los análisis que se han hecho estos días sobre por qué todo ha saltado por los aires en un tiempo récord, se ha puesto en evidencia que de nuevo estamos ante un conflicto en blanco y negro donde los matices han dejado de existir. Para los seguidores de Errejón, Pablo Iglesias tiene una forma de ser y estar en política impropia de los nuevos tiempos. Hablan, sin cortarse un pelo, de su autoritarismo extremo, de su incapacidad para llegar a consensos, y dicen que ha traicionado los valores iniciales de una fórmula ganadora que pierde fuelle y se desangra por momentos. Sin embargo, para los leales a Iglesias, Íñigo Errejón ha sido desde siempre una especie de caballo de Troya del socialismo dentro del partido. Le llaman traidor, desleal y dicen, también sin remilgos, que nunca aceptó su derrota en Vistalegre.
Sea como fuere, lo cierto es que Podemos -que ahora está a un paso de suicidarse políticamente- pasó en un tiempo récord de ser un movimiento asambleario a convertirse en la tercera formación política de este país, y ¡claro! asaltar el cielo no es gratis y deja jirones en el camino que pueden ser su tumba. Para hacernos una idea de la magnitud de esta guerra civil solo hay que ver cómo reaccionó Juan Carlos Monedero cuando Ramón Espinar dijo que tiraba la toalla y dejaba todos sus cargos. Colgó un tweet acusando a Errejón de montar un nuevo partido y de haber implosionado la convivencia en Podemos. La respuesta se la dio el diputado Errejonista Eduardo Maura: “Deseo lo mejor para Podemos, para Íñigo Errejón, para Manuela Carmena y para el ámbito del cambio político en general. Pero si todo tiene que arder, por favor que arda con Monedero. Solo le pido eso a estos días marcianos", escribió. Ya se sabe ¡cuerpo a tierra que vienen los nuestros! ...y hay muchas evidencias de que si el éxito se atraganta termina por provocar la muerte. Morir de éxito debe ser todavía más duro cuando ya no hay cielo que asaltar.