Una de las últimas veces que entrevisté a Xavier Arzalluz, presidente del PNV durante más de dos décadas (entre 1980-1984 y 1985-2004), ex jesuita y una de las figuras más representativas del nacionalismo vasco, fue con motivo de la celebración del 30 aniversario de la Constitución. Le recordé que su defensa del derecho de autodeterminación y la independencia no había sido obstáculo para alcanzar pactos con el PP y el PSOE y, aunque en ese momento ya había sido apartado de la dirección de su partido, la vehemencia de su carácter y sus explosivas declaraciones seguían dando que hablar porque el personaje polémico y poliédrico era odiado o querido según quien le definiera. En dicho encuentro hablamos de la independencia y el derecho de autodeterminación en estos términos:
P.– Su primera aparición pública del posfranquismo fue en diciembre del 76, como la cara visible del PNV. ¿Su camino entonces era hacia la independencia o hacia la integración?
R.– Mi camino siempre ha sido hacia la independencia, y sigue siéndolo. Lo que pasa es que en política hay que saber hasta dónde se puede llegar y hasta dónde no. Los nacionalistas vascos veníamos a conseguir la independencia y decir lo contrario es querer ocultar las cosas.
P.– Llevan 30 años en el victimismo y la reivindicación permanente. Da la sensación de que todo les es insuficiente. ¿Cuál es su límite?
R.– El límite es que nos reconozcan el derecho a la autodeterminación, que reconozcan que somos un pueblo. Nos han metido en el saco de la nación. No hay vascos, somos gente que tiene una lengua rara y levantan piedras, pero no nos reconocen como pueblo. Si en esta Constitución se hubiera aceptado el derecho de autodeterminación, ETA hubiera dejado de existir, estoy convencido de ello. Por eso yo nunca he aceptado una Constitución que nos tapa el camino de lo que pretendemos. Si hubieran dejado libre el camino de la expresión de los vascos, yo hubiera dicho sí a la Constitución.
P.– En resumen, que si les reconocieran el derecho de autodeterminación, el siguiente objetivo del PNV sería la independencia, modelo Québec o Kosovo...
R.– Claro que sería la independencia, pero hay aquí mucha gente que no la quiere. El problema es ver quién se apunta a la independencia, y para eso la gente tiene que pronunciarse. ¿Por qué tienen tanto miedo a los referéndums? Es una barbaridad que a mi pueblo se le pueda tener en un sitio donde no quiere estar. Es un abuso que me parece degradante para el propio Estado español.
Si no fuera porque han pasado muchos años y porque el ahora fallecido Xavier Arzallus era vasco y no catalán, encontraríamos en sus respuestas reflexiones idénticas a las que ahora enarbolan algunos políticos independentistas catalanes, solo que ellos han traspasado la frontera de la legalidad, cosa que nunca sucedió en Euskadi.
Claro que allí, en el el lado oscuro, estaba ETA. Y sobre eso y su polémica reflexión sobre el árbol y las nueces también le pregunté en esa ocasión. Incluso llegó a reconocerme que solo el azar quiso que él no estuviera en el línea del terror y la sangre.
P.– A ustedes se les ha acusado históricamente de estar en el filo de la navaja, de recoger las nueces del árbol que ellos agitan. ¿Es así?
R.– Nunca he sido de ETA, pero podía haberlo sido. ETA es de mi quinta, y tengo amigos entre sus fundadores. Eran nacionalistas radicales y católicos, por cierto, pero yo nunca tuve la tentación de meterme en ETA porque no creía que mediante la violencia se pudiera conseguir todo esto y dudaba también de que mereciera la pena. En cuanto a la frase del árbol y las nueces, no es mía. Cuando la usé lo hice refiriéndome a HB, no a ETA. Lo que pasa es que una idea corre y ya no hay quien la pare, como ocurrió con el RH. Jamás hablé de la pureza de la raza, simplemente cité a un antropólogo alemán que sostenía que "la sangre de los primeros europeos corre hoy solamente por las venas de los vascos". Cité eso, y Bergareche lo usó mezquinamente para atacarme de forma inmisericorde.
P.– ¿Usted se fiaba de Aznar?
R.– La palabra confiar en política debería estar desterrada. Nadie se fía de nadie. Pero yo trabajaba bien con Aznar. Me dijo una vez que estas cosas de ETA las arregla la derecha, y que el tema del IRA lo empezó la señora Thatcher. Eso lo interpreté como que él pensaba que quería y podía terminar con ETA. Empezamos apoyándole en la investidura, llegamos a un acuerdo fructífero y fuimos serios hasta el final. A Aznar se le puede criticar mucho, pero era un hombre de palabra. Me decía que yo quería que se tirara a una piscina, pero él quería estar seguro de que había agua dentro. Creo que él lo intentó con ETA, pero había otros, no sólo Mayor Oreja, que le hicieron cambiar de opinión. Ahí nos distanciamos y entramos en Lizarra.
P.– ¿Cómo fue su relación con Felipe González?
R.– Bien, fueron muchos años. Es verdad que con lo del GAL, que yo siempre dije que lo inició Damborenea pero se gestó en La Moncloa, nos distanciamos, y estuvimos cuatro años sin hablarnos, y luego nos reconcilió el Rey.
P.– ¿El Rey?
R.– Sí, el Rey solía llamar sólo para las investiduras, pero un día me llamó y me puso al teléfono con Felipe González. Así de sencillo. Así nos volvimos a hablar.
Recuerdo perfectamente aquella entrevista porque sus palabras sobre el Rey Juan Carlos causaron muchísimo revuelo y fueron objeto de agrias reacciones en el Congreso de los Diputados, cosa que él ya había previsto cuando estábamos charlando.
Xavier Arzalluz era un hombre con un peculiar sentido del humor, que canalizaba a través de una fina ironía, rápido de respuestas y de una inteligencia política incuestionable que ganaba mucho en las distancias cortas, aunque tenía esa imagen ruda, áspera y dura que le acompañó durante toda su trayectoria. Esto fue el motivo de la polémica:
P.– Hablando del Rey, ¿España es monárquica o republicana?
R.– Le advierto que no voy a ser políticamente correcto. Don Juan Carlos tiene una gran aureola, pero yo nunca lo acepté ni lo aceptaré como Rey. Le hicieron Rey con un decreto franquista, y eso no se ha subsanado. Simplemente, lo metieron por la puerta de atrás en la Constitución, y para un demócrata eso es inaceptable.
P.– Hombre, su prueba de fuego democrática la pasó el Rey con creces el 23-F, ¿no?
R.– Tengo más que dudas. El soldado que enviaba los teletipos de Milans del Bosch era afiliado nuestro, y yo he tenido los originales en la mano. No tengo noticia demostrable de que el Rey hubiera sido contundente con Milans del Bosch. Ése fue su gran error. No haber parado el golpe cuando se estaba gestando. Tengo una noticia desde dentro de La Zarzuela de que aquella noche no fue el Rey el que intervino, sino el general Fernández Campos. Él fue el hombre lúcido que estuvo allí. De hecho, según me han dicho, al día siguiente el Rey le dijo al general: "Mira que si ganan esta noche, tú estabas en el otro barrio". El Rey estuvo esperando. Salió en televisión y todo el mundo le atribuyó a él que había liquidado el golpe. Mi convicción es que no fue él.
P.– ¿Es consciente de que se ha convertido en una bestia negra para la mayoría de la sociedad española que no vive en Euskadi?
R.– Sí, sí. Tengo esa imagen, porque el poder central, tanto el PP como el PSOE, necesita fabricarse un enemigo, y me ha elegido a mí como la cara del diablo, pero eso a mí no me molesta. Lo que me molestaría es que me hubiera pasado lo de Imaz, que hablen bien desde Madrid de mí. A mí intentaron desacreditarme, y luego comprarme, y si no te pueden comprar, te liquidan moralmente.
P.– ¿Quién le ha intentado comprar?
R.– No le voy a decir ni quién ni por cuánto, pero me quisieron comprar. Algún día se sabrá.
La entrevista fue larga, como ya lo está siendo está columna, pero he querido recordar parte de ella porque se ha ido un hombre que influyó en una etapa decisiva de la historia de España del siglo XX.
Cuando nos saludamos ese día antes de empezar, le comenté que no era nacionalista y que siendo castellana me costaba mucho entenderles . Al terminar me preguntó si me había convencido, hice un signo de negación con la cabeza y dijo antes de ofrecerme un café: "¡Pues en la próxima volvemos a intentarlo!". D.E.P.