¡Qué pereza tener que volver al raca raca de Torra, Puigdemont y cía en su camino hacia ninguna parte! Lo último es la decisión de la Junta Electoral Central de enviar a la Fiscalía al presidente de la Generalitat por desobediencia, abrirle un expediente sancionador por incumplimiento "consciente y reiterado" y ordenar a los Mossos que retiren los lazos y las esteladas de los espacios públicos, tanto en el exterior como en su interior.
Esa es la decisión. Otra cosa es que tendremos que sufrir día día, minuto a minuto, el “numerito” de cómo llevarla a cabo y, ¡cómo no!, la guerra entre los partidos nacionales (¡Qué gravísimo error!) a cuenta de si el Gobierno está actuando con la diligencia prevista o dejando hacer y mirando hacia otro lado cosa que, por cierto, hacía de vicio Mariano Rajoy, por lo no hay nada nuevo bajo el sol. ¡Ya se sabe cómo cambia el discurso cuando uno se sienta en el confortable sofá de la Moncloa y cuando ni siquiera va de visita!
El president de la Generalitat, en ese desprecio que nos tiene a todos los que no tengamos su RH, no ha dudado en vulnerar la orden que le dio el órgano encargado de velar por la limpieza y neutralidad electoral y, además, se ha tomado por tontos sustituyendo los símbolos vinculados al procés por otros iguales que hacían alusión a la autodeterminación. Sus reacciones siempre van enfocadas a situar a los que tienen enfrente en el límite, intentar sacarles de quicio y probar su resistencia. En su miopía, no se da cuenta de que aquí se tarda tiempo en reaccionar (la Justicia es lenta también) pero, al final, como se salte la ley terminará como sus compañeros: en el banquillo.
“Es la primera vez en democracia que la autoridad electoral se ve obligada a enviar a la fuerza pública para garantizar el cumplimiento de la legislación, lo que revela tanto la degradación del sistema institucional en Cataluña como la extraordinaria gravedad del desafío separatista. El desacato con los lazos no es el único incumplimiento del Govern durante el mandato de Torra, teniendo en cuenta la vulneración de la ley en materia de educación o el continuo pisoteo a la pluralidad por parte de la televisión pública catalana. En cambio, sí agrava el enfrentamiento institucional. El Govern se había cuidado en esta legislatura de no incurrir de forma flagrante en desobediencia. Que Torra haya dado este paso responde a varios motivos. Uno de ellos es su insolvencia e irresponsabilidad políticas. Otro es su sumisión a Puigdemont, que necesita un reclamo con el que combatir a ERC en el próximo ciclo electoral...", editorializaba El Mundo. Y yo comparto el análisis.
Hace unos días entrevisté para El Economista a la ministra portavoz, Isabel Celaá, y cuando le pregunté por la polémica sobre los lazos y su opinión sobre la actitud de Torra, me dijo primero que la ley debe cumplirse y segundo que “la gesticulación desacredita las instituciones, una lección que ya debería haber aprendido en el señor Torra”. En otro momento, refiriéndose a ese personaje que ve todo desde la confortabilidad de Waterloo, me decía textualmente lo siguiente:
P.- Pues Puigdemont sigue dirigiendo la maniobra desde Waterloo y dice que volverá a España cuando consiga su escaño en las elecciones europeas...
R.- Puigdemont es un fugado, un huido de la justicia, y tendrá que rendir cuentas ante los jueces tarde o temprano. Creo que se ha convertido en un problema para el propio independentismo, pero ellos sabrán.
Cuando escribo estas líneas aún no se ha completado el último plazo dado por la junta electoral al presidente de la Generalitat para que retire los lazos de los edificios públicos y las instituciones, pero si finalmente sigue con su “ erre que erre” se puede encontrar con una acusación por desobediencia, y el artículo 410 del Código Penal prevé para ese delito cometido por una autoridad pública a resoluciones judiciales una multa de tres a doce meses e inhabilitación especial para empleo o cargo público por tiempo de seis meses a dos años.
¡Ándese con ojo, señor Torra! Al final, con tanto llevar su cántaro tan lleno de odio a la fuente de la crispación, terminará por hacerse añicos y, desengáñese, si termina en el banquillo, a usted, ni los suyos, ni mucho menos los catalanes, le escribirán ni siquiera unas líneas. ¡Se va a quedar colgado del lazo!