El 6 de septiembre se cumplirán quinientos años de la llegada a Sanlúcar de la nao Victoria, única superviviente de la flota de cinco naves que componían la expedición española comandada por Fernando de Magallanes (Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago), que habían partido tres años antes de ese mismo puerto con destino a lo desconocido en un viaje que significó la primera circunnavegación de la Tierra.
Aprovechando esta efeméride, Constantino López Sánchez-Tinajero, miembro de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan, repasa la participación en la aventura de cinco personas del territorio que ahora ocupa Castilla-La Mancha y que se embarcaron en esta expedición con una suerte nefasta ya que ningun pudo completar el periplo alrededor del globo terráqueo. Además, cuatro de ellos murieron en el intento. Tan sólo uno regresó vivo de la expedición a nuestro suelo patrio y como suele decirse, por la puerta de atrás.
Pedro García, herrero, natural de Ciudad Real, hijo de Antonio García de Quirós y María García vecinos de Ciudad Real, con un sueldo de 1.000 maravedís por mes a contar de agosto de 1519 (recibió 4.000 maravedís el sueldo adelantado de 4 meses) por embarcarse en la nao Victoria como criado y sobresaliente de Luis de Mendoza capitán de la nao y tesorero de la armada. Fue muerto por los indios en la emboscada de Cebú (Filipinas) el 01-05-1521. No llegó a alcanzar las islas Molucas (objetivo del viaje) aunque se quedó muy cerca…
Antón de Escobar, natural de Talavera, hijo de Juan de Escobar y Leonor Méndez, vecinos de Talavera, con un sueldo de 1.500 maravedís por mes (recibió 6.000 maravedís el sueldo adelantado de 4 meses) por embarcar en la nao San Antonio (la mayor de la flota con 120 toneles vizcaínos de capacidad, unas 144 toneladas) como criado de Juan de Cartagena, capitán de la nao y veedor de la armada. Fallecido a causa de las heridas en la batalla de Mactán (Filipinas, en la que también murió el capitán general Fernando de Magallanes) el 28 de abril de 1521 dos días después de la batalla. Es curioso que a pesar de embarcarse inicialmente en la nao San Antonio, no regresó con ella en su viaje de deserción.
Juan de Chinchilla, natural de esta ciudad, hijo de Alcides de Oria y María de Quevedo, con un sueldo de 1.500 maravedís por mes (recibió 6.000 maravedís el sueldo adelantado de 4 meses) por embarcarse en la nao San Antonio, como criado de Juan de Cartagena, su capitán. La tripulación de esta nave se sublevó el 1 de noviembre de 1520 en el estrecho de Magallanes y retornó a Sevilla (desertando de la expedición) el 6 de mayo de 1521. El único superviviente de los castellanomanchegos.
Antón de Goa “Loro”, grumete, natural de Toledo, criado de la marquesa de Montemayor, con un sueldo de 800 maravedís por mes (recibió 3.200 maravedís el sueldo adelantado de cuatro meses) por embarcarse en la nao Trinidad, la capitana, que iba al mando del propio Fernando de Magallanes. Muerto por los indios en la emboscada de Cebú (Filipinas) el 1 de mayo de 1521. Al igual que el ciudadrealeño Pedro García tampoco llegó a las islas Molucas, quedándose a las puertas de la Especiería.
Juan de Ortega, marinero, natural de Cifuentes (Guadalajara), hijo de Pedro de Ortega y de María de Cifuentes (llamada María de Morón en otras fuentes), con un sueldo de 1.200 maravedís mes, recibió al embarcarse 4.800 maravedís, el sueldo adelantado de cuatro meses por embarcarse en la nao Concepción, al mando de Gaspar de Quesada.
Juan de Ortega fue el castellanomanchego que más lejos llegó en esta formidable aventura, ya que venía de regreso en la nao Victoria cuando murió de enfermedad el 20 de mayo de 1522, tan solo dos días después de haber rebasado el Cabo de Buena Esperanza, ya en pleno Océano Atlántico, en el camino de regreso.
Entre los documentos que se conservan hay una Provisión del Consejo de Indias para que se entregasen a María de Morón, como madre de Juan de Ortega, que había ido en la armada de Magallanes, cuatro ducados a cuenta del sueldo devengado (año 1531). Estos cuatro ducados equivalían a 1.500 maravedís, un mínimo adelanto del sueldo que le correspondía por el servicio a la corona a lo largo de sus 32 meses de travesía, estimado en 38.400 maravedís (algo más de 102 ducados).
No obstante, y para que sirva de comparación, el sueldo recibido por los diez marineros supervivientes llegados en la Victoria, fluctuó entre 46.080 maravedís (123 ducados) el que menos y 92.420 maravedís (246 ducados) el que más, en concepto de sueldos, cajas y quintalada
El cifontino Juan de Ortega fue el castellanomanchego que navegó más leguas y tuvo las mayores experiencias de todos nuestros paisanos; descubrió el estrecho de Todos los Santos, (posteriormente llamado de Magallanes en honor al descubridor), llegó a las Islas Filipinas, donde vio morir a su capitán general Magallanes y tuvo la fortuna de llegar hasta las islas Molucas, a la Especiería, hito que ni siquiera estuvo reservado para el propio capitán general.
Después de superar las mayores dificultades, sobrevivir a la batalla de Mactán, esquivar la traición de Enrique de Malaca en la emboscada de Cebú (Filipinas) donde asesinaron a 24 compañeros, y tras atravesar las más duras jornadas de navegación por el Índico, evitando los puertos y las naves portuguesas; cuando ya se había doblado el Cabo de las Tormentas y apenas faltaban tres meses para la llegada a Sanlúcar, el cifontino entregó su alma, ya en el Océano Atlántico, imaginamos que totalmente exhausto.
Este fabuloso viaje significó no sólo el descubrimiento del paso austral al llamado Mar del Sur (que había descubierto por primera vez Vasco Núñez de Balboa el 25 de septiembre de 1513 –tan solo seis años antes- desde una cumbre en el istmo de Panamá, bautizándolo con este nombre), a través del estrecho de Magallanes, sino también el hecho de poder determinar la verdadera dimensión en leguas de este nuevo océano al que el capitán general portugués dio el nombre de Pacífico.
Pero sobre todo concluyó (gracias a la decisión de Elcano de seguir navegando desde el Maluco hacia el oeste) con la constatación más espectacular de todas, la de la redondez de la Tierra y que navegando siempre hacia el oeste se volvía por el este aunque con la desagradable sorpresa de haber perdido un día en el calendario.