No solo la violaron salvajemente y grabaron en el móvil la agresión sino que también, durante mucho tiempo, estuvieron amenazándola con hacer público el vídeo si nos les daba una cantidad de dinero. Todos ellos, incluida la víctima y sus agresores, eran menores de edad, con lo que los hechos todavía son más impactantes. El delito, además, tiene otro ingrediente: los cuatro agresores eran marroquíes y la víctima española, por lo que se ha establecido una cautela informativa mayor por miedo a reacciones xenófobas.
Son menores, sí, pero los hechos son de tal gravedad que la ley debe aplicarse con toda su dureza, porque si no es así la sensación de impunidad se extenderá tanto que, en ese "¡da igual, nunca pasa nada!", los adolescentes pueden llegar a pensar que sus actos no tienen consecuencias.
Estos cobardes adolescentes no sólo violan y abusan sino que, además, necesitan que otros, tan cobardes y miserables como ellos, vean el acto y así poder exhibir su trofeo. La cosa es de tal gravedad que se ha elaborado el concepto de "cultura de la violación" para definir un fenómeno vergonzante en una sociedad avanzada. Desgraciadamente, la violación en grupo ya no es algo excepcional y, de hecho, cada día sabemos de nuevos casos aquí en nuestro país y en otros muchos, como si se tratara de una diabólica moda, porque el fin último no es solo cometer el delito sino también difundirlo en las redes, donde -para mayor vergüenza de la condición humana- se convierte en viral.
Ocurrió hace tiempo con una niña de 17 años, víctima de una violación múltiple en Brasil, que fue agredida por más de 30 hombres y el delito se descubrió cuando uno de los sospechosos publicó en Twitter un vídeo de la chica desnuda y semiinconsciente, rodeada de varios hombres que la insultaban a cara descubierta, mientras uno de ellos relataba que ya la habían violando más de 30. Y lo mismo ha pasado en la próspera Alemania o en la India porque, en el fondo, aunque las culturas sean diferentes, el sentido machista de que las mujeres pertenecemos a una casta inferior desgraciadamente se mantiene, por mucho que luchemos a diario contra eso.
Los menores de esta nueva mandada estudian en el mismo instituto, y ese día aciago charlaron y pasaron un rato con la víctima y otra amiga. Esperaron y, cuando una de las chicas se marchó, cogieron a la otra, la llevaron aun lugar apartado, la desnudaron, le pegaron para intimidarla y, mientras era violada, uno de ellos lo grabó en su móvil. Ella misma ha relatado que, cuando acabó la pesadilla, uno de los agresores le enseñó un vídeo que había grabado de la violación y le pidió dinero para no difundirlo en el instituto.
Se ha dicho, y es verdad, que las violaciones nunca son ajenas al contexto en el que se producen. Primero se normaliza, luego se excusa y, finalmente, todos se preguntan por qué han actuado así los violadores mientras se culpabiliza en el relato de los hechos, una y otra vez, a la víctima. Que si fue consentido, que si había bebido demasiado, que si su ropa no era adecuada o que qué hacía ella sola a determinadas horas en según qué lugares. Y, claro, cuando se normaliza un delito es mucho más difícil combatirlo, y eso es exactamente lo que está ocurriendo con las manadas.
El espectáculo que vivimos durante el juicio y posterior sentencia de la violación múltiple de San Fermín, lejos de servir como antídoto para otras “manadas salvajes”, ha sido una forma de minimizar ese tipo de delitos con el argumento de que las agredidas no se defienden. Al final, estos depredadores pasarán una temporadita corta en la cárcel mientras su víctima, seguramente, tendrá secuelas de por vida. Estos tipejos tienen madres, hermanas o novias. ¿Qué pensarían si alguien las utilizara de ese modo, como si fueran basura? Esa pregunta me la hago cada vez que aparece un caso de este tipo y la respuesta es evidente. ¡Qué asco!